Servicios Secretos
poderoso, invencible
–Silvio Rodríguez
Todos escuchamos la historia, quizás con más detalles de lo que hubiéramos querido.Una hija de los Fulanis, uno de los pueblos nómadas más numerosos del mundo, cruza el Atlántico para empujar, no rebaños, sino el carrito de limpieza de un hotel en Nueva York. Debe dejar catorce habitaciones impecables cada día en el piso que tiene a su cargo. Hace casi un año, su base de operaciones le informa que una de las suites ha sido desocupada. Nadie, en efecto, responde al tímido llamado de housekeeping. Sin embargo, un hombre de intenciones muy turbias, piel y pelos muy blancos se le aparece desnudo. La vida de ambos está a punto de cambiar. Lo que es terrible es que él no pudiera atisbarlo siquiera. Ella se descompone en excusas e intenta salir. Tiene 32 años y él casi le dobla la edad. Ha sido abogado corporativo, profesor visitante en Stanford, titular de ciencias económicas en la Universidad de hüpfburg París y en el Centro de Estudios sobre Política, Ministro de Finanzas de Francia y miembro de su Asamblea Nacional. Está en Nueva York por responsabilidades asociadas al cargo que ocupa en la dirección del vituperable Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington. Es precisamente esa trayectoria, salpicada de eventos como el que está a punto de suceder, la que le asegura que puede aparecer desnudo ante cualquier mucama. Habiendo salido siempre bien librado de los trances a los que le conduce una falla de carácter que lo sume en lo patológico, el fulano se piensa invulnerable ante la fulani.
Un cuarto de hora después, ese hombre tan turbio sale a toda prisa por la puerta que cruzó Nafissatou Diallo con su diezmado rebaño de sueños. Salió y la vida de ambos se precipitó al abismo. Iba tarde a un almuerzo con su hija menor, estudiante de la Universidad de Columbia. Sin detenerse un momento a pensar en los siete minutos que duró su encuentro con Nafissatou, DSK llamará después al hotel preguntando por su Blackberry. Teme que haya quedado tirado en la habitación donde Nafissatou dejó un escupitajo con su semen. La policía, que ya se encontraba en el hotel, le pide a quien toma la llamada que bajo el pretexto de regresarle el teléfono pregunte a dónde pueden llevarlo. DSK está encantado con el servicio. Está a punto de abordar el vuelo nocturno en el terminal de Air France del JFK.
La vida política del país que era su destino estaba a punto de sufrir un sobresalto. DSK perdió el vuelo. Cuando su foto esposado le dio la vuelta al mundo había perdido ya su trabajo y poco tiempo después, la posibilidad de ganar las elecciones presidenciales francesas cuyos primeros comicios se celebraron el domingo pasado. Lo que a muchos le pareció un complot y a otros un mero golpe de buena fortuna para el Presidente Sarkozy, terminó por favorecer a un contrincante gris del partido socialista en el que militaba DSK. Francois Hollande o el arte de esperar el turno, es el título que propone un periodista de Radio Francia para quien resultó ganador en la primera vuelta electoral francesa. Cuando su suicidio político era ya obvio, DSK admitiría en una entrevista televisada: «He faltado a mi cita con los franceses y lo lamento». No nos cabe la menor duda. Para un funcionario tan ambicioso, el Palacio del Elíseo hubiese sido el destino de predilección. Por Nafissatou Diallo, Francia se libró de su propia versión de Berlusconi.
Nafissatou no perdió ni un alto cargo ni fue descalificada para unas elecciones presidenciales. Perdió, entre otras cosas, un caso criminal antes que el jurado pudiera siquiera examinar la prueba. Pasó semanas incomunicada en un hotel con su hija adolescente. Le tomó dos meses poder volver a su apartamento. A los fiscales de Manhattan, el testimonio de Nafissatou no le pareció confiable. Le imputaron contradicciones en el relato y declaraciones comprometedoras realizadas por teléfono, bajo la presunción de privacidad y en su idioma natal. Entre las declaraciones que sirvieron para poner en tela de juicio su confiabilidad como testigo está una historia contada a los fiscales sobre las causas que la llevaron a pedir asilo en los Estados Unidos. Las autoridades migratorias estadounidenses alegaron que bastaba con que Nafissatou explicara que había sido sometida a una ablación genital, sin tener que añadir, como lo hizo después, que había sido violada en Guinea de otras maneras. Sometida en cuestión de horas al más minucioso examen, se reveló que Nafissatou había declarado un dependiente al que no tenía derecho en sus planillas tributarias. Esto y algunas amistades peligrosas, entre las que se encontraba un amigo preso a quien le aseguró por teléfono saber lo que hacía y que DSK tenía mucho dinero, la descalificaron de la protección del estado para el que tributaba.
