Tres textos escritos en puertorriqueño
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Actualidad de la La guaracha
Escuchar este texto cobrar vida en voz de actores talentosos y académicos de renombre, además de estudiantes contemporáneos, muchos de ellos tal vez con la mitad de la edad de La guaracha, hace volver a mirar la pertinencia, brillantez y vida que tiene un texto que ha sido canónico desde que salió, y el más internacional entre la totalidad del corpus de la literatura puertorriqueña. Me hizo recordar además que recientemente se han publicado dos textos que a mi manera de ver dialogan con el clásico. Uno de ellos es la novela en reggaetón titulada Guaya guaya, escrita por el poeta Rafael Acevedo, y la otra es Osario de vivos, escrita por Gean Carlos Villegas.
El objetivo de este ejercicio es poner a dialogar estos tres textos en cuanto a sus propuestas sobre el lumpenato, el goce o la joda, escribir en puertorriqueño, las metáforas de la enfermedad y la simbología de los personajes femeninos, entre otros asuntos. Para argumentar sobre La guaracha, me apoyo en el capítulo dos de Nación y ritmo de Juan Otero Garabís, que trata precisamente sobre la puertorriqueñización del lenguaje literario en la novela de Sánchez, los medios de comunicación de masas como objeto de consumo enajenador y la posibilidad o no de leer el goce en la novela, y luego en la salsa en sí, como fuga del aparato coercitivo del estado.
2. Una cosa fenomenal
Desde el modernismo los escritores puertorriqueños se han dado a la tarea de defender el “alma” de la nación ante su posible “corrupción” por parte de aparato político estadounidense, además de sus avances culturales en la isla. Esto, sin tomar en cuenta el hecho de que el país no está compuesto, ni debería estarlo, por un alma sino por muchas, más de tres millones, y así se inventó una identidad espiritual puertorriqueña a imagen y semejanza de la clase que se la estaba inventando -propietarios blancos, descendientes de europeos- puesto que eran los que en la casi absoluta excepción, tenían acceso a la escritura en la isla hasta la segunda mitad del siglo XX.
Debido a que la única parte visible del “alma” son las palabras, la escritura isleña se ocupó con insistencia de salvaguardar un “purismo” irreal que mantendría nuestra esencia hispánica incontaminada. He ahí el portón que derribó este texto de una patada y el baile que provocó la lectura de esta novela que, sin dejar de ser culta, cultísima -ahí están las citas para probarlo- también demostraba su fluidez con el lenguaje, los mitos, los tics de las clases no letradas, además de que para este texto también era importantísima la puesta en escena del lenguaje de los medios masivos de comunicación.
Según el análisis de Otero Garabís, este texto se mete en camisa de once varas, puesto que su análisis supone la reflexión sobre los mismos términos desde los cuales se comienza a plantear su hermenéutica. Por ejemplo, ¿Qué significa hablar en puertorriqueño? ¿Qué es la cultura popular? ¿Qué relación tiene ella con la letrada? ¿Cuál es la propuesta que se desprende de la novela en cuanto a ellas? ¿Es el baile, la guaracha, liberación o enajenación? Recordemos el consabido «botella, baraja y baile» desde el que se nos ha querido (¿sabido?) controlar desde los tiempos de España. Pero por otra parte, ¿no es esa presencia del cuerpo en movimiento una alusión a lo elusivas que han también sido, históricamente, las clases populares siempre en movimiento que se escapa al orden que se nos quiere imponer desde arriba? A estas preguntas Otero Garabís responde en su análisis que:
En La guaracha, no obstante, se presenta una dualidad de vacilones: por un lado, el de la historia que “narra los extremos miserables y espléndidos de las vidas de ciertos patrocinadores y detractores” (11), y por otro, el de la narración, vacilón que usa el lenguaje y las estrategias de dichos personajes para crear otro tipo de vacilón más serio que Sánchez ha llamado “humor literario”. El primero se presenta paralelamente al tapón y estancamiento social como falso escape que no libera a los personajes de éstos (Chadwick) y el segundo como una alternativa de enfrentar y “contra atacar” los males sociales. (87)
Sánchez habla de un humor consciente de su función social, que no evade la realidad, sino que la enfrenta sarcástica e irónicamente; su “humor literario” es tal vez la herramienta más efectiva de su propuesta de hacer un “arte corrosivo” […] con capacidad de socavar la broma oficial de nuestra libertad oficial”. (89)
En resumen, Otero Garabís entiende que en La guaracha el letrado aprende y reconvierte el humor y el vacilón que en sus usos populares puede terminar siendo inconsecuente puesto que el estado y los medios de comunicación a su vez se los apropian para el fin del inmovilismo que necesita la trama oficial, mientras que en la extraoficial se aprovechan de la inmovilidad para los fines de quienes administran. Entonces, es el humor letrado, debido a su saber sobre las tramas sociales oficiales y extra-oficiales, sin los elitismos de las representaciones ontológicas que le preceden, el que puede de algún modo minar el poder de quienes administran. El caso es que (y esto lo digo yo) el problema de fondo es que no hay libertad sin el conocimiento que posibilita la corrupción del sistema social. Esto, aunque los distintos géneros de música tropical, no letrados sino con una raigambre en las tradiciones orales, son capaces también de proponer sus propias “alternativas salseras al orden”.
