The Trial of the Chicago 7: ¡Excelente!
Antes de llegar a la ciudad los grupos de protesta antiguerra habían pedido permisos para sus marchas y para llevar a cabo una serie de manifestaciones en los parques frente al lago y también cerca de la convención, y acampar en Lincoln Park. La ciudad denegó todos los permisos, a excepción de una manifestación vespertina en la antigua concha acústica en el extremo sur de Grant Park. El 28 de agosto más de 15,000 personas se congregaron en el parque y, agitados por acciones policiales, intentaron marchar hasta un anfiteatro cerca del Hotel Conrad Hilton, donde estaban sus oficinas de campaña y se hospedaban los candidatos presidenciales demócratas. Allí se encontraron con una pared de agentes del orden que causaron un desorden monumental. Los injuriaron verbalmente, tiraron gases lacrimógenos, y la emprendieron a macanazos con los que marchaban. Los agredidos tiraron piedras y botellas, destrozaron vitrinas, autos y otra propiedad privada. Vivía entonces en Houston y lo vi todo en televisión. Las confrontaciones duraron cinco días y fueron parte del postre de la comida cada uno de ellos. Esa parte está bien documentada.
La película comienza 5 meses después de esos incidentes cuando 8 hombres son arrestados por una serie de cargos. El peor era haber conspirado para cruzar líneas interestatales con la intención de inducir un motín. Estos eran David Dellinger (John Carroll Lynch), Rennie Davis (Alex Sharp), Tom Hayden (Eddie Redmayne), Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen), Jerry Rubin (Jeremy Stong), and Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen). También estaba la acusación de que John Froines (Daniel Flaherty) y Lee Weiner (Noah Robbins) habían entrenado a algunos de los protestantes a construir bombas molotov.
Los acusados, con la excepción de Bobby Seale, están representados por William Kunstler (Mark Rylance) y Leonard Weinglass (Ben Shenkman). El nuevo Fiscal General, John N. Mitchell (John Doman), nombra a Tom Foran (John MacKenzie) y Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt) como fiscales. El caso de Seale, el único negro acusado, era el presidente nacional del partido Panteras Negras, fue removido de corte (por eso 7). Su suerte es de particular importancia para examinar los paralelismos que existen entre lo que ocurrió en Chicago en 1968 y las marchas de “Black lives matter” de nuestros días.
El extraordinario guion de Aron Sorkin y su dirección magistral hacen de la cinta una que lleva el género del drama judicial (“court room drama”) a un nuevo nivel. Como es de esperarse, hay algunos desarreglos temporales en cosas que sucedieron que aquí aparecen más cerca una de otras de lo que fue la realidad. Como dije al principio, ahí está la habilidad del escritor para crear el suspenso y el drama que rebasa lo que, de haber sido estrictamente verídico, hubiera sido una dramatización del récord de lo que sucedió en la corte federal. La agilidad de la cinta se debe a los magníficos diálogos salpicados de humor y sarcasmo del bueno, el uso efectivo de flashbacks y pietaje original de TV de los disturbios y la magnifica labor de edición de Alan Baumgarten. Sorkin, creador de la gran serie de TV “The East Wing”, no es un extraño a los dramas judiciales ya que escribió la obra teatral “A Few Good Men” y el guion para su adaptación cinemática. Es importante reconocer, para entender la integridad del autor al contar esta historia, que ninguna de las acciones de Julius Hoffman (Frank Langella), el juez incompetente y prejuiciado que controló los procesos en corte, están exageradas. Sorkin presenta su inequidad y sus pocos aciertos con la misma intensidad que presenta las disrupciones de Jerry Rubin y Abbie Hoffman. En un momento genial el juez aclara que el reo y él no son familia.
Hay cosas verídicas que ocurren que me reservo porque son claves para el efecto dramático del filme, particularmente relacionadas a las Pantera Negras. Una escena en casa de Ramsey Clark (Michael Keaton), el fiscal general de los EE. UU. durante la presidencia de Johnson, puede no haber ocurrido, pero está escrita con un sentido impecable del balance dramático cómico que incrementa el valor literario del “teatro” que se nos presenta. Lo que sí esta a plena vista y sabemos que era tan rampante entonces como lo es hoy día, es la traición de los ciudadanos por parte del FBI, el gobierno y los medios noticiosos. Esas son indiscutibles.
También es impecable el elenco de este filme excitante. Todos los actores, aún los más periféricos, tienen intervenciones de altura. Como Julius Hoffman, el juez villano, Frank Langella es el epítome de cómo la verdad puede ser sepultada por un ideólogo con poder. A pesar de todos los actores superlativos a su alrededor –en particular Eddie Redmayne, Sacha Baron Cohen y Mark Rylance– Langella es el Darth Vader de la cinta: un juez que se ha ido al lado oscuro.
Impresiona de la película los paralelismos con lo que está sucediendo en la época de Trump, incluyendo un departamento de justicia que cree que trabaja para el presidente en vez de para el pueblo. Agentes del FBI que intimidan al jurado y, en un extremo de sus tendencias fascistas, asesinan a personas que piensan que interfieren con la implantación de sus determinaciones de lo que está bien y que contrastan con lo que creen que está mal. Un sistema corrupto que viene desde el Grant Park de 1968 al Grant Park de 2008 que recibió al primer presidente de color en la historia de los EE. UU. Son cuarenta años de lo que pensábamos era una metamorfosis de una nación que dejaba atrás su racismo y sus prejuicios, pero resultó ser una falacia.
En el caso de los 7 de Chicago al fin y al cabo la justicia los redimió. Al final de la cinta nos enteramos de lo que les sucedió a los apresados, a sus abogados y al juez. Es como fue. No hay ficción en eso, solo el mal sabor que deja reconocer las injusticias que se comenten por la ceguera ideológica. El juicio no fue muy distinto a los de la Alemania nazi ni a los de Stalin. La diferencia fue que no mataron a los culpables. Sin embargo, solo queda, en el país que se declara la democracia más notable del globo, la notoriedad de sus actuales dirigentes que persiguen, mienten, roban y se enriquecen defendidos por el departamento de justicia. Pero aún, poco les importa el pueblo, los ciudadanos decentes y trabajadores de un país de emigrantes que ahora está infectado no solo con COVID-19, sino con xenofobia y desdén por los que hacen que el país funciones. Pero ¿qué les habría pasado a los siete de Chicago si una serie de presidentes republicanos con las mismas ideas retrógradas hubieran comandado la nación después de Nixon? Tal parece que la democracia solo funciona cuando gente inteligente están en el poder.