Consciente de la importancia del hombre que identificó como su atacante en una rueda de confrontación, Nafissatou llegó a pensar que podía estar en peligro de muerte y mandó a su hija a casa de conocidos. Sin embargo, fue DSK quien declaró haber sentido «miedo, mucho miedo», además de sentirse «humillado […] prisionero en una maquinaria infernal, en una situación de una violencia inaudita [….] que me iba a aplastar.» Él, tan locuaz, dijo haber sufrido «ataques terribles sin poder decir una palabra». El asalto lo vivieron ambos en tándem. Primero ella, inmigrante analfabeta, residente en las penumbras de lo legal. Luego él, aristócrata global, artífice de esas mismas penumbras.
Para DSK su encuentro con Diallo no fue más que una brevísima relación casual y consensuada. Quizás impropia –siguiendo la pauta discursiva del ex-presidente Clinton durante el acto de contrición por su relación con la joven becaria Lewinsky–. De seguro, una elección «estúpida». A lo sumo, y si no hay remedio, se trató de «una falta moral» de la que afirma no sentirse orgulloso. Parece ser que DSK llegó a pensar que todo quedaría atrás y que podría recoger los pedazos de su vida junto a su esposa, la enigmática multimillonaria Anne Sinclair, quien se proclama tan feminista como la que más. Para probarlo, le ha dicho a El País que ha defendido, en su momento, la paridad salarial y de oportunidades para sus congéneres. Eso sí, Sinclair no parece suscribir la creencia que la vida privada pueda tener algo que ver con las convicciones de alguien. Quizás así pueda explicarse el feminismo de una, el socialismo del otro y las ilusiones de imperturbabilidad de ambos.
El juicio que no ocurrió en Nueva York fue el preludio a una serie de acusaciones. La más reciente aun se ventila en los tribunales franceses y le ha costado a DSK la pesadilla de otra noche en un cuartel. No debe sorprender a nadie que se le haya identificado como cliente asiduo de una red de proxenetas internacionales dedicados a organizar encuentros casuales y consensuados a ambos lados del Atlántico.
II
A la luz de esos eventos, ya algo desdibujados, leo que una docena de agentes del Servicio Secreto y once militares a cargo del plan de seguridad del Presidente Obama durante su comparecencia a la sexta Cumbre de las Américas están bajo investigación por haber faltado a sus deberes. Seis de ellos parecen haber sido ya des-membrados del famoso cuerpo al servicio del mandatario y su familia. Y ha sido una mujer, la jefa de la Oficina del Servicio Secreto en Miami, la que los ha mandado a todos a casa.
En Cartagena, la presencia de los hombres del Presidente distaba mucho de ser secreta. Las chicas que se dedican a atender a los clientes que hacen de las costas caribeñas destinos famosos para el turismo sexual los tenían claramente identificados. A lo mejor todos tienen el look de Kevin Costner en The Bodyguard o, como dijo una de ellas, bastaba con mirarles los zapatos impolutos y la facha. Si quedaban dudas, las disiparon en un club de nombre muy sutil, Tu Candela, donde uno de los hombres de Obama pagaba $100 dólares por cada botella de Absolut.
Realmente es muy fácil saber a dónde lleva esta trama. En algún momento de la noche, las dos chicas que se han vuelto protagonistas de esta historia cerraron un trato con los amantes del vodka sueco. Se iban quedando sin noche, pero por sexo de madrugada en el hotel donde ellos se alojaban, las chicas piden una cantidad para nosotros indeterminada. No problem. En el piso 28 de Sofitel, Nafissatou habría tenido que trabajar más de un turno para obtener la cifra más baja que se ha mencionado. Y eso, sin tomar en cuenta los dichosos impuestos. El hotel a donde regresan es tan, pero que tan discreto que pide a cada escolta que deje una identificación en el mostrador. Eso sí, a las 6:30 a.m. llaman a las habitaciones donde pernoctan para que ningún conocido las vea correr despeluzadas mientras se sirve el desayuno.
