Regreso a Ítaca
En una terraza en La Habana desde la que se vislumbra el malecón -el mar- , cuatro amigos se dan cita para celebrar la visita de uno de ellos después de dieciséis años de ausencia. Al principio la conversación es una de esas que se dan en cualquier lugar donde se reúnen viejas amistades. Las trivialidades predominan y los recuerdos de pasadas aventuras van saliendo entre risas y música que ayuda a enmarcarlos en un imaginario temporal que sabemos inmediatamente que ya no es ni tan gracioso ni tan emocionante como el momento quiere captar. Se evidencia que la celebración ha de desembocar en una “gran” comida e intuimos que este comienzo son los entremeses, no importa a qué sepan, y así es.
No pasan muchos tragos antes de que comiencen a suscitarse una serie de reclamos entre los amigos e inevitablemente afloren los problemas que la situación política de Cuba han tallado en el cuerpo y en el alma de sus ciudadanos. El exilado cubano se vio obligado a quedarse lejos con solo unas imágenes en su memoria y unos recuerdos eventualmente alterados por la distancia. Sin embargo, como suele suceder, los rencores que produce la fuga se manifiestan en el rechazo del que se fue de parte de los que se quedaron, y de los que se quedaron de parte de los que se han ido. Esto en contra de toda lógica ya que no todo el mundo puede abandonar su país bajo ninguna circunstancia.
Las contradicciones se magnifican con la amenaza de pérdida de la libertad física (cárcel) y la libertad anímica (rendirse al régimen). Lo primero lo entendemos todos, lo segundo lo entienden muchos que ha pesar de no estar en la cárcel porque han vendido el alma son prisioneros de sus instintos de supervivencia. Por supuesto, esto ocurre en todo país, aunque lleven en su frente la rúbrica de la democracia, pero se reciente más en uno en que la mayoría ha sentido hambre y solo unos pocos pueden lograr mitigarla siempre.
El guión de Laurent Cantet y Leonardo Padura, con la colaboración de Lucía López Coll, va abriendo una incógnita que resulta ser el secreto del filme y que es el filamento que sostiene las referencias a la vida del exiliado y las de los atrapados. Cantet, quién además dirigió, ha sabido dejar que su maravilloso elenco interprete las palabras y las diga con una naturalidad asombrosa que nos hace pensar que estamos en la azotea escuchando lo que dicen sin que lo sepan. La dinámica entre los actores y sus intervenciones soliloquiadas convierte en realidades palpables las frustraciones de cada uno.
Conmovedora es la frustración de los artistas que tuvieron que dejar de serlo por las circunstancias. Rafa (Fernando Hechavarría), el pintor que dejó de pintar por alejarse del régimen; Eddy (Jorge Perrugoría), el escritor que dejó de serlo por acercarse demasiado al régimen; Amadeo (Néstor Tirado) que dejó de escribir por caminar la cuerda floja de estar entre su situación y el régimen. Estos tres artistas manqué viven con la añoranza de un talento que difícilmente les volverá a encausar por el camino perdido. Es una de las maldades de los gobiernos autoritarios de derecha o izquierda: el asesinato de generaciones de creadores que piensan y sienten de forma distinta a la oficialidad. Además, están los dos representantes de labores más cotidianas: Tanía (Isabel Santos), la médico que trabaja por una miseria y cuyos hijos están en la Florida; y Aldo (Pedro Julio Ferrán) el ingeniero que es ahora constructor de baterías y cuyo hijo se quiere marchar del país. Ellos también han visto sus talentos minimizados y reducidos por las circunstancias y con pocas probabilidades de recuperar lo perdido.
Según avanza la noche, las cosas se complican porque Tanía, el tirabuzón humano que descorcha las botellas de recuerdos y saca los secretos a respirar, extrae unas verdades que causan tempestades entre los amigos. En cierto modo ella es el Mario Conde (el detective inventado por Padura) y es la que eventualmente descubre el misterio y tiene que reconsiderar su posición. Lo hace con cierta amargura porque ha malinterpretado las señales , tal y como les sucede a veces a los mejores detectives.
Construida como una obra de teatro, la película tiene el encanto de una cinematografía que sabiamente usa las tomas en primer plano para enfatizar el efecto que tiene en el interlocutor lo que le dice otro personaje y que además capta la honradez de sus reacciones. Entendiendo que son actores los que hablan es que nos damos cuenta de la profundidad del guión, pues nos hacen sentir lo que siente el interpelado. De hecho, lo hacemos como si estuviéramos en primera fila muy cerca del escenario. Como es el caso cuando desde la luneta vemos algo especial en escena, en un momento en que la crueldad entre amigos ha alcanzado un cénit, los guionistas nos envían una especie de deux ex machina en la ternura de Fela (Carmen Solar), la madre de Aldo y la anfitriona que cocina los mejores frijoles negros del universo. Su intervención es mágica y si pensamos en ella podemos entender un poco cómo tantos se adaptaron.
A veces el sentimentalismo se cuela en los diálogos y en algunos de sus planteamientos, y otras veces propende hacia la ferocidad con zarpazos hirientes. Esa amplitud de emoción le resta a la tensión dramática y tiende a defender más a Aldo, a quién los otros le dicen El Negro, en el sentido de que parece ser, entre todos, el que está “libre de culpa”. Por suerte sucede poco y no nos roba el placer de lo que plantean los guionistas.
No podemos pasar por alto la presencia de Amadeo, el Odiseo que regresa para integrarse al quinteto y quien es la pieza que le falta al rompecabezas. Es el hombre que ha sucumbido al miedo y estuvo prisionero en su propia isla, víctima como sus amigos más cercanos del cíclope del engaño que todos entienden ha sido la revolución. También de una Circe llamada Gladys de las que, tal parece, abundaban en la isla durante la peor parte del régimen y quienes convirtieron a muchos en sus rebaños. Como debe de ser nunca la vemos, solo se nos deja pensar cómo sería y cómo ejerció su maleficio sobre el emigrado. Pero una vez vencida, Amadeo regresa de cara al mar, buscando a su bella amada Penélope, que resulta no ser otra que su patria, la isla que ama a pesar de su gobierno, sus defectos y sus horrores. Me parece que hay aquí una lección para todos nosotros.