Sicario
La construcción narrativa de esta película estupenda es uno de sus mayores logros. Tensa como un alambre, produce la sensación de estar caminado sobre un abismo y simultáneamente crea un misterio cuya solución nos toca intuir sin tener todos los datos.
Kate Macer (Emily Blunt) una agente del FBI encargada de una unidad que tiene que ver con secuestros, lidera un asalto a una casa en un pueblo de Arizona. El operativo desenmascara algo inesperado y lanza a Macer a una misión difícil y sangrienta en la que su idealismo se ha de poner en juicio. Sus ideales son fáciles de entender: hay que seguir la ley y hacerla cumplir a través de la justicia. Sin embargo, en el mundo que tiene que explorar las leyes son otras y la vida es otra, y se hace evidente que muchas leyes y consideraciones morales no aplican ni son reconocidas. A pesar de que lo que está sucediendo a su alrededor pasa como un celaje ella no entiende que ser inmovible de pensamiento y acción es una gran debilidad, y pude ser mortal.
Quien recluta a Macer para el nuevo operativo es Matt Graver (Josh Brolin) un hombre afable y aparentemente despreocupado que evidentemente tiene gran poder y que es capaz de mover cielo y tierra, si es lo que se requiere; sonríe mucho y anda en chancletas mete deo. ¿Quién es? Antes de que Macer esté segura de qué es lo que ocurre se encuentra en un jet privado que va a un destino desconocido. Más intrigante es que un hombre silencioso e imponente es el otro compañero de viaje. Alejandro Gillick (Benicio del Toro) no habla excepto cuando es absolutamente necesario y su procedencia y su afiliación oficial es un misterio. ¿FBI? ¿DEA? ¿CIA? No sabemos. Lo que sí se desprende es que el tipo es la llave del operativo y en él depende Graver para llevarlo a cabo. Alejandro tiene, además, una arma que lo hace de especial importancia: es bilingüe.En una secuencia genial, automóviles, de esos que asociamos con asesinos privados o del gobierno (SUV negros, cristales ahumados, cuatro o cinco en fila), van por las calles de un lugar inhóspito protegidos por la policía local en lo que parecería el comienzo de una pequeña guerra. Cada imperfección en la carretera, cada badén, cada ruido del material militar se escucha entre la banda sonora que parece impulsar el convoy. La larga fila de vehículos semeja un animal predador que van en busca de su presa ayudada por la música de Jóhann Jóhannsson. Es como si fuera una versión terrestre y urbana de la partitura de John Williams para “Jaws” (1975). Según progresa la escena y estamos a punto de bajar la guardia, se desencadena un intercambio entre los policías y los criminales que le acelera el pulso a cualquiera y acentúa el peligro al que se exponen los personajes principales.
Además de la música, el efecto intenso de suspenso se le debe a la dirección magistral del director Dennis Villeneuve, la cinematografía del gran Roger Deakins y la edición de Joe Walker. Luego de estos momentos desquiciantes parece que habrá sosiego para los personajes y un remanso para el espectador. No es así. La razón principal es la presencia de Benicio del Toro. Su personaje es el contrapunto moral a la actitud de Macer. Ella es la conciencia en la tierra, Gillick es la conciencia en el infierno. Como ya sabemos, si del Toro anda por el filme es imposible olvidarlo esté o no en pantalla. Su presencia inunda todo con su sutil, o imponente, fuerza y amenaza. Nuevamente, del Toro crea un personaje inolvidable. Va a interrogar a un preso clave para su misión y lleva un botellón de agua. Lo vemos de espalda según lo pone frente al pobre diablo y se le acerca y le susurra sus preguntas. No vemos lo que hace, pero sentimos que ha de ser algo terrible porque el actor ha logrado ponernos en vilo por su presencia, su control de no exagerar la amenaza, y ese susurro sosegador y malsano simultáneamente. En una escena cuasi cómica y, no me extrañaría, que improvisada, se moja el dedo con saliva y se lo mete al hombre que está interrogando en… Hay que ir a ver. Curiosamente, aunque no sé si fue la intención del guionista Taylor Sheridan, Gillick es una versión racional y la antítesis de Anton Chigurh (Javier Bardem) en “No Country for Old Men” (2007), un ángel vengativo que va al infierno a matar a los diablos.
Emily Blunt aquí se revela como una actriz de gran talento. Me había impresionado antes en “The Young Victoria” (2009) y en “The Wolfman”(2010). La segunda, vale la pena recordar, estuvo desprovista de suspenso y tuvo un guión que dejó mucho que desear. Ya se veía, sin embargo, que podía desarrollarse una tensión sexual y dramática entre Blunt y del Toro que está muy clara en “Sicario”. La de Blunt es una actuación de primerísima clase que es, hasta ahora, su pináculo.
Este filme superlativo es memorable también por cómo está más sugerida que demostrada la maldad de los narco carteles y sus jefes desalmados sin que, innecesariamente, se nos estruje el rostro en sangre. Con la cinta Dennis Villeneuve y Emily Blunt se convierten respectivamente en un director y una actriz de primera. Benicio del Toro confirma que es uno de los grandes actores del cinema mundial y, junto a José Ferrer, el mas grande que ha dado la Isla.