Baby, give me cash, susurra una a su pareja adormilada y renuente. Él le entrega $30 dólares. Ella se ofende e insiste en lo acordado. Esto es un contrato, ¿no? La amiga que ayudó a cerrar el trato interviene. Hay insultos y un portazo. Y golpes frenéticos a la puerta. Como en Nueva York, la policía acude a favor de la reclamante. Se trata, en este caso, de una actividad legal y del incumplimiento de una de las partes. Los compañeros del agente al que la resaca ha transformado en un homo economicus hacen apresuradamente una colecta, mientras ofrecen protección al renegado de turno. El Renegade que es su jefe llega en 24 horas. Como adolescentes, juntan lo suficiente para que las chicas tomen un taxi y le comenten al conductor de turno el mal rato. Pronto será noticia en los telediarios.
La atención de los medios se ha centrado en dos ángulos de folletín: la búsqueda del cuerpo del (pseudo)delito –ya especulan que recibirá una oferta millonaria de Playboy– y las elucubraciones sobre la comprometida seguridad del Presidente. Dan ganas de llorar. Poco me importa lo uno o lo otro. Nada nuevo hay en la paranoia estadounidense sobre la seguridad y mucho menos en su obsesiva liason entre sexo y poder. Cuando veo estas chicas transformadas en Barbies de tamaño real y curvas irreales, me pregunto si la vacía formalidad del contrato es la condición sine qua non para pensar y pasar juicio sobre la vida sexual en sociedades terriblemente desiguales. ¿Cómo aplicamos la forma jurídica del contrato cuando la identidad de la contratada la lleva a pensarse y ser pensada como una mercancía suntuaria, mientras que el contratante conserva todas las características y prerrogativas del sujeto comprador? Por incómodo que nos resulte y poco conveniente para los G.I. Joes y los DSK del mundo, me parece que hace falta articular en voz alta muchas más preguntas. No basta con indagar si ambos están en edad y condiciones para consentir o con meramente cotejar si existen circunstancias que den a uno capacidad para coaccionar o intimidar al otro. ¿Cómo, por ejemplo, sopesamos los desniveles que en cada contexto cultural puede implicar el que uno sea significativamente menor que otro, considerablemente más rico, blanco, negro o indígena, extranjero de tal o cual país o sencillamente hombre, mujer, travesti o transgénero? ¿Cuánto hay que saber, por ejemplo, sobre las diferencias de clase o las tensiones étnicas y raciales en Estados Unidos y Europa occidental para concluir que, dadas las abismales desigualdades entre Nafissatou y DSK, la duración del evento bajo examen y el hecho que ella se encontrara en su empleo resulte prácticamente increíble cualquier forma de consentimiento?
Recuerdo haber leído que Piroska Nagy, especialista en Ghana y una de las economistas subalternas de DSK en el IMF, había escrito que en su caso se sentía condenada si se acostaba con él y condenada si no. Ella, una mujer educada y con un buen trabajo optó por la primera condena y renunció al empleo. Ella. ¿Qué será de otras? En la edición en línea del Washington Post el domingo 22 de abril se hace referencia a un estudio de una universidad colombiana que calcula en un dos porciento la cantidad de estudiantes universitarios en Cartagena que trabajan en el servicio de escoltas. Entre los universitarios: ¿cuál es el porciento entre otros jóvenes?
A la Cumbre que marcó el inicio del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos comparecieron las tres mujeres presidentas de la región: Dilma Rousseff, Cristina Fernández y Laura Chinchilla. Sus gobiernos son hoy responsables del bienestar y seguridad de alrededor del 40% de los habitantes de Latinoamérica. El poder que detentan las dos primeras y la evidente pérdida de liderato de los Estados Unidos en la región fueron algunas de las muchas cosas que quedaron opacadas por la injustificable publicidad a la insensatez de la guardia pretoriana de Obama. Si algo está cambiando en la región –y basta ver el decreto del gobierno de Fernández para nacionalizar la empresa petrolera Repsol– existe la amenaza que quede oculto bajo viejos estereotipos que se reconfiguran o sepultado bajo las ingentes realidades que machacan las posibilidades de otros consentimientos.
Nos hacemos un flaco servicio si son, precisamente, cosas como éstas las que siguen veladas y en secreto.