The Dictator
Satirizar a los dictadores es un pasatiempo tan antiguo como lo es esa especie que desafortunadamente nunca ha estado en peligro de extinción. Estoy seguro que desde que nos convertimos en homo erectus hace como un millón y medio de años, ya pululaba en el pequeño cerebro de esos antepasados de alguien, la neurona totalitaria que quería todo para sí sólo. Claro, no fue hasta que evolucionamos a homo sapiens que quedo claro que muchas de esas neuronas juntas desembocan en bocas demagógicas que quieren dominar y mandar y, me imagino, que uno de ésos pensó en privatizar las cavernas, el fuego y la rueda.
No fue hasta los años de la antigua Roma que comenzaron a manifestarse políticamente los dictadores, denominados así por el senado que a veces los nombraba. Entonces no tenía la connotación tan negativa que tiene hoy el término, que también era el caso del apelativo tirano en la antigua Grecia, porque muchas veces lo hacían con algún consentimiento democrático y los tíos que cargaban el distintivo podían ser gentes respetables.
Los dictadores modernos y verdaderamente malévolos han ejercido su poder sobre el mundo y, básicamente, son personajes del siglo XX, como Mussolini, Hitler, Stalin y Franco. Sus maldades y excesos los cometieron a grande escala; además, tenían minicopias de ellos al otro lado del Atlántico: Perón, Stroessner, Batista, Trujillo, Duvalier, Somoza, y una caterva de otros que se copiaban. El neodictador, en cambio, es una versión cruda y unidimensional de aquellos monstruos, y son tan predecibles y tan visibles como las plagas. Se han dado en cantidades cuantiosas en África y el Mediano Oriente y sus ejecutorias han dado por fin lugar a la llamada Primavera Árabe, movimiento durante el cual se han visto cambios en los gobiernos de Túnez, Egipto, Libia y el Yemen, y protestas significativas en otros países árabes y musulmanes.
Sacha Baron Cohen no respeta nada, como ya ha demostrado con Borat! (2006) y en esta película inaudita, escatológica, irreverente y despiadada, que a veces cruza sin pestañear la frontera del mal gusto, se toma la figura del neodictador, se satiriza, y se barren muchos pisos, carreteras, pistas de aterrizaje y avenidas con esa imagen, que tan en serio se toma.Con una barba tan postiza como hirsuta y con uniformes llenos de condecoraciones adquiridas peleando batallones de mujeres en la cama y ganando carreras basadas en tirotear a los contrincantes y a los jueces, Baron Cohen amalgama a los Gadafi, Saddam Hussein, al-Assad, Ahmadinejad y Mubarak de la vida en su personaje Aladeen, un dictador que ha logrado cambiar el diccionario de modo que la palabra para negativo es la misma que la de positivo. El comentario es genial: ¿qué hacen los dictadores si no cambiar el significado de las palabras?
Pienso que Baron Cohen tuvo que lidiar con su antecesor artístico Charlie Chaplin, cuya sátira de Hitler (llamado Adenoid Hynkle) y Mussolini (llamado Benzino Napaloni) en El Gran Dictador (1940) marca un hito en el género satírico. Ése clásico es un modelo inmejorable del uso de lo sutil para representar la maldad y la sed de poder (desafortunadamente, como mucho de Chaplin, se vuelve sentimental hacia el final). Ante ese antecedente Baron Cohen ha desatado toda su jocosidad políticamente incorrecta, a todos los niveles y contra todos por igual, de forma dictatorial y anárquica. Los resultados son mixtos, pero dominan los momentos en que uno se ríe a carcajadas sobre los que nos exprimen una mueca de rechazo. La cinta, cuya trama tiene muchos de los elementos de la de Chaplin, está más cercana a las payasadas del famoso corto de los Tres Chiflados (The Three Stooges) You Nazty Spy que satirizó a Hitler por primera vez y llegó a las pantallas varios meses antes de la obra de Chaplin.
La película está dedicada a Kim Jong- II, sarcasmo que establece de inmediato el sentido que ha de tener lo que se va desarrollando ante nuestros ojos estupefactos. Baron Cohen, quien colaboró en el guión y fue uno de los productores, hace también un papel triple representando no sólo al dictador del país ficticio la Republica Norafricana de Wadyia, el Almirante General Aladeen, sino a dos dobles que son señuelos para posibles asesinos. Aladeen es antisemita, racista, antioccidental, cachondo, y sanguinario, y está reconstituyendo uranio para sus armas atómicas de destrucción masiva. Además, nos revela que es pana fuerte de Osama Bin Laden, quien en realidad no está muerto sino que es su huésped en su palacio en el desierto (que tiene cúpulas de oro macizo; sus automóviles, de paso, también son de oro).Aladeen va a Estados Unidos a la ONU para dictar un discurso sobre el hecho que rechaza la democracia, pero es secuestrado por su hermano Tamir (Ben Kingsley) que quiere la democracia para que los poderes extranjeros puedan explotar el petróleo y él hacerse rico. En un juego interesante y cómico de situaciones políticas antitéticas, Cohen convierte la dictadura en lo que se hace hoy día en los Estados Unidos, y la democracia en un paradigma de la opresión por los poderes foráneos.
La crítica a las políticas extranjeras de los Estados Unidos y los contubernios multinacionales que han resultado de la globalización y las prácticas neoliberales se exponen por completo en esta devastadora caricaturización de los poderes absolutos y la idolatría del dinero. Se presenta, en este contexto, las personalidades que han tenido sexo con Aladeen, en una de las secuencias más cómicas. No quiero revelar a quiénes implica Aladeen entre los que han pasado por su cama súper King de oro, cubierta con sedas y pieles exóticas. Ya lo descubrirán.
Nadie se salva de la furia satírica, la maldad humorística y el cachondeo de la película, que en ocasiones nos presenta con momentos que a uno jamás se le hubieran ocurrido que podrían tener gracia. Son esos chistes que a muchos pueden hacer reír o repeler.
Mi sentido de humor es elástico y se puede acomodar a muchas y variadas circunstancias. Puedo confesarles que, aunque el filme no es completamente satisfactorio, no me había reído tanto de algunas de las peripecias de un dictador desde que leí Maten al León de Ibargüengoitia, hace muchos años. Vayan a verla a riesgo propio y les advierto que no hay salvavidas de turno.