Se vende hielo frío
En ese bar vendían hielo frío. ¿Qué otro tipo de hielo podría haber? Me pregunté. Recordé el hielo seco de los laboratorios de la escuela. ¿Seco? ¿Frío? No sé. Hielo adjetivado. Hielo frío.
Me hubiera gustado que Juan Carlos (Quiñones) hubiese estado allí conmigo. Algo que decir se le hubiera ocurrido. Sólo me quedó tomar la foto para que luego me lo creyeran cuando también luego lo contara en La Tertulia.
Qué extraordinaria capacidad le agrega el celular a la memoria: ahora podemos robarnos la imagen y mostrarla más tarde.
¿Nos pasará como con los números de teléfonos que dependemos tanto del celular para guardarlos que ya no recordamos los números de teléfonos? ¿Se nos olvidarán las imágenes al guardarlas en los móviles? ¿El Sdcard se hará nuestra memoria?
¡Qué mucho molesta cuando se borran todos los números del celular y nos quedamos en el limbo telefónico! ¿Ah?
Bueno, después de tres cervezas tuve que ir al baño. Y qué crees que encontré. Un letrero con instrucciones precisas:
Se me olvidó decirles que el día que estuve en aquel bar era un día de fiestas de calle. Había mucha, mucha gente. Y la mucha, mucha gente a veces significa mucho, mucho dinero. Y los dueños del bar decidieron cobrar el baño. Coño, pero cinco pesos, es demasiado. Me fui.
Llegué a una amplia plaza con losetas grises. La noche era agradable. Andaba con unas tennis que me apretaban sólo el pie derecho. Qué raro, pero sólo era el pie derecho. Me eñangoto para bregar con el tenis. De momento oigo un ¡tum! Algo negro había caído al piso cerca de mí. Me levanto rápido y me alejo. Luego y poco a poco me acerco a mirar aquel bólido fugaz que yacía en la plaza. Era negro y como que se movía. Lo reconozco y me sorprendo. Era un murciélago.
¿Qué hago? ¿Gritar, pedir ayuda, entrarle a patadas, salir corriendo? No. Saco el celular y le tomo una foto. Ahí está. ¡Ven que es cierto!
Entonces se me ocurre preguntarme ¿qué efectos tendrán los celulares sobre la legitimidad de los acontecimientos? ¿Cuáles serán las consecuencias epistemológicas de este “recording as it happens” de la que casi todos y todas somos capaces?
Me siento en un banco de la plaza y sigo reflexionando sobre todo esto. Me repito que me hubiera gustado que Juan Carlos (Quiñones) hubiese estado conmigo allí. Algo inteligente y misterioso hubiese dicho.
Así, de momento pensé en aquellos primeros registros del hombre y de la mujer en las cuevas.
Como ocurre con los conejos de los magos me saco de la manga otra foto. Una foto de una impresión en la pared de una cueva de un pueblo de la isla del que ahora no recuerdo el nombre. La tomé también con el celular. Nos llevó mi vecina Yasha Rodríguez. Ella es arqueóloga y se pasa metida en cuevas y hoyos buscando y descifrando los rastros de los antiguos.
Muchos de nuestros rastros serán digitales y en el futuro los arqueólos y arqueólogas se hundirán en las cuevas digitales de nuestros “cell phones” para averiguar como hacíamos lo que hacíamos.
Sentado todavía en el banco de la amplia plaza y mirando de vez en cuando las escasas estrellas que se dejan ver pienso en el señor “artista” que pide en la intersección de mi casa.
Él se la pasa haciendo instalaciones maravillosas en la luz de la Muñoz Rivera y la avenida Hostos, frente al Tribunal de San Juan.
Vistió y amarró a una palma a esta muñeca inflable que originalmente existía para acompañar la soledad sexual de alguna alma triste. Al uno detenerse en la luz tenía necesariamente que recibir el saludo de su mirada intrigante.
En la misma intersección, al lado del botón que nos hace imaginar que si lo tocamos la luz cambiará a nuestro favor, el hombre levitó una lata de coca-cola con un alambre. Te parabas para cruzar y encontrabas esa lata flotando.
Nos regala asombro y fantasía, el hombre que pide en la luz del Tribunal de San Juan. Si él tuviera un agente que le mercadeara su arte en el establishment artístico sería un codiciado artista urbano. Connections, gente, connections.
Y claro que sí, esas fotos las tomé con el celular.
Me levanté del banco. Eché andar y para terminar les voy a hacer creer que recordé una búsqueda de fotos por Internet donde encontré una maravillosa fotografía tomada por Dios de cuando Moisés dividió el Mar Rojo.
Parece que Dios también depende de la memoria digital. ¿No les parece chula esta foto? A mí me encanta. La gente tan chiquitita y el milagro tan asombroso.
Quizá tanto como el del hielo frío.