The Shape of Water
Elisa, un mujer muda, es conserje en un laboratorio de alta seguridad en Baltimore. Son los tempranos sesenta y la Guerra Fría le tiene congelado el pensamiento a la mayoría de los americanos, particularmente los que trabajan para las agencias gubernamentales y en las fuerzas armadas. Uno de ellos, el coronel Richard Strickland (Michael Shannon), quien atrapó a la criatura, la odia. Con un bastón que es antecesor de las pistolas Taser de hoy día, tortura al ser, a quien mantiene atado con cadenas en una piscina-tanque en el laboratorio.
Aunque incapaz de hablar, Elisa ve y oye perfectamente lo que la criatura sufre, y, comienza a compadecerlo y a interactuar con él. Su amiga de trabajo, Zelda (Octavia Spencer) se va dando cuenta de lo que ocurre, así como lo hace un científico del laboratorio, Dr. Robert Hoffstetler (Michael Stuhlbargh), que tiene planes ulteriores con el prisionero del laboratorio.
La magia que a veces emana de la cinta hace su debut durante la proyección de los títulos. Estamos sumergidos en un lugar en que todo flota buscando dónde anclarse, dónde reposar. En la secuela está establecido el sueño de Elisa y parte de lo que le espera. Haciendo referencia a su amor por el cine, vamos comprendiendo que la ficción de del Toro es un homenaje a los monstruos cinemáticos que ya he mencionado.
Pero del Toro, que también escribió el guión con Vanessa Taylor, no se detiene ahí, sino que nos muestra su pasión por la pantalla de plata y le hace homenajes a otros filmes y a otros géneros, incluyendo la ciencia ficción, las cintas de espías, los romances y los musicales. El apartamento de Elisa está sobre un teatro que muestra programas dobles de películas viejas. En una secuela, Strickland le dice a Zelda y a Elisa: “Why am I interrogating the Help?” Lo acentúo porque él lo enfatiza, y con Olivia Spencer en la escena es una cita directa a la cinta que le ganó un Oscar a esta estupenda actriz. En otra escena, la criatura baila con Elisa tal y como lo hizo el monstruo en “Young Frankenstein” (1974), pero más como lo harían Fred y Ginger. De hecho, la película a veces es un musical. Su vecino y único amigo masculino, Giles (Richard Jenkins), ve películas de la época de oro de Hollywood y la música que lo mueve y conmueve sale de las voces de Betty Grable, Alice Faye y Carmen Miranda, los zapateados son los de Shirley Temple y Bill “Bojangels” Robinson, y la música es de Benny Goodman y Harry James. Es parte de lo que hace la banda sonora del filme especial. Sin embargo, lo más notable de la banda sonora es la estupenda música de Alexandre Desplat, responsable de las composiciones para dos de las películas de Harry Potter y de esa alhaja que es “Moonrise Kingdom” (2012).
Del Toro desea que entendamos la diferencia entre los monstruos aterrantes, tales como “Alien” o el de Frankenstein (en particular el de Boris Karloff, 1931) y lo hace de dos formas. Primero, no hay una súbita salida de la criatura con trasfondo de música metemiedo. Segundo, como ya he dicho, más bonita y la criatura hubiese sido un koi del tamaño de un hombre. También en contraste con Frankenstein, la criatura tiene su propio lenguaje y su forma especial de responder a distintas y complejas situaciones. Contrario al monstruo de partes muertas, todas las del “Hombre Anfibio” están vivas y funcionan —como hemos de enterarnos— casi igual de bien en el agua que como fuera de ella.
Lo que sí capta de forma excepcional Del Toro es que, como Frankenstein, el ser está solo, y necesita compañía. Su aceptación por los humanos es una tesis que resuena para casi todos los espectadores: está solo porque es distinto, diferente, exótico, extranjero. Necesita mitigar su soledad según batalla contra el prejuicio y la incomprensión. El monstruo insistió en que su creador Frankenstein le hiciera una compañera. Al Hombre Anfibio el amor le encuentra una. Como se siente querido y aceptado, no solo por Elisa, sino por Zelda, el doctor Hoffstetler y Giles, no asesina ni mutila, excepto cuando se ve maltratado, amenazado, o quiere proteger a los que quiere.
Sally Hawkins es una actriz que ha mostrado sus capacidades dramáticas más en el teatro y en televisión que en el cine, pero nadie debe de olvidar su brillante intervención en “Blue Jasmine” (2013) como la hermana de la mujer del título. En este filme el personaje de Hawkins es un ser invisible porque tiene un defecto físico. Su asombro ante la soledad del Hombre Anfibio es conmovedora ya que ocurre sin que lo pueda expresar con su voz. Hawkins tiene que recurrir a sus más íntimos instintos actorales para transmitirnos el amor que de súbito la invade. Es una interpretación magistral de cómo el marginado puede encontrar una epifanía feliz.
Las actuaciones que rodean la de Hawkins son uniformemente excepcionales. Spencer, Jenkins y Stuhlbarg, como siempre, son notables. Spencer posee la chispa, que pensé había muerto con Thelma Ritter, de saber todos los secretos de lo que le rodea y de tomar las decisiones correctas. Como el villano Richard Strickland, Michael Shannon es la encarnación de la crueldad y el prejuicio. Es tan malo que, cuando recibe lo que se merece, gran parte de la audiencia en el teatro irrumpió en vítores. Su actuación constituye otro logro para Del Toro: hay monstruos que parecen humanos.
Es obvio que por la mente de Del Toro pasa “Beauty and the Beast” y es obvio también que ha pensado cómo celebrarla sin ser obvio. En las capacidades que desconocemos del Hombre Anfibio se esconde la magia que condenó a la Bestia y residen los secretos del filme.
La belleza de la cinta estriba, no solo en la cinematografía y la dirección de arte, sino en su mensaje, que es el corazón del filme. Ese, nos dice Del Toro, es el corazón de Elisa y el Hombre Anfibio que late al unísono porque su amor trasciende tiempo y espacio para convertirse finalmente en parte de la más hermosas mitologías. Pero el corazón que late con las posibilidades artísticas del cine y el alcance de qué es posible en el medio, es el de Guillermo del Toro que muestra que tiene pocos, si algún par, en el género de la fantasía.