Sodomitas en el Palacio de Santa Catalina
El complicado terreno de las sexualidades alternativas: Sodomitas en el Palacio de Santa Catalina, 1670 – 16781
Primera Parte
Introducción
En un luminoso día del mes de febrero de 1670, Ana, esclava ladina2 que servía de cocinera al gobernador de la Isla, franqueó la distancia que separaba su cocina de la despensa de la fortificación. Como había hecho tantas veces, iba en busca de unas especias que necesitaba para poder realizar su trabajo. Al pie de la escalera que subía a una torre que daba a la Caleta, encontró a Pedro González, soldado peninsular asignado al Presidio de San Juan, quien a la sazón se desempeñaba como “despensero”, al que le requirió aquello que necesitaba. Cuando Pedro se dispuso a abrir la parte donde guardaba las especias en el antes mencionado torreón, Ana pudo divisar la cabeza de un hombre que aguardaba cautelosamente y trababa de ocultarse en un cuarto que daba a la escalera donde ella se hallaba. Una vez recibió las especias se regresó a su cocina. No obstante, al cabo de aproximadamente una hora se percató que había olvidado el comino, por lo que decidió regresar a la torre para que Pedro se lo diera.
Al llegar allí, encontró la puerta de la escalera abierta, por lo que procedió a subir a la pieza alta, y…
…entrando la cabeza vio que el dicho Pedro González estaba sobre un hombre[,] lo vio cometiendo el pecado de sodomía las espaldas vueltas hacia la puerta donde estaba esta declarante y las cabezas hacia la pared y que estaban en el suelo, el que estaba abajo en cuatro pies y el dicho Pedro González encima.3
El hombre que se hallaba bajo Pedro -estaba ella segura- era Cristóbal de Fontanilla, otro soldado del Presidio de Puerto Rico, al que había reconocido en su visita anterior cuando éste trataba de ocultarse para que ella no lo viese. Espantada por la escena que había acabado de presenciar bajó apresuradamente las escaleras y se sentó a llorar en el comedor tapando su cara con las manos. Allí entró un soldado del presidio y, un poco más tarde, don Diego de Arredondo –criado del señor Gobernador– quienes al verla llorando, se retiraron sigilosamente, no sin antes echar una mirada hacia la torre. Pasado algún tiempo, el mismo Pedro González bajó de donde se hallaba y le entregó el comino.
Al regresar a la cocina, se encontró con otra esclava “de color negro” que servía también allí, quien le preguntó porqué lloraba. Al contestarle con una excusa sin importancia, le insistió interrogándola sobre si acaso lloraba porque había visto a Pedro con Cristóbal. Le replicó que se imaginaba los motivos de su desazón ya que ella misma había visto a la pareja en el cuarto donde dormía el señor Gobernador “juntos y a solas”.
En su declaración a las autoridades criminales, Ana narra cómo sabía de otros acercamientos ilícitos que le había hecho Pedro a otros hombres, como por ejemplo, al negro Benito, un esclavo como de dieciséis o diecisiete años, quien junto a Ana y a otra esclava, había ido a la despensa a llevar algo. Una vez allí, Pedro despidió a las mujeres y se quedó a solas con Benito a quien le ofreció un poco de vino para que bebiera. Luego “el dicho Pedro González lo abrazó y retirándose el dicho Benito le tentó las nalgas diciéndole que tenía lindo culo…”.4 A ver la resistencia del joven, el acosador lo deja ir. Asimismo, Ana declara sobre acercamientos similares que le constaba le había hecho Pedro a otros soldados inclusive “estando en el cuarto del … señor Gobernador”.
El caso del Palacio de Santa Catalina no resalta únicamente por tratarse de un caso de sodomía, aunque no hay duda de que el estudio de las “sexualidades alternativas” o “no reproductivas” se ha convertido en una de las áreas de investigación más prolíferas en el campo de la historia colonial hispanoamericana en los últimos quince años.5 Lo que captó mi atención, sin embargo, fue que los acusados del llamado pecado nefando en este caso, fueran soldados peninsulares. En el contexto colonial, éstos simbolizaban el orden social y cultural español y actuaban como garantes del decoro, la decencia y la civilización europea.
