Stronger: señales cruzadas
En “Patriots Day” (2016) el primer filme que trató sobre el ataque terrorista en el Maratón de Boston de 2013 el nombre de Jeff Bauman no se mencionó. Él resulta ser una de las víctimas de las bombas: perdió sus piernas en la explosión. Es interesante que Bauman vio de cerca a uno de los terroristas y su descripción ayudó a la policía de Boston y al FBI a dar con los asesinos.
En el año de la fechoría Bauman (Jake Gyllenhaal) es un joven sin educación formal y con una gran propendidad a la vagancia. Trabaja en Costco, pero su trabajo es deficiente y mantiene en vilo a sus colegas porque los fuerza a hacerles su trabajo. Lo que le gusta a Jeff es ir a la barra y pasar el rato con sus amigos y su familia. Su mamá Patty (Miranda Richardson), con quien comparte un apartamento de dos habitaciones, es una alcohólica quien, al menos parcialmente, es causa de las actitudes del hijo. Separados del padre, Jeff Sr. (Clancy Brown) ambos viven en una burbuja de fines-de-semana-con-la-familia que no es otra cosa que un excusa para beber y escapar de las realidades que los afligen.
Un día antes del maratón, Jeff se encuentra con Erin Hurley (Tatiana Maslany) con quien ha tenido una relación tormentosa porque ella no percibe que él tenga un sentido de responsabilidad con nada, y que su compromiso con las cosas serias es llano y pasajero. Sin embargo, volverla a ver y que ella le diga que va a correr el maratón lo induce a convencer a los clientes del bar a donar dinero para el hospital en que Erin trabaja y le promete que estará en la meta final con un gran cartelón para recibirla. Entonces, cuando cumple —es una ironía inescapable de la cinta—, explotan las bombas. El premio por estar a tiempo por primera vez casi lo mata.
Una vez que se descubre que gracias a su descripción de Dzhokhar Tsarnaev este ha sido capturado, Jeff se convierte en un héroe en Boston y en el estado de Massachusetts, y su fama recién adquirida se va expandiendo por la nación. Lo invitan a juegos deportivos especiales, por ejemplo los finales de la Copa Stanley de hockey y a lanzar la primera bola en juegos de béisbol de los Medias Rojas de Boston. Ni más ni menos que Pedro Martínez lo acompaña en el montículo.
Toda esta atención lo abruma. Después de todo es un trabajador de poca monta y no está listo para la fama. Además, sufre de un caso severo de estrés postraumático y los sacrificios que Erin hace por él lo incomodan porque siente que ella también le pone presión para que sea “el famoso, gran héroe”.
El pobre hombre se convierte en un símbolo del patriotismo absurdo que a veces se despliega bajo circunstancias que más bien son ejemplo de valentía y recuperación personal. Hubo muchos heridos y otros perdieron extremidades en el ataque en el maratón. Bauman tuvo que sufrir amputaciones, padecer ejercicios severos de rehabilitación y el trauma emocional de la experiencia horrorífica de la masacre. Pero eso lo han sufrido miles de jóvenes anónimos en Afganistán y en Iraq. Lo que lo hizo especial fue poder contribuir con su descripción a la captura de uno de los asesinos. ¿Perdió las piernas luchando por su país? ¿Luchando por su bandera o su himno nacional? La respuesta es un enfático no. Pero es evidente que bajo circunstancias que los ponen en peligro y los amenazan, los pueblos están dispuestos a alargar el significado de las palabras para sentirse a salvo y tener la sensación de que siempre hay alguien que se alzará, con o sin piernas, a ayudarlos a atrapar a los malos y volver a la normalidad. Podemos entender cómo el resorte de la compensación emocional puede agarrarse de cualquier cosa que lo mantenga a flote en aguas turbulentas o que le ofrezca un techo que lo proteja de la tormenta. El problema es que luego esos símbolos “patrióticos” se pueden usar como una excusa para cosas indebidas. Quemar la bandera como un gesto de protesta es un acto defendido por la primera enmienda, pero ¿es condenable, como hoy día quiere reclamar el gobierno estadounidense, porque es “antipatriótico? ¿Criticar las acciones del gobierno poniendo una rodilla en tierra—como han hecho los jugadores de futbol americano— en vez de ponerse de pie cuando tocan el himno nacional es antipatriótico o, como es el caso, una manifestación genuina de indignidad por lo que el gobierno perpetra contra la gente de color?
La película es cuidadosa con los símbolos patrióticos, pero son evidentes. Jeff ondea la bandera de su equipo de hockey, los Bruins de Boston, pero pudiera estar haciéndolo con la bandera americana y el entusiasmo de la audiencia en el juego no sería mucho más ni mucho menos intensa. La respuesta patriótica en un juego de béisbol, el pasatiempo nacional cerca del lugar donde Paul Revere hizo su recorrido histórico a media noche para prevenir a las milicias de la llegada de las tropas inglesas es abrumadora. Los símbolos están ahí haciéndole guiñadas al espectador estadounidense para de alguna forma mitigar el dolor de Jeff, algo que en realidad sentirse patriota dudo que compense por completo.
Un mensaje importante del filme es que no hay que ir a “middle America” ni a buscar a los “rednecks” de la franja de la Biblia para encontrar a los que viven de teorías de conspiración. En un momento alguien de la ciudad donde anclan algunos de los mejores colegios y universidades del planeta le pregunta a Jeff que si el gobierno de Obama le pagó para sufrir su mutilación para poder conducir la guerra contra Irán.
Con este filme Gyllenhaal continúa mostrando que es uno de los mejores actores de su generación y, aunque está haciendo un papel cuyas dimensiones y límites las estableció Marlon Brando en “The Men” (1950), se da cuenta a tiempo que le diseñarán piernas que lo muevan. Brando estaba paralítico, que no es lo mismo, y aquel filme era contra la guerra, no a favor del patriotismo, en su sentido más abstracto y perverso. Gyllenhaal aborda el tema sintiéndose traicionado por “el destino”, pero evita casi por completo abrumarnos con autocompasión. Es una interpretación compleja y de altura. Me complació también ver a Miranda Richardson robándose algunas escenas y a Tatiana Maslany no perderle el ritmo a Gyllenhaal en su escenas juntos. Lo mejor, después de las actuaciones, es que el guionista John Pollono y el director David Gordon Green han evitado recurrir a clichés melodramáticos para extraerle lágrimas a la audiencia. No puedo garantizar, sin embargo, que ante la actuación de los principales, en algunos momentos, en la sala se formen más tacos que los que tiene un restaurante mexicano.