Salvemos a Jesús
In media res
“…los detalles nos sentaremos a discutirlos cuando gustes hablarlo, ya que son muchas más las cosas que sobreviví, como un coma de 12 días, las 3 operaciones de las 6 vértebras de la espina dorsal, las múltiples transfusiones de sangre, las 80 libras que rebajé con la quimioterapia, bueno, fueron bastantes cosas; además, de que tuve que usar una silla de ruedas por casi 1 año. Con andador y terapias, tuve que aprender a caminar de nuevo. De verdad que ha sido un viaje increíble estos casi 5 años, en donde he combatido enfermedades del corazón y 3 operaciones. El paro renal que por poco me cuesta la vida me llevó en ambulancia al hospital para descubrir el cáncer en la médula ósea en estado 3 avanzado. Una jornada memorable, ¿no crees?
Diles que pueden leer más en www.gofundme.com/jesuskidney.
¡Un verdadero placer el conocerte, Amado y espero que salga una historia impactante de todo esto!”
14/9/2014
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Voy a empezar aclarando que yo no voy a escribir una historia impactante sobre Jesús porque yo pienso que su historia ya está escrita. Yo solo quisiera poder ayudarlo con el eco. Quiero ayudarlo no desde la pena o la caridad, no se equivoque, sino desde la lucha por justicia. Pienso que el sufrimiento de Jesús es el ejemplo vivo de todas las cosas que no sirven en este sistema. La salud no puede ser un negocio. Nadie debería tener que luchar por su vida de esta manera. Jesús, también me envió unas fotos que aquí les adjunto y copia de la correspondencia en la que el hospital explica su situación, pero lo primero que les pediría sería que leyeran la forma en que él explica su caso en la página que hizo para recaudar fondos para un trasplante de riñón.
Jesús tiene 48 años, es puertorriqueño radicado en la Florida desde hace algunos años. Sus padres han muerto, de sus hermanos no sabe nada. Estar solo en cualquier lugar me parece terrible; pero si además, se está desempleado, con hijos, con un cheque del Seguro Social de apenas 1,600 dólares al mes, sin plan médico y así de enfermo como está Jesús, la vida parecería un infierno. Jesús ya tiene una deuda médica de miles de dólares y le faltan, cuando escribo esta nota, casi 3 mil para un trasplante que le permita vivir, trabajar, disfrutar con sus hijos y claro, pagar sus deudas. Me imagino en su posición y se me eriza la piel.
A Jesús lo conocí casualmente. Su caso me conmovió más que nada porque quise ayudarlo con dinero pero no pude. Le di tan poco que me avergüenzo y no por pobre, sino por sumiso. Me da vergüenza ser uno de los más de 1.7 millones de puertorriqueños y puertorriqueñas pisadas por el sistema diariamente, que aún no encuentra qué hacer o cómo luchar contra este, pero se mata y muere por cualquier estupidez.
La mayoría del país no tiene la educación necesaria como para saber que no es nuestra culpa ser pobres. No sabemos que es imposible que seamos todos ricos. No tenemos la educación suficiente como para saber que valemos más de lo que nos dicen. No nos enseñan a reconocer y ambicionar la libertad más simple, no nos dejan vernos como herederos del exterminio y la opresión de nuestros antepasados para desde esa rabia alzarnos. Nos hacen creer que somos responsables de nuestra miseria heredada, y con eso nos insultan a la cara porque es como si nos dijeran que entonces ellos se merecen por alguna maravillosa razón, el dinero producto de los genocidios y las guerras que sus antepasados lideraron y que ahora ellos sin más, heredan. Nos dicen que es nuestra culpa haber nacido pobres porque ellos no quieren perder la riqueza que disfrutan sin haber hecho ni un pito. Sin embargo, seguimos siendo los que no hacemos nada para resolverlo porque ignoramos qué hacer, porque nos criaron en el proyecto del individuo, a un nivel que nos ciega ante las cosas que nos unen. Nos quisieron hacer tan especiales y únicos que vivimos a miles de años luz de las demás personas. Pero sobre todo, nos paralizan con la doctrina que predica el Estado y la Iglesia, porque mucho de lo que necesitaríamos hacer para liberarnos es pecado e ilegal.
Nos subvierten la realidad convirtiendo la excepción en la norma. Construyen un paradigma que es como pegarse en la loto y uno va con los años asumiendo el rol de cordero y se inmola uno mismo en su nombre y su memoria. Hemos estado históricamente pisados por las mismas personas y estamos condenados por las normas a nacer pobres y morir así. “¿Si todo el mundo fuera rico quién nos limpiaría las piscinas y quién nos plancharía los calzoncillos?” Los oigo, hablan así. El sistema necesita grandes masas de pobres brutos.
Conozco mucha gente que tiene tres empleos de salario mínimo para morir de hambre y no pueden pagar un doctor, ni un plan médico. Gente con maestrías que tampoco pueden. Dos millones de personas sufren la pobreza en Puerto Rico mientras dos o tres personas han sido dueños de todo por generaciones. Todos los días me levanto esperando ver las calles en llamas y columnas de humo hasta los cielos. Casi todos los días despierto pensando que no debe faltar tanto para que los puertorriqueños, las puertorriqueñas y todas las formas de razón, género, color, origen y creencia que viven en la pobreza entiendan que no es que nos falta, sino que otros (en la colonia así como en el imperio) han tomado demasiado a la fuerza. Aquí se hace un pastor millonario y eso es un logro; y un político se hace eco de un banquero y se convierte en millonario. Una persona nace rica y triunfan sus hijos sin dar ni un tajo, al mismo tiempo que un hombre nace pobre, se enferma, se queda solo en la vida y tiene que pedir limosna para que un hospital lo deje vivir.
