St. Vincent
Bill Murray es uno de esos comediantes que me hacen sonreír de solo verlo. No tiene que decir nada. Algo especial en su cara seria y, hoy día, madura, hace que aflore una simpatía instantánea hacia él. Al mismo tiempo eso no evita que se le tome en serio en los papeles que gravitan hacia el drama. Verlo en Lost in Translation (2003), que es posiblemente su mejor actuación, o en Rushmore (1999), establece que es un actor único y que en él reside un duende que le posibilita transmitir la empatía que actores de menos talento tienen que esforzarse para lograr.
En esta película Murray vuelve a la carga con una actuación magnífica que salva algunas deficiencias de un guión (escrito por el director, Theodore Melfi) que a veces se pone demasiado sentimental, pero que se escapa de lo banal gracias a que la historia resuena con el espectador.
Vincent MacKenna (Murray) es un veterano de la guerra de Vietnam que vive solo. Es alcohólico y desperdicia su dinero apostando en las carreras de caballos. Su cuenta de banco está agotada y, en su bar favorito, su crédito está a punto de expirar. Le debe dinero a unos corredores de apuestas. Una noche llega borracho a su casa y, tratando de estacionarse en reversa, derrumba la verja de su modesta casa. Peor aún, luego de herirse en la cabeza y pasar la noche prácticamente en coma en el piso, por la mañana encuentra que el camión que está mudando a nuevos vecinos a la casa de al lado, ha tumbado la rama de un árbol que le ha caído encima a su Crysler LeBaron (creo que del ’86). La nueva vecina ofrece pagar los gastos de reparación del carro, de la verja y el daño al árbol.
La vecina, Maggie Bronstein (Melissa McCarthy), una técnica de CT en un hospital cercano, y su hijo de 12 años, Oliver (Jaeden Lieberher), no conocen muy bien el vecindario. Complica la situación que las horas de trabajo de Maggie no coinciden con las de salida de la escuela del niño. Vincent necesita dinero y negocia con Maggie servirle de niñero por $12 la hora. Como se imaginan, el tiempo que pasan juntos ayuda a desarrollar una amistad especial entre Vincent y Oliver.
Muy presente en la vida del trío que describo arriba está Daka Paramova (Naomi Watts, en una actuación genial) una prostituta que a pesar de su evidente preñez aún baila en tubo en uno de los bares que Vince frecuenta. Estos cuatro generan una amistad que los acomoda en una situación en la que predomina el cariño subterráneo que los une y que los salva de la soledad que los aflige.
Oliver está matriculado en una escuela católica y tiene un cura maestro (Chris O’Dowd) que, gloria a Dios, es tan liberal que parece haber estudiado bajo el presente Papa. Algunas de la escenas más divertidas y jocosas de la película suceden gracias a este personaje especial e iluminado.
Vince lleva a Oliver al hipódromo, donde rápidamente aprende las apuestas, y a su barra predilecta, donde le permiten sentarse en la barra y tomar refrescos. Él le enseña a boxear y a defenderse. Olivier le demuestra que es un joven cortés e inteligente.
El niño actor Jaeden Lieberher se une a una creciente lista de jovencísimos actores impresionantes que han iluminado la pantalla recientemente con su naturalidad y su encanto. Por nombrar algunos: Quvenzhané Walls en Beasts of the Southern Wild (2012), Emjay Anthony en Chef, Samuel Lange Zambrano y María Emilia Sulbarán en Pelo malo (2013) y Armando Valdés Freire en Conducta (2012). Lieberher es tan natural que todas su escenas parecen ser las de un documental de las cosas que le pueden suceder a un preadolescente que tiene que enfrentarse a nuevo vecindario y escuela, al “bullying” y a la soledad a la que condena ser hijo de una madre soltera en una ciudad grande. Compara en cierto modo con la parte de Boyhood en la que Ellar Coltrane, otro niño actor que madura ante nuestros ojos, atraviesa el umbral de la adolescencia. Como en ese caso la transición a la adolescencia estaba sucediendo en la vida real, que Lieberher entienda tan bien lo que ha de venir es sorprendente y demuestra su inteligencia y su sensibilidad.
Fue el gran W. C. Fields quien le aconsejó a los actores que jamás compartieran la escena con un perro o un niño. Murray, con su inexpresión más estudiada, cómica y efectiva, casi celebra tener a su lado a este niño y a un gato blanco espectacular (que se parece a él), en vez de un perro. El personaje de Oliver hace a Vince comprender muchas cosas que lo estimulan a querer sobreponerse a sus adversidades. Con los dos de la mano y acompañados por McCarthy, Watts y O’Dowd, la cinta es una de las más agradables de la temporada de invierno. Perdonen los momentos azucarados y sentimentales y pasarán hora y media riéndose… y pensando. La película es PG-13. Lleven a sus hijos y a sus nietos, a su discreción, por supuesto.