The truth is out there
La época es los mediados de la década del 1980. No preciso el semestre ni el año escolar, pero debe de ser entre 1985 y 1987, los años que le dediqué al surfing con el ahínco típico de la juventud y el ímpetu característico de la lozanía del tineyer. La hora, sumida en la ambigüedad del recuerdo, ronda el alba. Mi colega y yo abandonamos el jangueo noctámbulo del sanjuanetazo callejero y emprendemos, con las tablas en la parte de atrás de la guagüita del socio, el trayecto repleto de semáforos de la número 2 hacia occidente. Pero por la hora y las ganas nos conformamos con Isabela y el delicioso arcano de Secret Spot, acurrucado en el extremo oriental de una bahía que conforma una perfecta media luna. Todavía no despunta el rubio y procedemos a consumir guineos, mantequilla de maní y un humilde motivo de mafú procedente de Manuela.
Ah, juventud divino tesoro… y aguardamos con inusual paciencia la luz del sol, el miedo a las aguas oscuras supera el ardiente deseo de correr las olas. Estamos solos, el nuestro es el único vehículo divisable en los kilómetros de calles sin pavimento que discurren a lo largo de la costa, tramo que descubriríamos meses más tarde ser la sede de las caminatas mañaneras del viejo Isaías Matías, quien en una triste ocasión nos ayudó a sacar la guagüita de una trampa de arena. Mientras nos fumamos el grueso de nuestra rebeldía obligatoria, caemos en silencio.
Y así, de cantazo, como se dice, se hizo la Luz.
No, no es el sol asomándose por el horizonte. Tampoco es la luna colgando como una advertencia sobre nuestras cabezas. Es otra cosa, de dimensiones ultralunares y de una proximidad alarmante. Se encendió de un instante a otro en el extremo oriental de la bahía y en absoluto silencio. Ilumina la bahía completa, el promontorio donde estacionamos para esperar el alba y sin duda gran parte de la costa que logramos detectar. Ilumina también las aguas del Atlántico y descubre las marejadas, las olas, la arena, las piedras, las escasas palmeras del perímetro. Recuerdo que en ese momento el colega chupaba el motivo con gusto, acto irremediablemente interrumpido por el espectro de luz dándonos en la cara y por el resto del día. En la horripilante claridad que produce, cada detalle del lugar queda expuesto de manera casi obscena. En cuestión de segundos repasa, desde su elevado puesto, la franja exigua de playa que conforma Secret Spot y se detiene cuando ocupa el aire directamente posicionado sobre el vehículo.
Parece estar flotando muy cerca de la superficie; quiero decir a unos doscientos, trescientos pies en el aire. Pero es enorme y silente y se nos antoja que imposible también. Al cabo de unos intensos instantes !puf! se apaga y desaparece. Se esfuma.
Increíblemente.
El silencio tiraniza el momento y nos roba el habla. Cruzamos miradas de puro pavor y mi colega, sin pensarlo, supongo, tira el moto por la ventana, le da la requerida vuelta a la llave en la ignición, compromete la reversa y arranca sin mediar palabra rumbo a cualquier otro lugar menos éste. Sin mediar palabra también duramos el camino completo de regreso a la capital, a la urbe, a la civilización. El sol despuntó minutos después de nosotros dejar atrás el camino de tierra que accede a Secret Spot. Sin mediar palabra alguna el colega me deja en mi casa y continúa a la suya.
De eso ya van casi treinta años, pero el recuerdo de la Luz está clarísimo, nítido. No siempre fue así. Pasaron años durante los cuales bloquié la memoria al respecto. Pero cuando regresó el recuerdo, fue como una explosión mnemónica, dejando su detallada impresión en mi mente. No fue una alucinación, ni un malentendido. No era un helicóptero ni un avión ni ninguna nave que forme parte del inventario de cualquier gobierno u organización moderna relacionado a la industria militar y aeroespacial.
Noup, nacarile. Los referentes contemporáneos de la época, E.T., Close Encounters of the Third Kind, etc., no arrojaban nada de luz sobre el asunto. El estigma asociado con el tema cultivó más silencio aún y tal vez por eso preferí guardarme el relato, bloquearlo. Tal vez no sea fácil para algunos imaginarse ese mundo sin celulares, sin internet, sin la abrumadora multiplicidad de medios audiovisuales y de informática. Sin récord ni documento, me sorprende bastante la falta de fogosidad ante el recuerdo. Eventos recientes en los últimos diez años –desde las Luces de Tinley Park, Illinois, el cierre de un aeropuerto en China, una espiral luminosa sobre la ciudad de Oslo en Noruega y varios otros incidentes todos documentados en los últimos dos años– que han sido presenciados por miles de personas a la vez, me han hecho regresar a esa playa de Isabela de mi juventud y cuestionar la historia oficial en torno a las luces en el cielo.
En realidad no nos debe sorprender. La ubicuidad de la tecnología moderna en torno a la fotografía no puede más que añadir nueva documentación. En estos días en los cuales cada chamaco en la calle tiene una cámara en el bolsillo y cada muchacha y su perro también, no nos puede sorprender que la cantidad de casos documentados de estos fenómenos crezca exponencialmente todos los años. Sin embargo, para mí, que siempre he sido de esos que se piensa anacrónico, perteneciente a otro tiempo, lo que me sorprende es la cantidad de incidentes que se dan frente a las cámaras de reporteros bona fide y el aumento en incidentes presenciados por cientos, si no miles de personas. En los últimos dos años nada más han habido como una docena de ellos, cuando en el pasado no se han registrado tantos.
Hay quienes lo asocian con la profecía de los Maya respecto al 2012 y la nueva era. Es fácil despachar y descartar todo el discurso que se da en los medios al respecto, pues suele ser sensacionalista y protagonizado por cada personaje. Creo que le llaman fiebre milenaria.
Pero entonces ves el video en YouTube del aparato que se está escapando de la playa antes de esa primera ola del tsunami en Japón en febrero de 2011 y te recuerdas de aquella playa de Isabela. Y por alguna extraña razón sientes que si alguien pudiera explicarte lo que viste esa madrugada, sería tal vez el viejo Isaías Matías, centinela de las dunas mañaneras. Sin embargo, a estas alturas tienes que ejercer un poco de paciencia y comenzar a buscar otra vez entre las nubes. Tarde o temprano el que busca siempre encuentra.