Santos e inocentes, más allá de la representación en Teófilo Torres
El enigma de Pateco
Conocí a Teófilo Torres durante los primeros años de mis labores como profesor en la Facultad de Estudios Generales en la Universidad de Puerto Rico. Por alguna razón que no podría explicar pero que suelen llamar destino, hubo empatía entre nosotros. Tal vez fuera que él respetaba la creación artística que por entonces yo realizaba, en tanto yo era admirador de su talento en escena, particularmente porque veía en Teo no sólo al actor, sino a un meditador más acá de las cortinas y el entarimado de un escenario.De Teófilo Torres tengo recuerdos, desde sus primeros años en la UPR, como estudiante y actor, y desde la perspectiva de su trayectoria artística. No es este el momento de entrar en detalles que no sean los de su carrera en los distintos escenarios donde actuara. Entre sus aficiones estaba la del apicultor. Luego el joven profesor al iniciarse en la docencia, el amigo que a veces se paseaba por la costa de Islote y paraba en mi hogar cuando la casa estaba en los comienzos de construcción, el artista que visitaba mi oficina en Estudios Generales en el momento en que le era difícil hallar quien le hiciese un cartel para la obra A mis amigos de la locura, o una breve consulta cuando representó la Apología de Sócrates, obra que le costaba más tiempo realizar su transformación físico-psicológica acorde con la complejidad del personaje, que el tiempo de la representación en escena.
El domingo 30 de diciembre de 2018, Haÿdée y yo asistimos al Centro de Bellas Artes para ver SANTOS E INOCENTES, obra teatral en la que Teófilo Torres, junto a René Monclova, Yezenia Cruz, Eduardo Villanueva y Joe Collazo, con la música de Los Ultra Criollos, representaban. Se trata de un Musical como nunca se había hecho en Puerto Rico, valiéndose de la Música Jíbara. Una cosa es hacer un programa de música jíbara, o grabar una vez al año el estribillo para la temporada, y otra es crear un melodrama, comedia y tragedia a un tiempo, cuya música le sirve de vehículo para emitir serias preocupaciones de índole social y de trascendental magnitud.
Quienes asistieron a esta representación y desprevenidos rieron a mandíbula batiente, tal vez no percibieran la dimensión filosófica de dicha pieza teatral. Este Puerto Rico, jodido por los cuatro puntos cardinales, cuya alienación requiere de una trans-formación para lidiar con sus traumas, que quienes los padecen ríen de ellos sin darse cuenta que se ríen de sí mismos, precisa de una meditación cuidadosa y profunda.
Teófilo Torres es un filósofo, pensador que pone en las voces del pueblo mediante tonadas campesinas sus hondas meditaciones. La gran ironía, la inicial en la pieza musical a la que asistimos, imperceptible para quienes buscan reír para escapar del mundanal ruïdo, está oculta y es a la vez evidente en el nombre del personaje principal de la obra: Pateco.
¡Pateco implica la tragedia en medio de la risa!
Para el común de la gente, Pateco pasará como un nombre folclórico que podría ser cómico, como otros, sin percibir la dimensión metafísica que en él hay contenida. Para entender el profundo sentido del nombre debe recurrirse a una frase común de nuestro pueblo a la que nadie que no fuera Teófilo Torres le prestaría atención en su espiritual sentido. En la jerga puertorriqueña, cuando alguien del pueblo muere, no falta quien exclame: “Se lo llevó Pateco”. Y hasta cuando alguien está bien jodido, lo cual es igual a estar muerto, se dice igual. Nadie sabe quién es Pateco, pero la sentencia existe como epitafio grabado en loza de mármol o de granito con el cincel de más incisivo filo. ¡Es, acaso, Pateco contracción de Patético?
¡Pateco es, pues, en la tradición puertorriqueña, némesis de Caronte en la cultura grecolatina! En lugar del barquero que por la laguna Estigia traslada las almas tras la muerte al Infierno, como aparece en La Odisea de Homero y en La comedia de Dante, Pateco es el sepulturero, quien tiene la facultad de cavar fosas para el último viaje de los seres de este mundo.
Si bien el personaje, Pateco, pertenece al pueblo, a Teófilo Torres le corresponde la honra de elevarlo a una dimensión trascendente y le asiste el honor de conducirlo hacia un nivel filosófico con igual derecho que Homero, Dante y la cultura clásica lo hicieron con Caronte. Esto no es intuición ni casualidad. Mucho menos especulación ni espaldarazo sin fundamento. Teófilo Torres ha sido profesor universitario, lector e intérprete de obras maestras del mundo clásico por muchos años. Por absurdo parezca y por más cómico lo tomen los espectadores que ríen frente a sus diálogos y monólogos, Pateco es el resultado de profundas meditaciones.