¿En dónde está la gente con la capacidad para reconocer que nos llevan a una catástrofe económica, social y ecológica? El silencio nos hace cómplices y la limosna solo nos libera de la culpa. Podemos seguir luchando por siglos, tratando de salvar de la mala muerte a nuestros amigos más queridos uno a uno; pero podemos también luchar por un sistema que respete la vida y no se lucre de vendernos la salud y el conocimiento.
Nos hace falta una lucha como la que se hizo contra la segregación racial en EEUU. Debemos exigir un proyecto de salud desde la alimentación; y una educación gratuita de calidad hasta la universidad. Debemos exigirlo como desposeídos de esos derechos y como presos de una colonia. Esa debe ser la prioridad porque la gente saludable y educada tiene más posibilidades de tomar con éxito el control sobre sus vidas. No es garantía, pero ayuda.
Yo pensaba esto mientras cargaba al hombro a Isaías, mi hijo de dos años, por las calles del Viejo San Juan. Íbamos de camino a efectuar un pago del diploma de posgrado que tengo en “lay away”. Para colmo, estábamos los dos enfermos y adoloridos.
Mírese en su espejo más querido
Mientras caminaba cargando a Isaías, lo miraba mirar. Lo miraba con calma, como siempre lo miro. Ya habla todo el tiempo pero muchas veces se me hace difícil entenderlo y se encojona. Me recuerda a mí mismo. Tiene ese carácter. Ojalá yo pueda ayudarlo a que no lo lleve a él a todos los lugares obscuros que me ha llevado a mí. Lo miraba y como siempre, deseaba poderle dar todo. Sentía ese deseo de apretarlo que me ataca sin control cada vez que me entiende y yo lo entiendo. Pues allí, y viniendo de esa guerra que acababa de desatar en mi mente contra el sistema y la salud, me imaginé a Jesús, con solo dos añitos.
Mi vista estaba en Isaías pero en otro mundo. Les juraría que me pareció haberlo visto sentir lo que yo estaba sintiendo cuando me tomó la cara con sus dos manitas y me dijo con su voz chiquita, “¡papá!”, mientras movía la cabeza buscándome los ojos. No los encontró porque yo estaba perdido, cavilando. Él lo notó. Oigo, pero como si estuviera bajo el agua. Me vuelve a llamar: “¡papaaaaaaaa!”. Cuando alarga la última letra está perdiendo la paciencia. La “a” duró hasta que me encontró por fin la mirada. Así también me saca de la tristeza y de la rabia a cada rato.
Regresé del trance y le dije allí mismo lo mucho que lo amaba. Yo sé que él no puede todavía entender de qué trata eso de amar, porque toda la gente que él conoce lo ama y aún no tiene parangón, pero me pareció, con el gesto que hizo, que ya se lo sospecha. No sé si me explico, pero si bien es cierto que no hay edad para sentir el placer de estar rodeado de amor, no es menos cierto que cuando sentimos el peso del odio de la humanidad sobre nosotros, el amor adquiere un significado mucho más claro y concreto. Aquí debo aclarar que el gran amor que siento por mi hijo es directamente proporcional al odio que la sociedad deposita sobre nosotros. Por tanto, amar a mi hijo en mi caso desemboca en una profunda rabia hacia el sistema que parecería prometerle un futuro turbulento. Mucha gente ha optado, no obstante, por derrotar al prójimo antes que tratar de detener el implacable abuso del Poder que nos controla. Las consecuencias son fáciles de imaginar y los esfuerzos que hay que hacer para evitar su incoherencia moral, parecen retos titánicos. Entender eso pone triste a cualquiera. Porque amar a un hijo se convierte cuando optamos por jugar el juego de competir, en tener que odiar a los hijos de otros, aunque no queramos aceptarlo. En este sistema para dar hay que quitar.
Así, inmerso en esa idea, miré a Isaías de nuevo y le dije que yo quisiera que él disfrutara todo lo que a mí entender se merece, pero que todavía no encontraba una manera de que pudiéramos disfrutar de todo sin tener que quitarle ese todo a los demás. Le dije que mientras otro mundo se gesta, tendrá que contar solo conmigo. Luego susurré un “ni modo”, y se me salió una carcajada. Isaías sacudió todos sus ricitos dorados riendo con la boca abierta y se tiró en mi hombro y me abrazó con sus manitas hasta donde alcanzó. Esa es mi casa. Su cabeza sobre mi hombro es mi hogar. Después me dijo “piso” y lo bajé a donde apuntaba su dedito y se fue corriendo a jugar.
Mi hijo me ha enseñado muchas cosas. Creo que la mayoría son cosas que eran pequeñas antes y crecieron, pero hay otras que he descubierto que tenía y había vivido todo este tiempo sin saberlo. De todas formas, también me enseña cosas que me entristecen, como cuando pienso que tendrá que crecer en pleno centro de la miserable violencia del progreso, entre edificios abandonados, adictos conspicuos, gente sin hogar y muchos enfermos.
Pienso en que todos y todas hemos sido pequeños, hermosos, tiernos, inocentes, frágiles, vulnerables e intensos. Pienso en Jesús pequeño como Isaías y siento ganas de abrazarlo y decirle que no está solo. Quisiera decirle que si tenemos suerte, más personas sabrán de él y no necesitaremos buscar salvar su vida peso a peso. Nadie debería de estar solo, nadie debería suplicar por dinero para salvar su vida. Por eso hay que erradicar este sistema. Pero mientras tanto, por favor, salvemos a Jesús.