Sila María Calderón: «Desigualdad y violencia»
Se ha hablado y se ha escrito de la relación directa entre la desigualdad y la violencia. Yo también he hablado de esto. Hoy, quiero ir más allá. No hay duda –aunque muchos no lo conozcan— que Puerto Rico tiene una de las tasas de desigualdad más altas del mundo. En una lista de 147 países publicada por Naciones Unidas, basada en el Coeficiente Gini, que representa el nivel de equidad en la distribución de ingresos, Puerto Rico ocupa el lugar 133 con un coeficiente 0.532.
En otras palabras, existen 132 países con más equidad en la distribución de sus recursos, como Afganistán, Bangladesh, Egipto, Pakistán y Liberia. Por otro lado, solamente 13 países de este informe tienen mayor desigualdad en la distribución de sus riquezas que Puerto Rico, entre ellos, Ecuador, Bolivia, Honduras, Angola y Haití.
En la actualidad, el 45% de nuestra ciudadanía vive por debajo de los estándares federales de pobreza. Bajo esos mismos estándares, Mississippi, el estado más pobre de la nación norteamericana presenta un 22.4%.
En nuestro país, el 20% de los más pudientes gozan del 56% de la riqueza nacional; mientras el 20% más pobre disfruta sólo del 1.9% de esa misma riqueza. La gran paradoja de Puerto Rico en el 2012 es el contraste de esta pobreza, para todos los efectos invisible, con el Puerto Rico de una infraestructura de primera, hoteles y facilidades de lujo y grandes y costosas urbanizaciones cerradas.
Tampoco hay duda que Puerto Rico se ha convertido en uno de los países más violentos del hemisferio. El pasado mes de junio cerró con 468 asesinatos en lo que iba de año.
Una muestra breve: madre e hija asesinadas en su negocio de floristería en Bayamón; joven de 17 años baleado a muerte en un “carjacking” en Dorado; dos jóvenes asesinados en una carretera de Cupey; un “disc jockey” asesinado en Cidra; un gerente de una cadena de comida rápida asesinado en Juncos; un hombre que mata a machetazos a su pareja en Yauco. El fin de semana anterior fue sangriento con 17 muertes violentas. Esto sin contar las decenas de heridos, familias rotas y la estela de sufrimiento, impotencia y frustración que estos episodios provocan.
Todos estamos de luto por estas muertes insensatas, como lo fue la de Stefano, hijo y nieto de una prominente familia de San Juan. También estamos de luto por Karla Michelle, de Villa Palmeras; como por los que mueren asesinados en los residenciales, en las barriadas y en los puntos de drogas. Sus nombres quizás no aparecen en los periódicos, pero el dolor de sus familiares es igual de amargo.
Son cientos los estudios que señalan la pobreza y la desigualdad como detonantes de la violencia y el subdesarrollo. Por ejemplo, el Estudio Global sobre Homicidios de la ONU de 2011, revela que Puerto Rico tiene una tasa de asesinatos que proporcional al número de sus habitantes, triplica la de Estados Unidos y es mayor que la de México. No sorprende que el mismo estudio señale que en todas las Américas los países más desiguales son los mismos que exhiben las tasas más altas de muertes violentas.
He hablado de esto públicamente en innumerables ocasiones y he dedicado años de mi vida a trabajar con los más desposeídos. Hoy quiero hacer más que hablar y trabajar. Quiero expresar a los cuatro vientos que éste es el país de las injusticias y de las insensibilidades. Quiero despertar con mi grito del alma a aquéllos que aún no se han dado cuenta que son esas injusticias e insensibilidades las que nos tienen sumidos en una guerra civil de asesinatos y de terror.
Hoy quiero lanzar mi palabra al viento para ver si ella jamaquea a los puertorriqueños a abrir sus ojos y sus oídos, y también sus corazones, para ayudar a los que se nos han quedado atrás a salir del abandono.
Y no me estoy refiriendo al asistencialismo, ni mucho menos a “obras de caridad”. Estoy hablando de crear condiciones para que los hombres y mujeres que viven en profunda desventaja puedan levantarse por sí mismos.
Estoy hablando de ofrecerles herramientas para que puedan ganarse su sustento digna y honestamente, rompiendo con la dependencia que corroe su espíritu.
Hoy quiero expresar con todas mis fuerzas que es imperativo que se establezcan aquí políticas públicas continuas para promover la autogestión, el apoderamiento y el empresarismo entre aquéllos que nada tienen. Hoy también quiero reclamar públicamente la restitución del proyecto de valores en todos los niveles, en todas las escuelas públicas, y no sólo en unas cuantas. Me refiero al proyecto que tanto trabajo dio instituir en 2003 y que se desmanteló de un plumazo en el 2005. Estas políticas públicas, si se establecieran, no serían un costo para el erario. Al contrario, serían una inversión, la más grande que se puede hacer, para lograr un Puerto Rico de más estabilidad, más productividad y sobre todo, de más paz.
En la educación hacia el apoderamiento personal y el retorno a los valores que siempre hemos sostenido, es que se encuentra el comienzo de la reconciliación y el final de la terrible consternación y desconsuelo que reina en Puerto Rico.
He oído a muchos decir que en Puerto Rico ya no se puede vivir, que los profesionales se están yendo y que los hijos universitarios no quieren regresar. Sin embargo, somos muchos los que tenemos fe en la capacidad de este pueblo y en sus posibilidades.
Los que tenemos fe, nos abrazamos a la esperanza de un Puerto Rico más equitativo y de mejor convivencia, y tenemos la convicción de que así puede ser.
Por eso no nos quitamos. Porque en Puerto Rico hay mucho trabajo que hace.
* Se reproduce con la autorización de la autora.