Race (una vuelta a Jesse Owens)
La cinta se desarrolla en los años treinta del siglo pasado, una época en que la segregación era nacional y la persecución del negro costumbre inveterada, aún en estados del norte como Ohio, donde la familia de Owens había emigrado de Alabama. Seguimos al joven Owens según se despide de Ruthie (Shanice Banton), su novia y madre de su hija, ante de marcharse a la universidad (Ohio State University). Lo espera allí el entrenador de pista y campo Larry Snyder (Jason Sudeikis), quien fue uno de los primeros entrenadores universitarios en permitir que los negros participaran en las competencias colegiales.
Aunque al principio las relaciones entre Owens y Snyder me parecieron una serie de clichés demasiado predecibles, poco a poco la película fue adquiriendo su propio encanto al salirse de las obviedades sufridas por los atletas negros ante sus compañeros blancos y concentrar en lo que pesó sobre los sueños y los motivos del joven atleta.
Según Owens muestra sus talentos la fama comienza a insinuarse en su vida y, como suele ser el caso, aparece una mujer seductora con quien el atleta tiene un brete. Por suerte, este desvió dura poco (es verídico pero está pobremente desarrollado) y el guión de Joe Shrapnel y Anna Waterhouse nos vuelve a llevar a las pistas según Owens va demoliendo todos los récords mundiales de salto a lo alto y carreras de 100 y 200 metros.
La tensión incrementa según vemos las luchas internas entre los miembros del comité olímpico de los Estados Unidos para decidir si los juegos de 1936 en Berlín se boicoteaban o no. Su presidente Jeremiah Mahoney (William Hurt) estaba a favor de hacerlo y, el futuro presidente, Avery Brundage (Jeremy Irons) estaba en contra. Fue Brundage el responsable de que los alemanes accedieran a las exigencias del equipo norteamericano, incluyendo la participación de los atletas negros.
La mejor parte del filme toma lugar durante las Olimpiadas en Berlín, donde conocemos a Joseph Goebbels (el escalofriante Barnaby Metschurat, a quien espero poder volver ver); la gran cineasta Leni Riefenstahl (Carice van Houten), quien inmortalizó los juegos; y a Owens, en el gran documental propagandístico “Olympia” y a una serie de nazis capitaneados por Hitler, haciendo lo que hacían los nazis.
Hay escenas exquisitas por su ironía y su agudeza entre Irons, van Houten y Metschurat que valen el precio de entrada, pero lo mejor es la tierna amistad entre al ario atleta alemán Carl “Luz” Long (David Kross) y Owens. Quienes iban a ser los más agrios rivales terminaron dándole una lección a los bestias nazis sobre la relación de las razas y la unión que el deporte desarrolla entre la gente. El filme también logra recordarnos que los alemanes durante el tiempo que duraron los juegos, adoraron al atleta negro y lo reconocieron como la sensación que era, aceptando que sus habilidades en los eventos en los cuales participó eran superiores a las de otros.
Todo lo que ocurre en el filme desde el punto de vista atlético puede ser constatado. Es también el caso con lo político, aunque un asunto entre Goebbles y Brundage y la construcción de una embajada alemana en Washington, ha sido insertada antes de como ocurrió en la vida real, aunque no dudo que se desarrolló como hace ver el filme.
El triunfo mayor de la cinta es que nos introduce a una serie de estupendos y atractivos artistas negros. Además de los principales se destaca Shamier Anderson como el gran atleta Eulace Peacock, quien derrotó a Owens varias veces y, por una lesión, no logró cualificar para ser miembro del equipo olímpico del ‘36. Anderson tiene gran presencia fílmica y se distingue por su compatibilidad con la cámara. Lo mismo se puede decir de Eli Goree como Dave Albritton, uno de los mejores amigos de Owens.
Por otro lado, es inexplicable cómo el director Stephen Hopkins escogió a Jonathan Higgins para el papel de Dean Cromwell (el entrenador del equipo olímpico) y a Adrian Zwicker para hacer de Hitler. Este último más bien parece un “senior” de Ohio State disfrazado de Hitler en el baile de Halloween de la universidad de 1935.
Al fin y al cabo, la película satisface y acentúa cómo el tesón es muchas veces lo único que tiene el perseguido, el marginado, el pobre. Demasiadas veces no importa lo que logra, la sociedad prejuiciada no lo reconoce como persona, sino como un símbolo que los representa a ellos por un tiempo y que refleja su orgullo. Tener la firma de Jesse Owens fue más importante que reconocerle sus derechos. Aún después de ser una figura mundial no fue invitado a la Casa Blanca (¡De FDR!) y tenía que entrar por la puerta del servicio en hoteles donde se celebraban sus triunfos. ¡Qué vergüenza para la democracia!