Realidad y distorsión, historia o literatura
“La manipulación de la verdad histórica por parte del novelista conduce a la revelación de verdades más densas o más ricas que las…monolíticas verdades de la historia”. Juan Gabriel Vásquez, El arte de la distorsión.
¿Puede literatura o el arte representar la realidad más fielmente que la historia o la crónica periodística? ¿Cómo adentrarnos a las motivaciones, a ese corazón de las tinieblas, para entender el porqué de algunos actos, tanto públicos como privados?
Lejos de ser retóricas, estas preguntas nos conducen a un tema presente en gran parte de las obras de escritores contemporáneos, como lo muestra Juan Gabriel Vásquez en sus ensayos y novelas. Ganador de varios premios internacionales, este joven escritor colombiano se ha dado a la tarea no sólo de plantearse esas mismas interrogantes, sino de contestarlas directamente a través de sus ensayos y novelas.
El libro El arte de la distorsión incluye una serie de ensayos sobre escritores tan diversos como Joseph Conrad, Philip Roth y discute temas como la invención del lector en la obra de Cervantes. El ensayo que da título al libro aborda una pregunta con la cual se han tenido que confrontar escritores de la generación posterior a García Márquez: ¿continuar o romper con el llamado “realismo mágico”?; es decir, “¿cómo se escribe bajo la sombra de Cien años de soledad?” Y a esa pregunta, responde sin ambages: “Cien años de soledad…es una amenaza clara y presente: pero lo es para aquellos novelistas colombianos que por falta de talento, por ignorancia o por simple pereza, han sido incapaces de salir al mundo en busca de herramientas nuevas” (p.71)
Y estas mismas herramientas nuevas parecen haber moldeado algunas de sus novelas recientes. En El ruido de las cosas al caer, escrita en primera persona, será la voz narrativa de un joven profesor de derecho, Antonio Yammara, quien conduzca al lector no tanto al mundo del cartel de la droga, sino al desgarramiento entre familiares o amigos al ver caer preso o muerto algún familiar envuelto en el tráfico de drogas. Una conversación casual, en un salón de billar, mientras se escucha la noticia sobre la muerte de un hipopótamo escapado del zoológico de Pablo Escobar, llevará a entablar casualmente una relación entre el joven abogado y otro nuevo cliente en el salón de billar, Ricardo Laverde.
Casi como se enhebra y se cose un tejido, el hilo de la conversación conduce a una historia que data de veinte años atrás. Entonces Ricardo Laverde, descendiente de una familia de pilotos condecorados, conoció a una joven norteamericana llegada al país como voluntaria de los Cuerpos de Paz. Al hospedarse en casa de los Laverde, se entabla entre ambos una relación amorosa. Se casarán y tendrán una hija quien nunca llegará a conocer a su padre. Los negocios del padre, comenzados como un mero servicio de transporte aéreo, tan inofensivos como una aventura, se ampliarán hasta llegar caer en las garras del Drug Enforcement Agency. La esposa vuelve sola a su país; la hija permancerá en Colombia al cuidado de sus abuelos; y el padre, luego de cumplir su condena, regresa y al jugar billar conoce al joven abogado. Una tarde, al salir del billar, Laverde le confesará al abogado su emoción por el reencuentro con su esposa e hija. Pero mas tarde Laverde le pedirá prestada una grabadora para escuchar una cinta. Esa cinta, nos enteramos, es la caja negra del vuelo accidentado donde regresaba la esposa y quien encontró así la muerte. En la cinta se reproduce la conversación entre el piloto y la torre de control. Lo último que se escucha es precisamente el ruido de las cosas al caer. Al estar caminando ambos, abogado y antiguo presidiario, un sicario dispara contra ambos; muere el antiguo presidiario y el abogado queda mal herido.
El deseo del abogado por rescatar los pedazos de esa historia se convertirán ahora en una obsesión. Pero al involucrarse, como investigador, en vidas ajenas abandona su casa y familia. Pero lejos de ser una novela detectivesca, es más bien una vuelta de tuerca al “realismo mágico”. Pues el autor se detiene en minuciosas observaciones sobre el paisaje, el clima, o sobre las estructuras, las calles, los parques, sus árboles y hasta sus baldosas; también es real, incluso, el mismo vuelo accidentado de Cali a Colombia, donde murieron todos los pasajeros. Pero en vez de ser una crónica o el relato de un narcotraficante, es más bien la historia de cómo se van desgarrando vidas privadas.
Ese mismo tema, el desgarramiento, vuelve a aparecer en otras de sus novelas, como Reputaciones o Los Informantes. Esta última narra el caso de un prestigioso profesor de derecho a quien lo acecha el remordimiento por haber delatado años atrás a un amigo emigrado de Alemania con simpatías pro nazis. A raíz de esa confidencia su amigo perderá su posición social y salud mental. El abogado también morirá más tarde en un accidente automovilístico al tratar de sincerarse con los familiares de su antiguo amigo alemán. Y entonces, la prometida del abogado, viudo desde hacía años, revelará en un programa televisivo el pasado turbio del abogado como informante, perdiendo así, tras su muerte, todo su antiguo prestigio profesional.
Mario Mendoza, otro joven novelista colombiano, presenta en su novela más reciente, Lady Masacre, un relato sobre los vínculos entre los políticos, paramilitares y los carteles de la droga. El encubrimiento de la muerte de un prominente senador, llena de sospechas a uno de sus familiares quien contrata a Frank Molina, antiguo periodista de la sección judicial, despedido de allí por borracho y peleón, y convertido en investigador privado, a pesar de sufrir bipolaridad y haber estado ingresado en instituciones psiquiátricas. Se entera así de traiciones e infidelidades. Entrará a una cárcel para entrevistar a un colega del difunto. Verá como llegan allí hermosas jóvenes a brindar favores sexuales a los confinados. Y al final descubrirá como realmente murió el político: echando el último polvo en manos de una luchadora transgénero. Se trata de un “realismo degradado”, donde solo a través de la locura surge la lucidez.
“Hay un tipo de locura-nos dice el investigador Molina-que es más lúcida que la cordura, como si la rutina nos atrofiara y nos embruteciera de mala manera…mientras que la locura sí fuera capaz de ir un paso más allá y nos brindara la posibilidad de ver con claridad nuestro entorno, nuestro auténtico presente.”
Novelas donde se funden y confunden realidad y distorsión.