Soberanía política y el Estado (pos)colonial
No obstante, el proyecto económico/social del ELA se materializó en función de los grandes intereses capitalistas de la oligarquía insular y con privilegios reservados a los intereses lucrativos estadounidenses. Así, el proyecto “modernizador” del ELA no sólo acarreó las consecuencias auguradas sino que se excedió en sus aspectos negativos, imprevisibles tal vez durante su gestación, pero evidentes hace mucho tiempo.
El modelo de “desarrollo y progreso” industrial, comercial y urbano en la Isla despuntó con relación a las condiciones generales de vida social de mediados del siglo XX, pero no se cuidó de sus efectos psicosociales en el devenir de su desenvolvimiento. Los lideratos de los principales partidos políticos y sus gerencias gubernamentales, superficialmente antagónicos, se ocuparon de encubrir sus fallas estructurales y de justificar sus insuficiencias con promesas huecas y demagogias patrioteras. De la moral productivista de aquella época nació la sociedad consumerista de ésta. A la sombra de la Constitución surgió un pueblo enajenado de sus derechos ciudadanos: la salud y la educación se hicieron negocios con fines mezquinos, y la oligarquía médica y la clase jurista (jueces, fiscales y abogados) se convirtieron en usureros privados con títulos universitarios; los conocimientos y técnicas que debieron socializarse sin trabas y fortalecer los cimientos de la libertad y la vida social puertorriqueña en todas sus dimensiones se reservan todavía para quienes pueden comprarlos a su precio en el mercado.
A la aminorada pobreza material le siguió una progresiva merma en la profundidad intelectual y, sobre todo, en la conciencia social. Dentro de este cuadro, la sociedad se hace cada vez más religiosa y supersticiosa, es decir, ignorante de sus propias condiciones de existencia e impotente para transformarlas sustancialmente. Hoy existen más leyes y policías que nunca antes; más prohibiciones y castigos; más cárceles, carceleros y encarcelados; más enfermos mentales y drogadictos legales, y éstos últimos para lucro de la industria psiquiátrica y farmacéutica; las escuelas superiores operan como guarderías infantiles y los bachilleratos como sus extensiones naturales; los currículos universitarios degeneran en títulos sin contenidos trascendentales, mediocres y mediocrizantes; y cada vez más estudiantes graduados se moldean como analfabetas funcionales, programados para competir entre sí como peones disciplinados; y los profesionales isleños se forman casi con exclusividad para hacerse de dinero, elevar su condición de clase y saldar de por vida sus deudas bancarias…
Sin proyecto político-social alternativo el valor de la existencia se moldea irremediablemente desde las vitrinas de los centros comerciales, la publicidad y la moda; y los derechos humanos se desvirtúan a favor de una cultura de producción y reproducción psicosocial virtualmente deshumanizante…
Independientemente del destino político que convenga el Congreso estadounidense, el aquí y el ahora nos compete a todos desde siempre. De la clase política urge un programa de acción orientado radicalmente a la justicia social, sin excusas ni remiendos retóricos. Socialícense los conocimientos y sus empleos prácticos sean dispuestos para el bienestar público; provéase de acceso irrestricto a la salud general y a la seguridad social sin represiones sádicas; y las libertades civiles sean celadas de las razones paranoides que quieren domeñarlas y asfixiarlas. Sin ellas se nos embotan los buenos humores, se nos hastían los ánimos y nos matan de aburrimiento.