The Butler: derechos civiles
El personaje central de la cinta, Cecil Gaines, es un descendiente de esclavos y trabajador de los campos de algodón durante la época máxima (la película comienza en los años 20 del siglo pasado) de la segregación y el abuso contra los negros. Es un personaje creado de un artículo de periódico sobre el señor Eugene Allen por Wil Haygood. Allen trabajó en la Casa Blanca en Washington como mayordomo durante ocho administraciones. El guionista y el director han hecho un buen trabajo en resumir los acontecimientos principales relacionados a los derechos civiles en el periodo que va desde la lucha entre Dwight Eisenhower y el gobernador de Arkansas Orval Faubus sobre la integración de las escuelas en Little Rock hasta la elección de Barack Obama en 2008. La historia, aunque un poco alargada, no tiene mal ritmo y es una sinopsis de la lucha por los derechos civiles, y la segregación en el sur de los Estados Unidos.
Usando una serie de actores muy conocidos para interpretar a los distintos presidentes, el director ha dado en el clavo con casi todos. El casi desaparecido Robin Williams es una selección intrigante para representar al seriote (excepto cuando estaba jugando al golf con Bob Hope) Eisenhower, y convincente cuando pregunta retóricamente por qué Faubus le hacía frente. Es también grato ver que un presidente que fue un republicano moderado, advirtió contra el complejo militar-industrial e hizo bastante por los derechos civiles, sea representado por un actor demócrata y liberal. Poco más tarde, nos topamos con Liv Schreiber como el atribulado Lyndon Johnson, un verdadero campeón de los derechos civiles un tejano que llevaba estiércol en sus botas y en su lengua. La de Schreiber, a quien no tengo en gran estima, es la interpretación más jocosa y, a la vez, la más triste: se da cuenta que no podía continuar como presidente mientras Vietnam reclamaba la vida de los jóvenes que no querían ir a una guerra que pocos entendían.
John Cusak aparece como Richard Nixon, primero como vicepresidente y luego como presidente. Tiene dos momentos estupendos: uno cuando trata de convencer a los mayordomos en la cocina de que voten por él, otro cuando está componiendo con los infames John Ehrilchman y Bob Haldeman una de sus pillerías, esta vez para conseguir el voto negro.
El mejor intérprete es Alan Rickman como Ronald Reagan. No solo tiene un parecido (aunque remoto) con el sujeto sino que capta a la perfección el tempo del hablar del “Gipper”. Además, está ese aire especial que tiene este actor inglés en cualquier papel que asume. El menos satisfaciente es James Marsden como John F. Kennedy, no porque no proyecte el encanto juvenil del asesinado presidente sino porque no es lo suficientemente alto para encarnarlo.
En una breve participación, Jane Fonda demuestra que todavía le queda algo. Su interpretación de Nancy Reagan es siniestra, y el momento que representa indica las manipulaciones de una mujer quien aconsejaba al presidente de la nación más poderosa del mundo basándose en lo que le decían sus astrólogos.
Con todas las cosas que sucedieron en la mitad de siglo que va desde la confrontación con Faubus y la elección de Obama, el guionista ha escogido (con atino) poner a Louis (David Oyelowo) hijo del ficticio Gainesen los autobuses con los pasajeros de la libertad (“freedomriders”) 1961 y en el medio de los “sit-ins” en una tienda Woolworth en Misisipí en 1963, y otros sucesos que condujeron a la integración en el sur y complicaron la relación de las razas en la nación norteamericana (Malcom X y las Panteras Negras, por ejemplo).
Queda mencionar las actuaciones de Forrest Whitaker como Cecil Gainesel mayordomo del título y de Oprah Winfrey como su mujer Gloria. Los dos rinden actuaciones sobresalientes.
Whitaker es un actor de gran presencia escénica y de un semblante que puede ser risueño o agrio, algo que usó muy bien en el cénit de su carrera en “The Last King of Scotland”, en la que interpretó al dictador de Uganda Idi Amin. Aquí, por razones que el que vea la película descubrirá, lleva una máscara de indignación y decepción que son un reflejo conmovedor de las injusticias a las que ha estado expuesto su personaje. La suya es una interpretación compleja de un personaje que odia y detesta al blanco al mismo tiempo que lo quiere y lo admira. Es un conservador negro que vive atemorizado por lo que puedan hacerle los conservadores blancos que lo rodean. No quiere pelear porque ha visto las consecuencias de rebelarse contra la autoridad blanca. Eso lo pone en vías de colisión con su hijo mayor Louis, una situación que matiza su vida y determina muchos de los problemas que tiene con su mujer.
Su mujer está orgullosa de él, pero resiente las largas horas de trabajo y que no le cuenta (como es de esperarse, está prohibido hablar de lo que se escucha en Casa Blanca) lo que sucede en el trabajo. Peor aún es que considera que no le dedica tiempo suficiente a sus hijos y que no se lleva bien con el mayor. Flirtea con el vecino y se da a la bebida y, haciendo un esfuerzo máximo, va saliendo de las situaciones que ella se ha creado. Oprah hace todo esto con elegancia y estilo. Además, se lanza algunas de las líneas más graciosas de la película y se baila un buen R&B, aunque sea un chispito.
La dirección de Lee Daniels (quien es afroamericano) es excelente y, como he señalado, fluye con gran facilidad aunque a veces falla en señalar claramente la ayuda de gente blanca en los “sitins”, las marchas, y los viajes de los pasajeros de la libertad. Por otro lado es un logro lo que ha extraído Daniels de los actores para conseguir actuaciones uniformemente sobre el promedio.
Las deficiencias de la película tienen que ver con la elasticidad con que se brega con la historia. Por ejemplo, hay cosas que ocurrieron en la realidad antes o después de lo que indica el filme. El ataque a la guagua del viaje por la libertad fue de día no de noche. Claro está, una cruz incendiada tiene más efecto cinemático en la penumbra. Peor, sin embargo, me pareció el sentimentalismo del guión y la forma demasiado “politically correct”con que se trató el tema del prejuicio. Incluyendo la escena de cómo entrenaban a los que iban a hacer demostraciones y lo que en realidad ocurría cuando las hacían de verdad, y la profusión de actos de violencia física y el uso de epítetos contra ellos.
A pesar de estas objeciones la película vale la pena verla para recordar lo que se le hizo, y se le hace (pensemos en Trayvon Martin), a un grupo étnico a través de un largo trecho de la historia en un país que hace alarde de ser la más grande democracia de los tiempos modernos. Hay que desarrollar consciencia de esa historia para poder combatir el prejuicio en cualquiera de sus manifestaciones, donde sea.