De hecho, las acusaciones de sodomía no eran algo nuevo en contexto colonial hispanoamericano. Cuando los españoles llegan a América, destacan la condición degradada de los nativos y justifican la necesidad de subyugarlos a partir de tres prácticas que consideraban salvajes: el canibalismo, los sacrificios humanos y la sodomía. Desde la perspectiva europea, las conexiones entre estas tres actividades eran obvias; representaban la profunda degeneración de los nativos producto de sus estrechos lazos con lo demoniaco.6Sólo hay que recordar la crónica de Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, en la cual relata el encuentro de Vasco Núñez de Balboa con el cacique Cuarecua, de la región del mismo nombre, ubicada en lo que hoy conocemos como Panamá. Después de un violento choque en el cual el Cacique pierde la vida, Balboa y sus hombres llegan a la casa de éste. Lo que encuentran allí lo relata Mártir de la siguiente manera:
La casa de éste encontró Vasco llena de nefanda voluptuosidad; halló al hermano del cacique en traje de mujer; y a otros muchos acicalados y, según testimonio de los vecinos, dispuestos a usos licenciosos. Entonces mandó echarle los perros que destrozaran a unos cuarenta. 7
Fue precisamente este episodio de perros devorando a “indios sodomitas”, el que le sirvió de inspiración al conocido ilustrador de Frankfurt, Theodor De Bry, para elaborar uno de los grabados que ilustran los volúmenes que editó sobre los contactos entre europeos e indios en América en el siglo XVI. La serie publicada por De Bry constituyó una de las vías principales mediante las cuales los europeos conformaron su conocimiento sobre las nuevas tierras descubiertas en América y sus habitantes.8De ahí que la imagen del indio sodomita emergiera como símbolo del Nuevo Mundo en la mentalidad europea.
La feminización del “otro” fue una estrategia frecuentemente desplegada por los españoles para marcar la diferencia entre ellos y los infieles. Desde el temprano en el Medioevo los patriarcas de la iglesia comenzaron a articular una noción del pecado vinculada a los excesos de la carne. Según esta lógica, el demonio operaba con éxito en los “espíritus débiles”, como se pensaba que era el caso de las mujeres. El famoso tratado de demonología escrito en 1486 por los monjes dominicos Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger –el Malleus Malifecarum o El martillo de los brujos en español- consignaba que la etiología de la palabra fémina provenía de fe y minus, ya que las mujeres eran muy débiles para mantener y conservar la fe.9Los sodomitas, por su parte, eran considerados presa de sus deseos genitales desenfrenados y, por lo tanto, de una fibra espiritual igualmente deficiente a la de las mujeres.10
En España, la sodomía se asociaba primordialmente con moros, extranjeros y marineros en el Viejo Mundo, sobre todo en la modernidad temprana, cuando los españoles batallaban por hacerse de una imagen más cercana a sus vecinos europeos.11En efecto, hacia finales del siglo XV, España difería considerablemente del resto de Europa. No sólo administraba grandes minorías religiosas en sus confines peninsulares, sino que, además, debía gobernar sobre las poblaciones no cristianas de su imperio ultramarino.12El apercibimiento de su rareza con respecto al resto de Europa, fuerza un proceso de inventar una España blanca y católica, más cercana al imaginario de sus vecinos continentales. Gregory S. Hutcheson argumenta que durante este período, uno de los tropos preferidos para marcar la vileza de los infieles, por un lado, y la pureza de lo español, por el otro, era el de “moro sodomita”. Es justamente en el contexto de la modernidad temprana en España que la sodomía se empieza a conceptuar como un pecado exclusivo del otro racial.13
No obstante, en el episodio que toma lugar en el Palacio de Santa Catalina, los sodomitas son los españoles -además de militares- asociados con el poder metropolitano, y los acusadores son los “otros” raciales. ¿Cómo se maneja en ese contexto esta instancia del “mundo al revés”? ¿Cómo se significa este acto en un contexto en el que los implicados son españoles y “cristianos viejos”?
