Shoplifters: sobrevivencia
El hombre Osamu (Lily Franky) le ha enseñado a Shota (Kairi Jō), un niño, cómo robar. Lo hacen usando un sistema de comunicación por señas y cubriéndose detrás de los carritos de compras. El adulto le ha hecho creer al niño que el robo se justifica porque las cosas que no se venden no le pertenecen a nadie. A veces, se les olvida algún producto, como si lo hubieran dejado fuera de la lista de compras, y cuando llegan a la casa las dos mujeres jóvenes y la abuela Hatuse (Kirin Kiki) se lo echan en cara a los proveedores.
Una noche fría, según Osamu y Shota están regresando a la casa después de una jornada muy fructífera, ven a Yuri (Miyu Sasak), una niñita del vecindario a quien con frecuencia la dejan fuera de su apartamento. Se la llevan con ellos con la idea de darle de comer, pero las circunstancias hacen que la niña se quede a dormir con ellos. Es el principio de una serie de sucesos que nos van revelando la situación familiar y los secretos de sus miembros.
Poco a poco, con la delicadeza que uno asocia con un jardín japonés y con la sutileza de un pequeño lago lleno de koi, pero con la contundencia de un samurái, nos confrontamos con los conflictos que rodean a este grupo de personas que viven en la pobreza que se oculta en las grandes metrópolis. Nos vamos percatando de que, como en otros países capitalistas, la capital de Japón atrae provincianos que vienen en busca de trabajo pero, aunque lo encuentran, no son lo suficientemente remunerados, ni los empleos proveen seguridad. Esas fallas sociales son soslayadas por las autoridades y por el gobierno, que se hace de la vista larga. El director nos hace conscientes de eso recurriendo a muchas tomas de plano picado desde una grúa que conduce a que nos vayamos distanciando cada vez más de los personajes. Esa distancia que establece el lente de la acción representa la que existe entre los marginados y la sociedad con recursos. Contrapuesto a estas tomas vemos en planos generales los espacios reducidos donde la familia convive como sardinas en lata. Cada uno ocupa un espacio, pero ese espacio está limitado por las fuerzas externas que influyen sobre ellos. El único que ha podido encontrar para sí un espacio especial es Shota, que duerme en una especie de covacha que le otorga una individualidad que se ha de manifestar más adelante. Estos encuadres que se centran en la estructura que la familia reclama como hogar, contrastan con su medioambiente. Afuera está la hostilidad de una ciudad que los acecha, no solo con la dificultad que es vivir en ella, sino con los elementos que traen las temporadas, que la hacen fría o calurosa. No nos sorprende que algunas de las propuestas cinemáticas hagan referencia al Kurosawa temprano. Aunque los temas del gran maestro son muy distintos a los que Kore-eda presenta, tiene en común la miseria que abatía al Tokio de la posguerra, con la miseria que se esconde en la ciudad hoy día. No solo la pobreza es un tema, sino que el abuso de niños y mujeres es parte de la vida de estos desafortunados.
Entre las muchas cosas hermosas del filme está la relación entre los personajes, que indican que no todas las vicisitudes conducen a que le gente pierda su ternura. Los dos hermosos niños de la película son recipientes de un amor verdaderamente sentido por los adultos que los rodean y, en varias escenas, queda claro que los buenos sentimientos son lo que ha permitido que este grupo de personas haya podido sobrevivir su infortunio. Hay que señalar que esas dificultadas económicas de la familia no son tan humildes que les evite tomar un viaje a la playa. (El paralelismo entre este viaje y el de la familia en “Roma”, y su significado es sorprendente, pero se los dejo porque hay cosas que no puedo revelar.) Ese viaje es el preámbulo a un incidente llevado a cabo por Osamu y que se convierte en la epifanía de Shota, pues lo conduce a un examen de conciencia y modifica su relación con Osamu. De ahí en adelante los secretos se descubren y el filme se vuelve más oscuro. Al mismo tiempo, cómo los personajes confrontan la realidad, intensifica la belleza emocional de la película, según el peso de la ciudad y la pobreza se imponen.
Todos los actores involucrados en el proyecto son estupendos. Pero la hermosura y el encanto de los dos niños actores se quedan con uno por mucho tiempo y constituyen en la memoria el centro emocional del filme. Es, sin embargo, el logro de la dirección y el guion de Kore-eda lo que hace la cinta inolvidable. Esta es sin duda una de las mejores películas del año y los amantes del cine no deben dejar que pase desapercibida. Les sugiero que la vean antes de que vaya a morir de injustificada indiferencia.