The Drop
Se está dando un fenómeno bienvenido en el cine del gánster que parece tener su origen en la serie televisiva The Sopranos. Me refiero al examen de la moral y la psique de personas sobre las que existe en el espectador una inclinación prejuiciada a no atribuirle discernimiento alguno que refleje una ética. Entendamos, sin embargo, que el concepto de “honor entre ladrones” no es nada nuevo. La famosa omertà de la mafia siciliana, un código de silencio ante las autoridades, viene desde antes de fundarse la Cosa Nostra. En esta película, ese concepto conduce a complicaciones que son el velo misterioso que cubre parte de la trama. También es nuevo en este tipo de filme que uno de sus temas incluya los secretos tiernos de un asesino. Es cierto que creemos entender que los asesinos en serie están “locos” y que un deseo incontenible e inconsciente los impulsa a perpetrar sus fechorías. Por contraste no es fácil entender al asesino a sangre fría cuyo resquemor es tal que busca venganza por los deslices más triviales. Este thriller psicológico enfoca en algo que no se ha tratado mucho en el cine. ¿Qué sucede cuando un asesino declarado no es enjuiciado y amenaza la estabilidad de otros en la sociedad? La invasión de los espacios de personas indefensas por maleantes desalmados y peligrosos comienza, como bien sabemos, en la escuela primaria. Se manifiesta de varias formas pero invariablemente gira alrededor del poder. Ser un bully y salirse con la suya le concede a alguien poder sobre otras personas.
Bob Saginowski (Tom Hardy) es un barman en la barra de su primo Marv (James Gandolfini) y allí la mafia chechena deposita dinero sucio (“drops”; de ahí el título) que proviene de varias fuentes y negocios. Una noche, dos hombres asaltan la barra y Bob le comenta a la policía algo que vio. Es un desliz que traerá muchas consecuencias porque viola el omertà.
Camino a su casa Bob encuentra un perrito herido y maltrecho en el basurero de Nadia (Noomi Rapace), una vecina. El pobre animal ha sido maltratado por su dueño. El abusador resulta ser el bully supremo Eric Deeds (Matthias Schoenaerts), un individuo que dice haber matado impunemente a un desaparecido y que ahora atemoriza a Nadia que es su exnovia. La amistad que florece entre Bob y Nadia enardece a Eric, quien quiere vengarse de ambos. Mientras tanto, las negociaciones turbias entre Marv y los chechenos se complican y una serie de sucesos tensan las relaciones entre los personajes y agrandan el suspenso de la película.
Este es un filme con un guión extraordinario de Dennis Lehane, quien además escribió la historia en que lo basó, y muy bien dirigido por Michaël R. Roskham, un director novel que aquí despliega buen sentido del ritmo que permea la vida de un barrio de Brooklyn y ha tenido el tino de tener a una diseñadora de platós Mila Khalevich que capta perfectamente ese mundillo.
Para ser una película de gánsteres hay pocos tiros, porque la mayoría de los golpes son emocionales y están protegidos por las verdades que ocultan los personajes tras las máscaras que han decidido ponerse para engañarse los unos a los otros (y a nosotros).
El reparto es lo que impresiona y le da al filme su pátina de noir a colores. La oscuridad emocional de los personajes desplaza cualquier manifestación de acción innecesaria y, simultáneamente, a veces nos da un breve atisbo de las almas atribuladas de estos personajes cuyas vidas transitan por una cuerda floja.
En una de sus últimas actuaciones, James Gandolfini vuelve a demostrar su capacidad y su sutileza como actor. Nos da prueba de por qué, durante la duración de The Sopranos, fue uno de los mejores actores de televisión. Sin embargo, la actuación más destacada es la de Tom Hardy como el simplón Bob Saginowski, una especie de Lennie Small (uno de los personajes principales de la obra de John Steinbeck Of Mice and Men) de nuestros tiempos, con un truco en su manga. Hardy va creando su personaje haciéndolo evolucionar ante nuestros ojos con la facilidad y destreza que es necesaria para que vayamos descifrando qué es en realidad lo que está sucediendo. Hardy hace de su personaje una mezcla de tranquilidad y ternura que contrasta con el mundo amenazante y lúgubre que lo rodea. Sus miradas, sus inflexiones al decir sus líneas, su aparente monotonía emocional concretan un personaje que usa sus fallas para lograr sus metas. El personaje que trae a la vida es contrario a los arquetipos reales de la vida estadounidense que viven para leer libros de autoayuda para mejorarse, “perfeccionándose”. En Bob Saginowski se plasma el nuevo emigrante estadounidense que tiene que luchar y sobreponerse a las pandillas que han llegado a la Gran Manzana de la Europa oriental desde la caída del muro de Berlín y la muerte de la Unión Soviética. Es una nueva “etnia” que aún basa su moral en las de sus antepasados pioneros italianos, irlandeses y judíos, que formaron las primeras gangas de malhechores en Nueva York. Hay que ver esta cinta que atestigua el talento de Hardy y comienza a familiarizarnos efectivamente con este actor destacado.