Por otro lado, la historiografía ha señalado a las tabernas, pulquerías y otros espacios de consumo de alcohol como entornos sociales que operaban, por lo menos desde la perspectiva de los españoles, como escenarios materiales e ideológicos de desorden social y de actividades ilícitas y escandalosas.14¿Qué revela el hecho de que las acciones de Pedro González y sus compinches hayan tomado lugar dentro de la residencia del Gobernador y, en ocasiones, en su propia habitación, de la dicotomía orden/desorden sobre la cual operaba el esquema de colonización de la región?
Por último, tal y como plantea Kimberly Gauderman, ¿cómo evitar los sesgos modernos a la hora de adscribirle significado a textos históricos que han sido producidos en circunstancias fundamentalmente distintas a las contemporáneas? Gauderman, siguiendo a Sigal, recomienda el desarrollo de un análisis discursivo que en lugar de interrogar el texto para establecer qué revela sobre unas acciones particulares, desplace el foco hacia el papel que juega un concepto o una palabra – en este caso sodomía o pecado nefando- dentro de un texto que conforma un sistema simbólico.15No obstante, el análisis del episodio del Palacio de Santa Catalina desvela unas prácticas que son difíciles de explicar a partir de los discursos religiosos y jurídicos de la época. Como ha sido ampliamente documentado, las elites religiosas y políticas españolas promovían la construcción de identidades sexuales claramente vinculadas al matrimonio heterosexual y a la procreación de hijos legítimos.16En contraste, la declaración de la esclava Ana, no solo implica a Pedro González y a Cristóbal Fontanilla en el acto de sodomía, sino que abre una ventana en la que se puede atisbar una economía sexual en donde el homo erotismo teñía los intercambios cotidianos entre los soldados españoles destacados en La Fortaleza. ¿Cómo explicar este desfase entre los discursos religiosos y jurídicos y las prácticas cotidianas de los soldados que cuidaban la casa del gobernador?
El tejido de la telaraña homo erótica
Cuando Ana declara ante las autoridades, no solo la interrogan sobre el acto que había presenciado sino que, además, le preguntan si estaba enterada que Pedro González hubiese solicitado a otros hombres o si había visto alguna otra vez a Pedro y a Cristóbal en una situación semejante a la que había avistado. Aparentemente, a las autoridades les interesaba averiguar si lo que Ana había presenciado era un hecho aislado o parte de una conducta habitual. Como respuesta, Ana les relata el incidente con el negro Benito que se mencionó al comienzo de este trabajo y declara que siempre veía a Pedro y a Cristóbal juntos y que se trataban con “amistad y estrecheces”. Sin embargo, no se detiene ahí. Al profundizar su testimonio, la esclava Ana teje una historia de confidencias y murmuraciones la cual enreda a varios de los soldados del presidio en una telaraña de interacciones en la cual el homo erotismo figura de forma prominente.
Cuenta cómo un soldado de nombre Julián le había referido que en una ocasión Pedro le había pedido que “le diere un besito y el trasero que se lo [satisfaría] (sic)”, lo que había provocado que Julián sacara su espada indignado ante tal atrevimiento. El incidente no culminó en una desgracia ya que alguien, aparentemente el propio Pedro, cerró una puerta que separó al airado Julián de su fustigador.17
Asimismo, relata cómo don Diego de Arredondo le había contado que Francisco Pérez, soldado de la casa del Gobernador también, le había detallado que en una ocasión que se hallaba solo en un aposento con Pedro González, éste le había pedido un beso y había querido “forzarlo”. Además, menciona en su declaración que otro soldado cuyo nombre no recordaba le había dicho que en una ocasión Pedro le había dado “de palmadas en la cara”.
El relato de Ana abre una investigación en la cual un total de cinco soldados implicados en su declaración son llamados a testificar. Los recuentos de los soldados son muy reveladores porque en ellos no solo hacen referencias a sus experiencias personales sino que implican a otros soldados, lo que amplía la telaraña homo erótica. Como consecuencia de estas primeras cinco declaraciones se ordena el arresto de Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, un tercer soldado que varios de los testigos señalan como que practicaba habitualmente el pecado nefando con Pedro González. A partir del arresto, se amplía la investigación y se llama a declarar un buen número de testigos, la mayoría de ellos soldados destacados en la casa del gobernador. Son muchos los relatos y detalles que surgen de estos testimonios pero para propósitos de este trabajo me he de concentrar en dos declaraciones en particular: la de don Diego de Arredondo, criado del señor gobernador, y la de Francisco Pérez, soldado también destacado en la Fortaleza.
