Silence
Hacia el principio de esta película se detectan varios toques que anuncian la presencia de Martin Scorsese detrás de las cámaras. En una toma de grúa vemos tres monjes con sus hábitos negros caminar por una superficie tan cuadriculada como las paredes de una celda. Es una toma minimalista, límpida y premonitoria de lo que viene.
Dos jesuitas portugueses, Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver), se han enterado que su antiguo maestro y mentor Cristóvão Ferreira (Liam Neeson) ha renunciado a su fe. Se ha convertido en apóstata bajo tortura y sus atónitos discípulos deciden ir en su búsqueda, incrédulos de que su guía espiritual haya sucumbido a la amenaza del castigo corporal.
Estamos en la segunda mitad del siglo XVII y debido a la rebelión de los cristianos japoneses en contra del “shogun” (el gobierno feudal) estos son perseguidos y asesinados. Es el eco oriental de la persecución de los cristianos en la Roma antigua: el temor a la adoración de una fuerza invisible que parece ser más poderosa que los poderosos.
Además de la tortura y la crucifixión, los muertos son quemados para que no se puedan enterrar, y sus huesos tirados al mar, para que no sean venerados. Los dos jesuitas presencian algunos de estos sacrificios luego de llegar a Japón desde Macao. Están guiados por Kichijiro (el notable Yosuke Kubozuka), un pescador alcohólico que apostató para salvar su pellejo, pero que vive todavía pensando en Cristo y sus enseñanzas. Él los conduce a los cristianos en las aldeas de Nagasaki en las que la fe, a pesar de la persecución y lo que puede significar la captura, aún está viva. Para proteger a los campesinos los dos curas se separan. Rodrigues va a la isla de Goto, dónde se vio a Ferreira por última vez.
Allí se encuentra con Kichijiro quien lo delata a los samurái. Estos se lo llevan a Nagasaki. A pesar de múltiples intentos para que apostate Rodrigues no cede y les da soporte espiritual a los campesinos que comparten su cautiverio. Entre tanto, el inquisidor (Inoue Masashige) tiene conversaciones poco exitosas con el jesuita tratando de convencerlo de que renuncie su fe.
Durante gran parte del filme vemos los horrores a los que son sometidos los cristianos. Estos incluyen crucifixión en el mar, para que se ahoguen antes de ser cremados, y decapitación. Es curioso que algunos de estos métodos se usaron por la inquisición europea para los no cristianos durante su poderío. En el medioevo la muerte en hoguera para los herejes reincidentes era de rigor y la tortura muchas veces o casi siempre precedía ese acto. Durante el periodo en que el filme se desarrolla la inquisición portuguesa hizo estragos entre los no católicos y persiguieron a los cristianos nuevos (conversos) que practicaban el judaísmo a escondidas en Portugal y en sus colonias en la India (Goa), en China (Macao) y en el Brasil. En las colonias orientales velaban a los conversos del hinduismo o el islam de quienes sospechaban que había regresado a sus creencias originales.
La cinta, sin embargo, es sobre la salvación (o el castigo) individual de los hombres que marcharon a convertir los habitantes de un país en el que las tradiciones estaban tan arraigadas que era difícil sembrar nuevos conceptos. Me refiero al Japón del siglo XVII, no al Japón que desde la segunda guerra mundial abraza el rock y todos los embelecos occidentales con el hambre de un país que vivió sumergido en el pasado por tanto tiempo, y en el que hoy día practican más de un millón de cristianos. Las conversaciones entre los personajes jesuitas giran alrededor de sus debilidades de fe y su creencia en Dios, pero también son reveladoras del egoísmo que puede significar escoger entre lo vivo y lo simbólico: cada vez que Rodrigues se niega a apostatar para salvarse, muere uno de los campesinos cristianos.
El silencio que enlaza los momentos de sufrimiento, el silencio que tienen que tener los cristianos crípticos y los sacerdotes, son algunas de la ideas que le dan nombre al filme. Por momentos ese silencio invade las escenas de forma ominosa. A veces solo lo quiebra el sonido del mar.
La cinematografía de Rodrigo Prieto es excepcional y sobrecogedora. Las tomas del oleaje que ahoga a los crucificados cuyas cruces han sido sembradas para que la marea las cubra, son hermosas y terroríficas simultáneamente. Las que enfatizan el salvajismo de la hoguera (junto a los efectos especiales) hacen que uno entorne los ojos.
Desafortunadamente, por lo menos para mí, es que el insoportable Andrew Garfield a pesar de tener su “smirk” (lo siento, pero en realidad no hay traducción adecuada para esta palabra; tal vez “sonrisita inapropiada” o “resmillo”) parcialmente oculto por la barba, está en escena casi siempre. Garfield no es mal actor pero solo debe de hacer películas que yo no vaya a ver.
Scorsese hizo su mejor película sobre la fe cristiana hace bastante tiempo: “The Last Temptation of Christ” (1988). Aquella fue controvertible, pero tenía un magnífica aura filosófica que nos hizo pensar, tal vez porque la escribió Nikos Kazantzakis. En esta, la devoción del director es a veces más de lo que se espera y, en ocasiones, es demasiado pio. Tanto así que hay una escena en que a Rodrigues se le ve en un recorrido a caballo que semeja la Pasión. Me pareció una exageración, pero por suerte duró muy poco. Lo que sí hay que entender del filme es que nadie debe de prohibirle la religión a nadie y mucho menos pensar que puede forzarla en la mente de otro, ni hacer que otros cumplan lo que ellos creen. Además enfatiza que, como debe de ser, el “gobierno”, en todas sus formas, debe estar separado y libre de la religión.
Advierto que el filme dura casi tres horas… Por suerte, al final hay algo que fue lo único que me hizo sonreír brevemente durante su duración: una referencia a la memoria… ¿Rosebud…?