¡Se lo llevó Pateco! Frase del Pueblo, cuyo significado es se lo llevó la Muerte. Y, cosa extraña y sobre todo sorprendente: Pateco tiene más hondo sentido filosófico que aquella expresión mexicana que reza “Se lo llevó La Pelona”, aunque haya en ésta una intención burlesca; sin olvidar que los grabados de Posada dan dimensión dramática a osamentas vivientes. Como estas frases debe haber otras en las tradiciones de los pueblos occidentales y tal vez orientales, pero nada nos sorprende más que este cavador de tumbas que en la creación de Teófilo Torres viene a equipararse a aquella imagen del esqueleto con la guadaña que tradicionalmente aparece en las tradiciones de muchos pueblos y así es representada en una de las cartas del medieval Tarot.
¡Cuidado, amigo que asistes al teatro para pasar el rato riendo de las “comiquerías de un actor”, porque con toda certeza te estarás riendo de ti mismo! Es posible te halles en estado de enajenación, sin percibir que “tienes la muerte detrás de la oreja”, como también con suspicacia suele sentenciar el Pueblo.
La obra
Santos e Inocentes es un musical en toda regla. El que sea representada durante los días 29 y 30 de diciembre tiene un especial significado. El día antes —28 de diciembre—, es en nuestra tradición el Día de los Inocentes. Se dice conmemorar el día en que los soldados de Herodes ejecutaron a un sinnúmero de niños menores de dos años en su intento de dar muerte al Jesús nacido en Belén de Judea. En los pueblos de Puerto Rico, el Día de Inocentes es el de “correr máscaras”. La relación entre las máscaras y los Inocentes es difícil de establecer. Pero es así. Y —un día después de la última representación de Santos e Inocentes—, el 31 de diciembre, es el día en cuya noche se despide al anciano Año Viejo —algo parecido al Pateco que aparece en la obra— y se le da la bienvenida al Año Nuevo, niño en pañales en nuestras máscaras.
Podría haber una serie de interpretaciones en la pieza teatral puesta en escena por Teófilo Torres. Santos e Inocentes por estar ligada a la tradición de la Navidad en la cultura puertorriqueña. Santos e Inocentes por la fe que desde niños se nos inculcara, la cual mamamos con la leche materna. Pero, trágicamente, SANTOS E INOCENTES son los seres que habitan nuestra isla en estado de limbo. ¡Se cae el mundo y nos reímos estúpidamente! Pasa un huracán y está por llegar el más terrible episodio sísmico de nuestra actual historia y el boricua enajenado, hecho el gracioso, publica chistes sin darse cuenta de la tragedia que nos amenaza. ¡Cuán santos e inocentes somos! No por nada, cuando el día de Inocentes nos cogen de pendejos jugándonos bromas a veces muy pesadas, al reírse el gracioso espepita la sentencia: “¡Inocente mariposa!”
Quizás no sea trágico ni malo que se conserven estas tradiciones, pues a la larga nos definen como pueblo. Lo insólito es la ignorancia en que incurre la enajenada mente al festejar la tragedia sin percibir los alcances de su alienación.
Santos e Inocentes, la pieza teatral de Teófilo Torres, es por esto un aguijón contra la pereza de la mente. Es la garrocha que arrea al buey cansado que al mordisquear la yerba se babea, similar a muchos humanos que sin importar los años que cuentan en su calendario, aún se mean en los pañales. Es un ariete golpeando contra la tozudez de los muros de la Inercia, de la falta de voluntad para pensar y los brazos caídos al momento de actuar para hacer valer sus derechos. Santos e Inocentes es un sacacorchos para extraer el tapón de nuestras mentes. A aquellas molleras que se permitan ser despertadas de “el sueño de los justos”, naturalmente.
