The Two Popes: Perdón divino
Meirelles nos sorprende a cada vuelta de la historia con toques que hacen del filme, no solo uno satisfaciente desde el punto de vista dramático, sino uno altamente estético. Tal parece que impresionado, pero no amedrentado por la Sixtina, él y su camarógrafo César Charlone le imparten una belleza diáfana a las más simples tomas, a los más simples momentos escénicos. Una vista del catillo Gandolfo y el lago Albano desde un helicóptero hace que, por un breve momento, uno quiera entrar al monasterio con aspiraciones supremas. Otra, en un parque en Argentina, parte de un flashback en blanco y negro, muestra un árbol con unas raíces profundas y ensombrecidas: es una metáfora sobre la fe del entonces joven Bergoglio (Juan Minujín) en el momento que le revela a su novia que ha de ser cura. Además del simbolismo, la hermosura de la toma deja a uno asombrado de cuán bella es la noche. Antes, el joven había entrado a una iglesia y confesado sus pecados a un cura enfermo de leucemia, y ese momento se convierte en su epifanía. La iluminación de la escena y el énfasis de las voces de dos rostros que están borrosos a causa de la rejilla que los separa convierte el momento en uno místico. Sin embargo, ni en esta escena, ni en ninguna otra, los autores del filme tratan de manipular al espectador sobre la religión.
Desde el título sabemos que la cinta trata algo de “eso” y, por supuesto, los diálogos entre los dos principales están repletos de sus creencias y sus interpretaciones de los dogmas y las “reglas” creadas por los hombres desde que existe la silla de san Pedro. En esto también el filme sobresale: hay una mezcla apropiada de citas eruditas y de simples prejuicios que se la han añadido al canon católico. A un lado, el una vez teólogo liberal, convertido en conservador y ortodoxo, Benedicto, quien había sido prefecto de la Congregación de la Doctrinas de la Fe; al otro, el humilde jesuita que desea abrir más la iglesia a personas rechazadas (los divorciados de matrimonios civiles, por ejemplo), pero, más importante, su rechazo del capitalismo desbordado. El tema del abuso sexual de niños se trata, pero no se analiza.
La historia, sin embrago, nos lleva también por otras direcciones. En un segmento impresionante por su respeto a la historia y a la situación escabrosa que vivió Bergoglio, vemos su relación con los militares de la junta de Videla luego del golpe militar en 1976 y la horrible “Guerra Sucia” argentina, durante la cual, con la ayuda de EE.UU., de se asesinaron miles de personas en nombre de la oposición al comunismo. La participación del futuro papa en la desaparición de dos curas jesuitas que fueron sus colegas, se enfoca desde un punto de vista neutro que no ayuda a resolver ni a favor ni en contra su responsabilidad en el asunto.
La película muy bien podría convertirse en una obra de teatro porque, fuera de los flashbacks, transcurre entre los dos papas y la relación que se desarrolla entre ellos. Los otros personajes que entran y salen de las escenas son necesarios, pero completamente secundarios. Es una genialidad que, dependiendo qué ocurre en el momento o en las retrospectivas, las figuras pintadas por Miguel Ángel en la Sixtina se convierten en extras en la escena, o con sus expresiones que han durado siglos comentan sobre lo que está sucediendo. Las actuaciones de Anthony Hopkins y Jonathan Pryce están llenas de intuición cómica sobre dos figuras que en el siglo XXI viven como los emperadores (papa Francisco ha renunciado a muchos de los lujos). Ambos actores nos dejan convencidos de que los originales son como están representados, y que les sobra seriedad y ternura. Ambas actuaciones son logros altísimos de los dos excelentes actores en el centro de la cinta. Tal y como se espera de dos personajes tan inteligentes, educados y comprometidos con la teología, ¡el futbol, ABBA y los Beatles apasionan al argentino; el ajedrez, la cocina típica de su tierra y el piano, en particular Smetana y sus bellas composiciones para ese instrumento, al alemán!
Es en el uso de la música que el director ha encontrado una fuente de contraste con la idea que tiene uno de la santidad complicada y misteriosa del Vaticano. El bolero “Bésame mucho”, de la mexicana Consuelo Velázquez, en tempo de jazz, abre y cierra la película como un broche feliz y lleno de alegría que nos dice que, a pesar de las ideas anquilosada que aún tienen a la iglesia católica en la garra del absurdo, estos dos tiene perdón divino por ser respetuosos hacia sus creencias particulares.