Sobre el bipartidismo cerrado
No es correcto decir que el bipartidismo existente en Puerto Rico desde 1968 —un mismo sistema de partidos incólume por 44 años— sea únicamente producto de la cultura política de los puertorriqueños. Elementos tales como: (1) el apego tradicional al “partido político de la familia”; (2) la habituación al “voto íntegro”; o (3) el desconocimiento de los candidatos legislativos (lo cual dificulta el voto por candidaturas), afectan sin duda. No obstante, no vienen sino a magnificar el efecto del determinante principal: la propia estructura de representación legislativa contenida en nuestra Constitución. Esta ha demostrado ser un diseño efectivo para producir, a lo sumo, un bipartidismo central cerrado con un tercer partido marginal. Tampoco es acertado suponer que el sistema de bipartidismo cerrado va a cambiar porque ahora le hayan nacido nuevos partidos.
Para que un sistema de partidos como el existente en Puerto Rico se transforme tendrían que ocurrir una o más de las siguientes situaciones: (1) Uno de los partidos habituales en el sistema se ha debilitado, pasando a ser marginal, o incluso, ha desaparecido; (2) Algún partido, antiguo o nuevo, ha adquirido fuerza electoral suficiente como para tener la posibilidad real de ganar las elecciones; (3) Varios partidos tienen potencial real de ganar una elección; o (4) El sistema de partidos tradicionales ha colapsado y nuevos grupos civiles han venido a sustituir la función electoral y de gobierno de los viejos partidos.
Si se produce la Situación 1, sin que se dé al mismo tiempo ninguna otra, nuestro sistema de bipartidismo cerrado se habrá convertido en uno cuasi-monopartidista. Este es un sistema en el cual la legalidad vigente permite la existencia de más de un partido pero sólo uno de ellos tiene capacidad real de ganar una elección general. Se vivió en Puerto Rico a principios de siglo —en forma muy limitada a la Cámara de Delegados creada por la Ley Foraker— cuando elección tras elección el Partido Unión tuvo mayoría, o representación única, en dicha cámara baja del parlamento bicameral instituido por los estadounidenses. Y luego volvió a ocurrir entre 1944 y 1964, en tiempos del liderato fuerte y carismático de Luis Muñoz Marín, años en los cuales existían dos partidos adicionales al Partido Popular Democrático, pero ninguno de los cuales tenía entonces fuerza electoral suficiente como para ganar unas elecciones, es decir, para derrotar al PPD.
Si la Situación 2 se aparea con la Situación 1, el cambio fundamental sería que el sistema de bipartidismo cerrado habría pasado a un bipartidismo abierto. El sistema bipartidista existente en Puerto Rico entre 1968 y 2012 se ha catalogado como “bipartidismo cerrado”, precisamente porque el bipartidismo ha permitido una competencia exclusiva entre los mismos dos partidos: el PPD y el PNP. Ninguno de los partidos divisionistas que se fundaron a lo largo del período tuvo éxito en desplazar al PPD ni al PNP: ni el Partido del Pueblo de Sánchez Vilella, ni el Partido Renovación Puertorriqueña liderado por Hernán Padilla. Al contrario, al cabo de par de elecciones, esos “splinter parties” desaparecieron mientras el PPD y el PNP permanecieron con una alternación en el poder cada 4 u 8 años. En otras palabras, el bipartidismo es cerrado cuando ningún nuevo partido ha podido desplazar a alguno de los dos partidos tradicionales del bipartidismo, como sí ocurrió en Inglaterra cuando el bipartidismo se abrió y los votos del pueblo llevaron a que el Partido Laborista sustituyera en fuerza al viejo Partido Liberal, con lo cual se inauguró un nuevo bipartidismo: Partido Conservador-Partido Laborista.
Si ocurriera la Situación 3, en que tres o más partidos tuvieran probabilidades reales de ganar las elecciones generales, porque la fuerza relativa de todos ellos fuere similar, nuestro sistema de partidos se habría convertido en un sistema multipartidista, cosa que es prácticamente imposible bajo las condiciones legales y estructurales dictadas por nuestra Constitución. Finalmente, una situación como la #4 ocurre rara vez, pero no es imposible. Se ha verificado en Italia con las Legas, los nuevos partidos y el liderazgo de Berlusconi y en Venezuela, donde condujo al triunfo electoral de un ex general golpista —Hugo Chávez— y a una superación de los viejos partidos tradicionales. De modo muy parcial e indirecto ha ocurrido en Colombia con el Partido de la U de Álvaro Uribe y otras entidades nuevas como “los verdes” de Antanas Mockus.