En el caso de Francisco Pérez, éste narra cómo unos años antes, mientras ensayaba una obra teatral en casa del gobernador, Pedro González lo había invitado a su habitación y le había regalado algunos comestibles así como unos zapatos y unas medias. Por espacio de ocho días continuó con la misma actitud obsequiosa. Una noche, lo invita a cenar a su habitación pero antes aprovecha para mostrarle la casa del Gobernador ya que éste se hallaba ausente del palacio. Durante la cena, Pedro le pone la mano en la cabeza a Francisco y le manifiesta que no debía espantarse de las cosas de este mundo.18Acto seguido se sienta en el brazo de la silla del soldado y le besa la cara. Es en este punto y no antes que Francisco reacciona todo alborotado, tomando un cuchillo que había sobre la mesa y le cuestiona a Pedro sus intenciones. Este último trata de calmarlo, mientras que el injuriado abandona el aposento.
Francisco es uno de los muchos declarantes que además testifica que era “público y notorio” en la ciudad que Pedro González cometía el pecado nefando con Francisco de Vitoria, soldado que cuidaba la huerta del señor Gobernador. Narra, además, que en una ocasión Vitoria le había sacado una daga a un soldado que lo había tildado de “puto”. Por último, menciona que Pedro había “solicitado” a un buen número de soldados y que don Diego de Arredondo, entre otros, le había confesado que Pedro González le había “persuadido a que cometiera el pecado nefando” pero que él no había consentido.
Diego de Arredondo parece ser la persona de más estatus social involucrada en la telaraña homo erótica. El expediente del caso lo nombra como sobrestante mayor de las reales fábricas de Su Majestad y es el único que recibe el distintivo de “don”. Su caso resulta interesante porque aunque tiene una historia de incidentes con Pedro González que databa de varios años atrás, no la revela hasta es obligado a ello.
En su primera comparecencia, las autoridades le piden que confirme si era cierto que había visto a la esclava Ana llorando, respondiendo que en una ocasión la había visto triste y melancólica pero que no había reparado mucho en ella. A preguntas sobre si tenía conocimiento que Pedro González hubiese cometido el pecado nefando con otras personas “valiéndose de pretextos”, relata que algunos soldados (Francisco Pérez, Francisco Álvarez, Julián Rodríguez y otro de apellido Escalera) le habían comentado que Pedro González había querido “cohabitar” con ellos. Interesantemente, Arredondo implica a otros soldados pero no menciona que él hubiese tenido ninguna experiencia personal con Pedro González. No obstante, debido a que Francisco Pérez había mencionado en su testimonio que Arredondo le había contado que González lo había “persuadido para que cometiera el pecado nefando” con él, lo llaman a testificar en un segunda ocasión para que respondiera por dicho asunto.
En esta segunda declaración, Arredondo relata cómo había venido a la Isla en el mismo navío con Pedro González y el barbero Francisco de la Cruz. Los tres venían como criados del señor Gobernador, don Jerónimo de Velasco y compartían la misma cámara. Cuenta cómo a la hora de dormir se despojaba de sus pantalones y se quedaba en calzones de lienzo. En dos ocasiones había sentido que le tentaban las nalgas y al preguntar que quién era el que lo tocaba, Pedro González le respondió que era él, que se estuviese quieto que no pasaba nada. Como ello no le parecía apropiado, declara que se había ido a dormir fuera de la cámara que compartía con los otros dos criados.19Con esta información finaliza Arredondo su segunda declaración.
No obstante, su nombre sale a relucir nuevamente en la declaración que brinda el capitán Pablo de Cuellar, quien lo implica de forma mucho más contundente mediante un incidente que el propio Arredondo le había confiado hacía algún tiempo. Al ser llamado a testificar, Arredondo alude a la fragilidad de su memoria como excusa por no haber mencionado ese asunto es sus declaraciones anteriores. Lo cierto es que el incidente en cuestión es uno bastante ambiguo, que puede prestarse a diferentes lecturas.
