¿Qué le queda entonces al cristianismo en un mundo en el que la verdad y desde luego su verdad se hace añicos?
¿Qué le queda entonces al cristianismo en un mundo en el que la verdad y desde luego su verdad se hace añicos?
Observé hace algunas semanas, mientras me bebía un café en un mol, un cartel de Eva Longoria que llevaba la frase «Lo quiero todo». Reaccioné a ella como se responde a un argumento que no admite ni de lejos una sola objeción.
La programación de todos los aspectos de la vida obliga a vivir en una huída hacia delante, por así decirlo. Mejor dicho: no se vive, se desvive y sobrevive, con atolondrada agitación y despilfarro de energía.
La «compasión», bien entendida, es inseparable de la sabiduría y, con ella, del reconocimiento del sí mismo del otro, esto es: de la singularidad irrepetible de toda forma de vida, y no solo de la vida humana.
El amor debe también aprenderse… primero hay que aprender a oír un terna, una melodía, saber distinguirla con el oído, aislarla y delimitarla con su vida propia.