Skyfall: cambio de hábito
Se ha hablado tanto del quincuagésimo aniversario de James Bond que solamente diré que las alzas y bajas del personaje han sido muchas y que, aunque Sean Connery sigue siendo para mí el supremo Bond, Daniel Craig le ha dado un cambio radical al espía.
El interés inusitado en el nuevo Bond se basa en su carácter personal, que es más de filme noir que del bon vivant de los espías de los años sesenta que se entretiene en los casinos del mundo y en los lugares más exóticos del planeta. Con este nuevo Bond se puede identificar más el hombre promedio: es el de menos estatura y el más compacto y vulnerable. ¿Quién podía imaginarse ser Sean Connery, Roger Moore, Timothy Dalton o Pierce Brosnan, quienes eran más dioses míticos que espías, sin que la realidad mordiera? El Bond de Craig, además, tiene la convicción audaz de evitar involucrarse en su nueva vida con mujeres que lo puedan traicionar (tuvo una gran decepción) y resulta ser más monógamo (bueno, exagero un poco) que sus antepasados. Lo más interesante del nuevo Bond es que representa un cambio dramático para el futuro de la serie y del personaje. Esto es uno de los temas de “Skyfall”.
Como en todas las películas de Bond hay alguien que tiene en su poder una máquina que puede ser mortífera. En este caso, le pertenece al sistema de espionaje internacional británico, MI 6 (MI; no M dieciséis, por favor), que es la rama que le ha otorgado el 00, que le da licencia para matar al famoso 007. La misión de Bond es recuperar eso que tiene el malo.
El malvado ya no es miembro de S.P.E.C.T.R.E (SPecial Executive for Counter-intelligence, Terrorism, Revenge and Extortion) una organización terrorista que no estaba afiliada a ningún país o ideología, que encabezaba por el súper malo Ernst Stavro Bolfeld, quien tenía su propia isla desde donde manejaba los horribles planes para la extorsión y el terrorismo. Tampoco lo es de SMERSH, una agencia contraterrorista soviética, cuyo acrónimo surge de una frase que quiere decir en ruso “muerte a los espías” y que existió en la USSR en los años cuarenta. Es, como explica M (la magnifica Judi Dench), un nuevo tipo de terrorista que puede emerger cuando se hurga cualquier yagua y que, como los de Al-Qaeda, es fanático, tal vez, brillante y siempre letal.
Las escenas de acción en “Skyfall” son sensacionales y hay que quitarse el sombrero ante la imaginación de los que hacen las acrobacias (“stunts”) por el protagonista. No faltan las consabidas carreras de automóviles y la destrucción de los mercados en Estambul (pobres turcos; o ricos turcos, no lo sé), pero sí les puedo indicar que son divertidas y muchas veces los vehículos no están conducidos por un hombre blanco, todo lo contrario, en eso también (ya verán) el filme anticipó el triunfo del Presidente Obama.
Hay un problema jerárquico en MI 6 y M está bajo el ataque de sus jefes, pero hay más detrás del asunto de lo que se ve a primera vista. Todo parece tener que ver con Raoul Silva (Javier Bardem). Cuando aparece el villano sabemos que esta ha de ser una de las películas memorables de Bond. Javier Bardem, básicamente, se roba la película. Con el pelo pintado de rubio, Bardem, tan feo y tan atractivo como Jean-Paul Belmondo en “Breathless”, y mucho más malvado, amarra la cámara de tal forma que uno no puede quitarle los ojos de encima. Silva es cruel y lascivo, y le hace el primer pase homosexual a James Bond, aunque éste niega que sea, como le dice a Silva, la “primera vez”. Es obvio que el mundo, y Bond, han cambiado.
La escena, la primera en que Bond confronta a Silva, tiene un antecedente brillante e inolvidable en la que José Ferrer (como un turco sádico) le roba el momento a Peter O’Toole (el masoquista Lawrence of Arabia) con su pronunciación, susurrada de forma libidinosa que chorrea con lujuria, de la frase: “Your skin is very fair.” Bardem no solo le susurra a Craig de forma libidinosa sino que le añade gestos a su lectura que es evidente que se inventó para también llenar la escena de comicidad. Por eso solo vale la pena ver este filme divertido y visualmente hermoso.
Sam Mendes dirige con aplomo y con soltura las escenas de acción y nos va preparando para los cambios que vienen en los próximos episodios de James Bond. Hay en la película ajustes raciales, étnicos y sexuales, además de políticos e ideológicos, y el director y el guionista los introducen con gran sutileza discursiva. De que el siglo XXI ha de ser uno de verdadera evolución, excepto en “middle America” y entre los retrógrados de aquí, quedó demostrado en la retórica de los perdedores después de las elecciones recién cumplidas. Bond, sin embargo, que hace tiempo que no pisa este hemisferio (estuvo en las Bahamas en “Casino Royale”, pero eso como que no cuenta) sabe, contrario al GOP, que tiene que cambiar o perderá su audiencia. De eso en realidad se trata esta nueva entrega de Bond, del cambio.
El guión tiene un subtexto oscuro: la traición maternal, pero eso se los dejo para que ustedes lo descifren. No puedo resistir tener que señalar, ante lo que ya he expuesto, que llega el momento que Bond apuñala a Silva, por la espalda. Ya veremos qué sucede en el próximo capítulo.