En esta tercera declaración Arredondo cuenta como cerca de tres años antes se encontraba a eso de las seis de la tarde “paseándose” en la casa del gobernador, cuando Pedro González se le acercó y lo invitó a bajar a la despensa. Estando allí abrió la puerta de la repostería y le dijo: “ya ves todo cuánto hay aquí y la mano que yo tengo con mi amo, todo está a tu mandar y orden”.20A esto Arredondo le responde que a él no le hacía falta nada. Acto seguido Pedro le dice “desatácate”, lo que constituía una orden para que se soltara los cordones del pantalón. Arredondo le replica que él “no estaba borracho” y le puso la mano en el pecho para separar a Pedro quien se le estaba acercando demasiado. En este punto, González lo embiste y, según Arredondo como estaba saliendo de una enfermedad, lo derribó al piso en donde se inició una riña que duró algún rato. Dado que estaba débil, recibió muchos golpes y arañazos que lo hicieron gritar, lo que alborotó a las cocineras del gobernador. Por tal motivo, Pedro lo dejó y salieron de la despensa. La algarabía llamó la atención del propio gobernador, que se hallaba en la sala principal de la Fortaleza, quien dirigiéndose a Arredondo le preguntó qué le pasaba a lo que le respondió “vea usted la manera en que me ha puesto Pedro”. Acto seguido, según la declaración de Arredondo, el gobernador fue a buscar a Pedro y lo golpeó repetidamente con su bastón, causándole varias heridas que tomaron algunos días en sanarse.
Asimismo, admitió que varias personas le habían preguntado cuál era la causa de las marcas que exhibía y que les había contado que Pedro González lo había puesto así por no haberse dejado “cabalgar”. Por último, mencionó que luego de haber rendido sus dos declaraciones anteriores se había acordado que Francisco de la Cruz había peleado con González en muchas ocasiones en su presencia y en la de otras muchas personas y que lo había tildado públicamente de “puto” por haberlo querido cabalgar muchas veces desde que habían venido juntos en el navío. González se enfurecía y embestía a de la Cruz, por lo que tuvo que separarlos varias veces. De igual forma recordó que en otra ocasión de la Cruz había llamado a González “puto borracho” y que muy a menudo lo increpaba de esa forma.21
A pesar de que era de dominio público que los tres soldados arrestados -Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria- practicaban el acto de sodomía habitualmente, nadie los denuncia formalmente ante las autoridades. Asimismo, tal y como se desprende de la investigación, muchos de los soldados de la casa del gobernador habían sido acosados por Pedro González sin que nadie reportara formalmente estos incidentes. De hecho, en una de las declaraciones del capitán Pablo de Cuellar, éste relata cómo en una ocasión mientras se encontraba departiendo con un grupo en la Plaza de Armas, un vecino de San Juan llamado don Fernando de Castilla le había advertido frente a todos que si iba a la Fortaleza se guardara las nalgas de Pedro González.22Otro tanto ocurría con Francisco de la Cruz, quien llamaba puto y se iba a los golpes con Pedro González frente a múltiples testigos. Hasta el gobernador estaba enterado de lo estaba ocurriendo en su casa, como lo evidencia Diego de Arredondo en su testimonio. Asimismo, el propio Francisco de Vitoria al enterarse lo que se comentaba públicamente en la ciudad acerca de él y Pedro González, testificó que se lo había comunicado al señor Gobernador, quien, según Vitoria, no le había dado crédito a los comentarios.23Ni siquiera Ana, cuyo testimonio es el que abre la caja de pandora homo erótica acude a las autoridades a presentar una denuncia. ¿Cómo explicar esta complicidad? ¿Cuál es el detonante que hace que lo que todo el mundo sabía privadamente saliera a la luz pública? Éstas y otras interrogantes similares serán contestadas en la segunda parte de este artículo.
