Red Sparrow: topos y topos
Algo ocurre que conduce a Dominika a una nueva carrera: ser espía. Para lograrlo, tiene que asistir a un entrenamiento que es responsable de formar los llamados “Red Sparrows”. La “Matrona” del desolado lugar ruso es la muy inglesa Charlotte Rampling, y sus métodos parecen tomados de un manual de maniobras del muy alemán Kraft-Ebing. La Matrona parece haber visto la película de Charlotte Rampling “The Night Porter” (1974) y pone en práctica muchas de las cosas que aprendió allí. Como si no supiéramos nada o no se nos ocurriera nada sobre las situaciones sexuales a las que se podría exponer una espía (o un espía) cuando quiere extraerle secretos de Estado a alguien que los tiene, el guionista Justin Haythe las detalla todas, y el director Francis Lawrence, innecesariamente, las enseña todas sin gran maestría y con el encanto, pues, de la obra de Kraft-Ebing. La pobre Lawrence parece estar anonadada por toda esta picardía y, a pesar de su intento de moler a puños o a golpes de todo tipo a una serie de violadores, no expresa ningún tipo de emoción y parece estar sufriendo de paradoxia, en el sentido médico (acto que puede ser verdadero, pero parece absurdo o increíble).
Mientras tanto, Nate Nash (Joel Edgerton), un agente de la CIA que opera en Moscú, tratando de despistar la policía, porque su contacto, un topo (mole) en las altas esferas del gobierno ruso, le ha pasado información en Gorky Park, dispara su pistola y lo que alcanza con eso es que lo boten de Rusia. El contacto, llamado Marble (Bill Camp) no quiere tener contacto si no es con Nash, y la CIA y el gobierno norteamericano están en pánico porque no podrán descifrar quién es el topo ruso en su gobierno. Enviado a Budapest, Nash “detecta” (el que no la note allí, está bien despistado) a Dominika, quien establece relaciones con él para ver si logra averiguar quién en el topo.
La cosa se complica cuando la compañera de cuarto de Dominika, otra “red sparrow”, anda también detrás de la información del topo norteamericano. En Budapest los torturadores se han entusiasmado con una maquinita capaz de sacar la piel en camadas del grosor que se usa para trasplantes para los que tienen quemaduras. Mientras tanto, Nash y Dominika nadan en la piscina municipal y parecen estar confundidos sobre qué es lo que pasa en la película.
En la pantalla aparecen algunos actores de peso. Matthias Schoenaerts es Iván, el tío de Dominika, de quien sospechamos todo el tiempo; Jeremy Irons como el muy ruso General Vladimir Adreievich Korchnoi, quien tiene un acento inglés que solo se adquiere si uno se entrena en el Old Vic Theatre; y Ciarán Hinds, como el coronel Zacharov, quien parece haber pasado tiempo en Irlanda y en Escocia. Está el placer de ver a Mary Louise Parker como Stephanie Boucher, en una breve intervención llena de pathos y gracia, como solo ella puede lograr.
El masoquismo y el sadismo continúan, pero descubrimos que los rusos y los húngaros han descubierto cómo introducir curaciones mágicas en el colorete, el pinta labio y el rímel: un puñetazo de un protuberante ruso al delicado rostro de Lawrence, que aún conserva algo de su “baby fat”, desaparece como por arte de maquillaje. Es también evidente que pociones, píldoras, mejunjes de las estepas y de gitanos magiares eliminan hematomas subdurales del cerebro, de los brazos y la mandíbula, luego de una pela brutal a nuestra heroína.
El filme pierde tiempo (o prolonga el tiempo) innecesariamente y no tiene suficiente suspenso, ni presenta suficiente reto intelectual para que nos divierta. La química entre Lawrence y Edgerton es como la de un balde de agua fría con un ascua pequeñita. Hay más suspenso esperando las noticias del papel de Rusia en las elecciones de 2016. Una sugerencia de que habrá una secuela a esta, me pareció un chiste de mal gusto.