En Puerto Rico, precisamente porque no se han escenificado las situaciones descritas, hemos tenido una prolongación indefinida del bipartidismo cerrado. El surgimiento del Partido Puertorriqueños por Puerto Rico (PPR) demostró en 2008 que el desgaste de los dos partidos tradicionales del bipartidismo cerrado, aunque real, no se tradujo, para nada, en un cambio en el sistema de partidos. De hecho, el viejo partido marginal, el PIP, ni siquiera pudo quedar inscrito luego de los comicios de 2008 y el PPR, aunque obtuvo más votos que el PIP, tampoco quedó inscrito. Llegamos así a las elecciones de 2012 con el mismo bipartidismo cerrado, pero ahora con cuatro (4) partidos marginales al lado: el PIP y el PPR porque se reinscribieron y los dos partidos emergentes: el Movimiento Unión Soberanista (MUS) y el Partido del Pueblo Trabajador (PPT).
Los comicios de 2012 sólo podrán generar un cambio real en el sistema de partidos si por lo menos alguna de esas cuatro formaciones políticas acumulara tantos votos que saliera de la marginalidad. Si sucediere, aún cuando el resultado dejara vivo el bipartidismo, alguno de los dos, el PPD o el PNP, saldría debilitado de la elección y uno de esos cuatro partidos pequeños se habría convertido en una posible opción real para ganar las elecciones generales de 2016. Esto no garantizaría que ese tercer partido habrá de tener la capacidad real de desplazar al PPD o al PNP del lugar de segundo partido en 2016. Sin embargo, sí significaría que los resultados de 2012 dieron paso a esa posibilidad. Si ello no sucede, habremos tenido en 2012 unas elecciones generales que aparentaron ser “multipartidistas” cuando realmente pervivía el mismo bipartidismo cerrado. Dicho de otra manera, si ninguno entre los 4 partidos pequeños sorprende con una cantidad de votos en 2012 que lo catapulte a ser un posible (nunca seguro) ganador en 2016, el período 2013-2016 se vivirá nuevamente como uno con un sistema bipartidista cerrado. Desde el punto de vista de los partidos pequeños, su peor escenario sería que sólo tuvieran la capacidad de repartirse entre ellos poco más de los votos que en 2008 fueron a apoyar al PPR y al PIP. En tal eventualidad, ninguno de los cuatro partidos pequeños quedaría inscrito. Bajo tales circunstancias se haría más difícil la superación del bipartidismo cerrado PNP-PPD, sobre todo si no se logra un cambio constitucional que permita un nuevo esquema para la representación legislativa.
Como se señaló anteriormente, es el marco legal-estructural que provee nuestra Constitución en cuanto a la representación legislativa lo que tiende a producir estructuralmente, o un cuasi-monopartidismo, como el surgido en 1944 —continuado luego de la aprobación de la Constitución entre 1953 y 1964— o un bipartidismo cerrado como el prevaleciente entre 1968 y 2012. Parte de la respuesta de por qué eso es así radica en que está demostrado por la experiencia en muchos países democráticos que los partidos políticos tienden a desaparecer del escenario político cuando se ven continuadamente excluidos de representación en la Asamblea Legislativa, Parlamento o Congreso de su país. En Puerto Rico el PIP ha sido la excepción que confirma la regla.
La persistencia del PIP en la vida política electoral puertorriqueña entre 1948 y 2012, a pesar de no haber tenido representación legislativa alguna en muchos de esos cuatrienios, se explica por la confluencia entre tres factores principales: (1) El tema medular del estatus político lo ha mantenido con vida como “el partido que representa la aspiración a la independencia en el escenario electoral”; (2) El PIP ha contado con un liderato nacional fuerte —y bastante coherente— que ha logrado mantener continuidad en dicha formación política a pesar de las defecciones o abandonos por parte de algunos de sus ex candidatos a Gobernador; y (3) El PIP descubrió que el acceso al fondo electoral le permite repartir empleos y prebendas, por ejemplo en la CEE, con lo cual puede asegurar una militancia mínima, aún cuando sea una formación política con poco respaldo electoral, algo poco más que un club político de amigos. Como la confluencia de estas variables no es fácil que se observe en la mayoría de los partidos pequeños que han surgido y fenecido en Puerto Rico —y en muchos otros entre los países democráticos del mundo— la regla general persiste.
Es por eso que hace falta una educación política concreta y masiva sobre ese fenómeno, de modo que resulte más viable el producir las condiciones en las cuales amplios sectores de nuestros votantes favorezcan un cambio en la Constitución para ampliar, en lugar de reducir, los derechos representativos de los ciudadanos. No es fácil entusiasmar a los ciudadanos con el apoyo a una enmienda Constitucional para mejorar y ampliar la representación legislativa si la gente no comprende cómo exactamente el sistema actual limita o impide el que sus votos se reflejen adecuadamente en la distribución de los escaños en la Asamblea Legislativa.
¿Por qué y cómo podríamos enmendar nuestra Constitución a los fines de representar mejor en nuestra Asamblea Legislativa los diversos sectores políticos de nuestro sistema democrático y para facilitar la superación del bipartidismo cerrado? Ese análisis es vital y habrá de ser el tema central en el próximo artículo de esta serie.