A cien años del valle de Lloréns, recuerdo un árbol iluminado de cucubanos en una playa en Vieques que nunca volveré a ver; como tampoco volveré a la misma escuela, la misma calle, mi familia, lxs viejxs amigxs.
A cien años del valle de Lloréns, recuerdo un árbol iluminado de cucubanos en una playa en Vieques que nunca volveré a ver; como tampoco volveré a la misma escuela, la misma calle, mi familia, lxs viejxs amigxs.
El odio a la complejidad, así como la desconfianza, el encono, o el silencio ante cualquier discurso que imagine modos de destrabar esta teatralización vitriólica del diálogo político es una reacción auto-inmune del ethos puertorriqueño.
La jibarita es indómita, casi salvaje. No por otra cosa, cuando evade o resiste complacer el deseo masculino, la llaman “¡piraña!”
Mientras más se ausculta la obra de Délano, más a flote sale su voluntad de afirmar la existencia de una nación puertorriqueña. Sin duda, Puerto Rico es el centro de todo su arte, que en el momento presente de crisis e incertidumbres, nos sigue convocando con más fuerza, para escudriñar en éste posibles respuestas a nuestras interrogantes.
Los boricuas diaspóricos nacidos fuera de la isla son representados como falsos puertorriqueños e inclusive el insular que migra es presa de la asimilación y de la degradación cultural; de la pérdida de la puertorriqueñidad.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de puertorriqueñidad? ¿Al carácter puertorriqueño “representado” por sus tradiciones o a nuestras mil maneras elusivas y contradictorias de bregar con nuestras condiciones?
La conversación se centró en evaluar si Danny «Swift» García era o no puertorriqueño por el hecho de no haber cargado al ring una bandera y no mencionar a Puerto Rico en su entrevista post-victoria.