Reseña: La mujer, el pan y el pordiosero
He aquí el nuevo libro de trece cuentos de la escritora puertorriqueña Lourdes Vázquez. Ella ganó el Premio Juan Rulfo de cuento en 2002 y Mención de Honor por su obra poética en traducción: Bestiario/Bestiary: Selected Poems 1986-1997 (Arizona: Bilingual Review Press, 2004). Su obra Las hembras (Nueva York: Papeles del Andalicán, 1986) fue seleccionada por la crítica puertorriqueña como uno de los diez mejores libros del año en 1987. Su biografía de la poeta Marina Arzola, Aterrada de cuernos y cuervo (San Juan: Ediciones El Gallo Rojo), fue seleccionada también en 1990. Entre sus últimos trabajos se encuentran: Tres relatos y un infortunio (Argentina: Fundación Ross, 2009), Cuando narradoras latinoamericanas narran en los Estados Unidos (Argentina: Fundación Ross, 2009); el libreto A Porcelain Doll with Violet Eyes Staring into Space/Una muñeca de cerámica con ojos violetas (Washington: Wheelhouse Press, 2009) y Samandar: libro de viajes/ Book of Travels (Buenos Aires: Tsé Tsé, 2007). Vázquez reside actualmente en el estado de la Florida, en Estados Unidos, después de pasar muchos años en Nueva York.
La mujer, el pan y el pordiosero amplía aún más el registro de la escritura feminista de Lourdes Vázquez. Las mujeres de estos cuentos se enfrentan al patriarcado de diversas maneras, para lidiar con la idea de género que prevalece todavía en este siglo XXI en el imaginario caribeño. Los personajes se desplazan de América a Europa, y de vuelta a América, para recorrer diversas sensibilidades. El libro abre con un epígrafe de Slajov Zizek acerca de la melancolía y la catástrofe, porque la melancolía designa a los que todavía están en el Paraíso -pero aún así anhelan quebrarse-, los que aún están en un universo cerrado, pero ya poseen la vaga premonición de otra dimensión, la cual está a su alcance (9). Este entra y sale de la felicidad está presente en cuentos como El turismo apacible, donde la protagonista observa y es observada en un juego vouyerista que le resulta muy caro al final, haciéndola víctima de una violación. Y en un gótico criollo, este cuento tiene todos los elementos de las historias de súcubos y vampiros.
Edades geológicas, el segundo cuento de la serie, se acerca al enchule de la mujer joven con el hombre intelectual viejolo que la guía por los laberintos de lecturas sobre política y literatura en la ciudad universitaria de Río Piedras, Puerto Rico durante los gloriosos años ¿de los 70? A contrapunto con la clásica buhardilla de París del artista, en la que vive su amiga Camila, quien se ha ido a la Ciudad Luz a estudiar, y le escribe cartas con anécdotas de su vida parisina. En este segundo cuento ya se anuncia una de las intenciones de estos escritos, la de quemar etapas:
¿Te puedo llamar? Llámame, Gervasio, que yo tal vez no te responda, porque aquella fase de mi vida ya no es, se fue, se esfumó como se esfumaron los dinosaurios y los dragones de la era jurásica abriendopaso a una topografía firme, cálida y llena de expectativas. (36)
Escenas con Geisha en salón de baile es un cuento erótico y el tercero de la serie. Con un epígrafe de Tao Sueh Chin, del siglo 18, que reza: “Her beauty and accomplishments only invited jealousy. Her death was hastened by baseless slander” (37) [Su belleza y logros sólo atraían celos. Su muerte fue apresurada por infundadas calumnias], y otras dos citas intercaladas del mismo Tao Sueh Chin y Junichiro Tanizaki, este cuento dilucida la pasión que desata la geisha Kikuto con sus selectos clientes, donde ella es la que está siempre en control de la situación.
Sfumato continúa este interludio asiático con motivos como el epígrafe del pintor Gauguin (“el color en sí mismo enigmático”, 47), quien pintara en Polinesia (esas mil islas regadas en el Océano Pacífico) imágenes inéditas del Asia para la pupila europea de la Belle Époque. Aquí se retoma el tema de la mujer joven enamorada del hombre mayor presente ya en Edades geológicas. En Sfumato, sin embargo, la mujer (primer elemento del título de la colección de cuentos –La mujer, el pan y el pordiosero-), “se fue de cabeza por un profesor de cabello gris” (47). Este profesor la hace observar entre las ramas de los árboles para captar el efecto mismo del sfumato o “ese efecto vaporoso que se obtiene por la superposición de varias capas de pintura” (Wikipedia, esfumato). La protagonista (“ella ferozmente atenta a todo lo que el hombre señalaba”, 49) vive fascinada por esta idea del color que le presenta el profesor de una manera descarnada y que vuelve a rayar en el gótico criollo: “El color del suelo es interesante. Si te fijas, es similar a la sanguinaria, aquella piedra parecida al ágata, o como el lápiz color sanguínea que es utilizado como pigmento que enfatiza lo feroz, vengativo e iracundo” (50). Este pasaje es amortiguado por el siguiente: “Todo esto dijo el profesor mientras le abrazaba la cintura y le propinaba un mordisco cariñoso en la oreja…” (50).
Acertijos amplía aún más la relación de mujer joven con un hombre mayor, esta vez en el encuentro fortuito en un bar donde la conversación casual los acerca a temas trascendentales para los intelectuales, como es el acto fallido de buscar respuestas a todos los enigmas. Como dice Cadalsi, el personaje viejo de esta historia: “¿qué significado tienen esos acertijos?” (69). El escenario de la ciudad unido al espacio de la soledad de una mujer en una gran orbe como ¿Nueva York?, nos hace pensar en la solidaridad espontánea que se establece en las conversaciones de café o de bar entre desconocidos. Y el motivo de este cuento es ése, reflexionar sobre todas las interrogantes posibles en el fluir de conciencia de dos desconocidos, dos personajes que se encuentran y dialogan para uno dejar una huella en el otro a partir de entonces: “Supe entonces que M. Cadalsi permanecía vivo” (70). Frase con la que cierra la narración y que nos retrotrae a la dedicatoria de la primera página del cuento: “A M. Cadalsi, por si lee este relato” (53). Y M. Cadalsi también escribe la nota de contraportada del libro: está adentro del relato y está afuera del volumen, perteneciendo así al todo y a la nada.
El resto de los cuentos (Feeding Habits, Alef de pecho y aire, Si en algo me parezco, Todo era posible, De qué color es la flor de la esperanza, Insomnio, Los Anderson y el que da título al libro, La mujer, el pan y el pordiosero) continúan dilucidando lo femenino desde diversas fronteras airosas en el discurso narrativo de Lourdes Vázquez.
Antes de cerrar esta breve reseña merece destacar el cuento Si en algo me parezco, donde se relata la vida de un personaje fascinante, Mome Moineau, y su breve estadía en Puerto Rico en ¿los años 50? en el famoso hotel Normandie, como barco varado en tierra a la entrada de Puerta de Tierra, en el islote de San Juan. El lenguaje altamente poético, la textura de la prosa, y la brillante concepción de la anécdota, hace de este cuento uno de los mejores, no sólo de Lourdes Vázquez, sino de toda la cuentística caribeña a principios del siglo XXI.