- Tomo prestado parte del título de Martin Nesvig, “The Complicated Terrain of Latin American Homosexuality”, Hispanic American Historical Review 81:3-4 (2001): 689-729. Agradezco a mi asistente de investigación Yamaira Muñiz, quien me ayudó con la transcripción del documento. De igual forma, agradezco al doctor José Cruz Arrigoita y al profesor Josué Caamaño por generosamente compartir con nosotras sus conocimientos paleográficos. [↩]
- Según el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de 1726, un esclavo o esclava ladino era lo opuesto a un esclavo bozal o recién venido de su tierra. Por oposición, el concepto de ladino se le aplicaba a aquellos esclavos y esclavas hispanizadas; es decir que practicaban la religión católica y dominaban la cultura y el idioma español. RAE Academia, 1776, p. 666,1. Disponible en: http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle. El concepto de “ladino/na” viene del uso corrupto de “latino”. REA Academia 1734, p. 347,2. Disponible en: http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle. [↩]
- Declaración de Ana, esclava ladina. Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza. [↩]
- Ibid. [↩]
- Pete Sigal, “Guest Editor’s Introduction”, Ethnohistory 52:1 (2007): 3-8. [↩]
- Pete Sigal, “(Homo)Sexual Desire and Masculine Power in Colonial Latin America: Notes toward an Integrated Analysis”, en Pete Sigal, ed., Infamous Desire: Male Homosexuality in Colonial Latin America, Chicago, The University of Chicago Press, 2003, p. 1. [↩]
- Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, Buenos Aires, Bajel, 1944. Disponible en: http://www.critica.com.pa/archivo/visiones/decada-7.html. [↩]
- Theodor De Bry, Grand Voyages: Early Expeditions to the New World. Disponible en: http://philaprintshop.com/debrytxt.html#Spanish. [↩]
- Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, Malleus Malifecarum, Ediciones Orión, p. 50. Disponible en: http://www.portal-oculto.co.cc/files/El_martillo_de_brujos.pdf. [↩]
- Fernanda Molina, “La herejización de la sodomía en la sociedad moderna. Consideraciones teológicas y praxis inquisitorial”, Hispania Sacra, 62(126): 539-562. Disponible en: http://hispaniasacra.revistas.csic.es/index.php/hispaniasacra/article/view/258/256 . [↩]
- Laura A. Lewis, “From Sodomy to Superstition: The Active Pathic and Bodily Transgressions in New Spain”, Ethnohistory¸54:1 (2007): 134. Michael J. Horswell, “Barbudos, Afeminados, and Sodomitas: Performing Masculinity in Pre Modern Spain”, en Michael J. Horswell, Decolonizing the Sodomite: Tropes of Sexuality in Colonial Andean Culture, Austin, University of Texas Press, 2005. [↩]
- Deborah Root, “Speaking Christian: Orthodoxy and Difference in Sixteenth-Century Spain, Representations, 23 (1998), p. 119. [↩]
- Gregory S. Hutcheson, “The Sodomitic Moor. Queerness in the Narrative of Reconquista”, en Glenn Burger y Steven F. Kruger (eds.), Queering the Middle Age, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2001. [↩]
- Zeb Tortorice, “Heran todos Putos’’: Sodomitical Subcultures and Disordered Desire in Early Colonial Mexico”, Ethnohistory, 54:1 (2007): 52-55. [↩]
- Kimberly Gauderman, “It Happened on the Way to the Temascal and Other Stories: Desiring the Illicit in Colonial Spanish America”, Ethnohistory, 54:1 (2007): 178; Pete Sigal, “Queer Nahuatl: Sahagún’s Faggots and Sodomites, Lesbians and Hermaphrodites”, Ethnohistory, 54:1 (2007): 9-34. [↩]
- Asunción Lavrin, “Sexuality in Colonial Mexico: A Church Dilemma”, ein Asunción Lavrin, Sexuality & Marriage in Colonial Latin America, Lincoln, University of Nebraska Press, 1984. [↩]
- Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza, folio 4. [↩]
- “… le puso la mano en la cabeza [diciéndole] que no se espantaría de las cosas del mundo” es como aparece expresado en el documento. Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza, folio 5. [↩]
- Ibid, folio 13v. [↩]
- Ibid, folio 32. [↩]
- Ibid, folios 32, 33. [↩]
- Ibid, folio 107v. [↩]
- Ibid, folios 26, 26v. [↩]