El concepto de la obra está montado sobre una cuidadosa selección de tonadas de música autóctona, utilizando estilos de seises y aguinaldos entre las muchas expresiones de las cuales el cante jíbaro dispone y con devoción el trovador hacia su folclor cultiva. El libreto exige a los artistas participantes interpretar sus partes en décimas. Es esto de suma importancia. En una de las escenas aprovecha el intérprete para dar lección sobre la estructura de la décima, expresión más auténtica del campesino puertorriqueño en materia de música autóctona. La propia obra explica su origen, acudiendo a Espinel, a quien Lope de Vega le atribuyó haberla creado.[1]
Una de las características de esta pieza es que el personaje, Pateco, no memoriza las letras de las décimas que canta. Persiste en leer de grandes páginas, las cuales hace pasar con gracia tal que mueve a risa. Al principio creí tratarse de un recurso para no equivocarse al cantarlas, aparte que como actor Teófilo presta vida al gesto, al brinco, a la actitud meditada, al comentario al margen, a la turbación en el desarrollo del monólogo entre versos, lo cual sería intolerable en los trovadores de música jíbara, quienes toman muy en serio su arte de improvisar. Luego he reflexionado: las páginas son necesarias, ellas representan los manuscritos: los rollos, papiros o pergaminos en que se escribieron los libros antiguos dando origen a la historia sagrada de nuestra tradición hebreo-cristiana. Es decir: el Libro de la Vida de Paco, el personaje que surge de la tumba para integrarse a la trama y luego que el espectador le cree su versión de que su muerte fue una broma del Día de Inocentes para divertirse a costa de su hermana resulta, en el desenlace, ante el sorprendido espectador, que efectivamente había muerto y se hallaba en su tránsito hacia “El Otro Mundo”. De ahí que retorne a la fosa de donde al principio había emergido.
A decir verdad, Teófilo Torres nos ha dado una cogida de… ¡Inocente…, a cuantos asistimos a ver su obra!
Pero…: ¡Es la tradición! ¿Qué podría alegarse?
Ahora bien: ¿Significa Paco el empaque, o el paquete del difunto a ser sepultado? ¿Hasta dónde nos transporta la dimensión filosófica en la cual Teófilo Torres envuelve al público en su divertida tragicomedia? ¿Cuántos seres, entre aquellos que durante dos atardeceres con sus noches abarrotaron la Sala René Marqués del Centro de Bellas Artes, saldrían reflexionando insospechadas honduras en una pieza teatral saturada de tonadas jíbaras y melodías navideñas, supuestamente escritas para divertir?
¡O es que autor y actores nos dieron una tremenda cogida?
Es para meditar. Lo expuesto no lo digo en tono de reproche. Se trata de una reflexión positiva. Un creador teatral que mueve a miles de espectadores a reírse de ellos mismos es, en definitiva, un maestro de la más profunda e incisiva sátira.
Nos hacen falta más genios de la hondura filosófica de Teófilo Torres. Tenemos extraordinarios autores que han dado vida a las más absurdas situaciones políticas y sociales de nuestro pueblo. Mis sinceras felicitaciones para ellos. Los he admirado en su momento y me honro en haberlos felicitado, sinceramente.
Me hallo, sin embargo, en otra dimensión cuando me inserto en esta pieza melódico-satírica de Teófilo Torres —excúsenme René Monclova, Yesenia Cruz, Eduardo Villanueva y Joe Collazo, por tenerlos al margen de mis comentarios—, él es el centro de cuanto ocurre, se desarrolla y trasciende en Santos e Inocentes. Y si estoy escribiendo estas notas, no es por presumir de erudito, es por estarme sacudiendo la pereza del no pensar, por resistirme a saber si he reído estúpidamente sin que esas carcajadas que desinhibido he soltado sin empacho alguno, tienen un sentido real en la vida de un pueblo en estado de inercia. Como Teo, he intentado sacudir conciencias, y he buscado fuete pa’ mi culo, como me advertía mi madre cada vez que hacía algo insólito, pues desde niño fui rebelde.
En Teófilo Torres hallo ese estado de ambigüedad en que lo que dice de manera cómica debe entenderse como una inminente amenaza flotante en el ambiente, cuya advertencia implica: ¡En guardia!, y tomarlo muy en serio y con extrema cautela. Porque la guadaña de la muerte oscila sobre nuestras cabezas y la pala del sepulturero solo espera que termine de ejecutar el movimiento iniciado para entrar en acción. De ahí que Pateco no suelte la pala.
Por eso su litro de licor, aun suponiendo un pitorro criollo, es más que eso: es una bebida espirituosa: similar al espíritu de los muertos para quienes Pateco cava sus tumbas.
______________
[1] Sobre este particular escribí un detallado estudio desde un siglo antes de Espinel hasta un siglo después de Espinel. En él se muestran décimas previas compuestas de dos quintillas, cómo Espinel, sin que las llamase décimas y sí “Coplas”, innova la forma adjuntando una cuarteta y una sextilla, armonizando las rimas en la forma que hoy conocemos. Lope de Vega reclamó que dicha forma debía llamarse “espinela”, en honor a su maestro Vicente Espinel.