Así, “frente a un mundo “contaminado”, “travieso” y “perdido” estos tres textos aguarachados [se refiere a Vámonos pal monte de Eddie Palmieri, El guaguancó del Gran Combo y La guaracha] proponen el goce como resistencia. Sánchez lo propone en un texto literario contagiado con los ritmos y lenguajes de la música popular” (103), mientras que “Palmieri e Ithier, en cambio no se sitúan en la ciudad letrada, sino en la “rumba”, la música popular, desde donde resisten situaciones que no pueden controlar” (104). Concluye que La guaracha “mantiene la jerarquía entre literatura y música popular, a pesar de acochinarse y lumpenizarse” (104). Juan Gelpí, por su parte, proponía en Literatura y paternalismo en Puerto Rico que la La guaracha está construida a partir de la continuación de ciertas metáforas, sobre todo, la del estancamiento y la enfermedad que han ordenado simbólicamente el país desde el siglo XIX. Ante la epilepsia de Silvina, personaje principal de La charca de Manuel Zeno Gandía, la hidrocefalia del Nene (metonimia que representará además la estupidez de los demás personajes), ante la charca misma, en el texto más contemporáneo se encuentran el tapón y la fábula detenida a las 5 en punto de la tarde. ¿Cómo trabajan motivos similares los textos más contemporáneos que hallo hermanos de La guaracha?
3. Guaya guaya.
Publicada en 2012 por la editorial que maneja el autor, Rafael Acevedo, llamada La secta de los perros, esta novela tiene el tamaño y la forma de un disco compacto. La alusión al lumpenato que representa se encuentra ya en la portada que retrata a una mujer en biquini subida en una moto, vista desde la parte trasera (sus nalgas). La contraportada enumera las primeras palabras de cada capítulo, lo que hace las veces de los títulos de lo que serían las canciones que contendría el disco. Acá como en La guaracha el texto letrado se apropia de un género musical popular con fines literarios.
Igual que en el texto de Sánchez, en el de Acevedo el único goce que se plantea es goce letrado. Ambos textos están cifrados en la burla hacia los sectores sociales populares que se representan como tontos. Aunque como se verá, al final la novela redime, al menos a uno de sus personajes desde un acto suicida. La novela está escrita en oraciones cortas, muchas veces de rima fácil y poco agraciada, que hace las veces de parodia de la estructura de la lírica de las canciones de reggaetón–construidas por un poeta probado por su capacidad de comunicar de forma sorprendente sutilezas del lenguaje, como se puede ver en sus textos poéticos entre los que se encuentran Libro de islas, Instrumentario y Monedas de sal, entre otros. Un ejemplo de un reggaetón de Bonzo y Seso–dos personajes reggaetoneros, amigos de los personajes principales pero ajenos a la acción en torno a la que se centra la trama–ese es el punto, que Bonzo y Seso no se enteran:
Bonzo y Seso no se enteran.
ni antes de que las cosas contencieran
ni después que pasara lo que espera.
Pero qué esperan
si Bonzo y Seso que cuando no les sale algo se desesperan
y de tanto pensar puede que se adormecieran.
Como se duermen cuando se vienen
antes que ellas se vinieran. Que se vinieran
a enterar de lo que temieran.
Que ya quisieran que respondieran.
Que permanecieran
antes de que desfallecieran
en el fragos del guagua guaya no se riendieran.
Y es que exageran… (63)
Este texto, como el de La guaracha del Macho Camacho es una simplificación de las propuestas del género («La vida es una cosa fenomenal/ lo mismo pal de alante que pal de atrás / arrecuérdate que desayunas café con pan…»), aunque el texto de Sánchez está montado sobre la hipérbole, la repetición, el exceso. En él el lenguaje mismo representa la intransitividad del relato. La novela misma, como máquina poética, se apropia del relajo con fines paródicos, con el fin último de rescatar la inteligencia letrada para el país. En la novela de Acevedo extraño el goce: no está en el exceso, ni en el lenguaje mismo que se simplifica para imitar las letras de reggaetón, aunque al final de la trama se lo rescate. Está más bien cifrado en la burla despiadada a los personajes, no discutiré si merecida o no. En esta letra que cito arriba hay una burla a la virilidad de los practicantes del género, cuando el mismo se estructura a menudo sobre una hombría exagerada y la preponderancia del pene y la penetración. Habría que notar que la parodia también se articula contra las clases letradas del país. Cuando Maripili llega en metro a Río Piedras y pasa delante de las librerías, dos profesores que conversan en la calle la observan y comentan “lo rica que está”, ajenos al drama que acontece. Como en La charca los intelectuales conversan sin enterarse de los problemas del “pueblo” que dicen querer rescatar. Es más, aquí ni eso, puesto que los profesores se ocupan de citar a Kant, para erudítamente comentar la belleza de la transeúnte. Igual que la generación O sea, los personajes no son capaces de hablar y por ello de pensar. Ni siquiera conocen la historia del género que practican:
A lo mejor escucharon a Eddie Dee, Camaelón, Panny, Baurgat, Gautuba uba uba, Origanl Q, Fankie Boy, cisco o recientemente el Final Fantasy 3 con Ñejo y Dálmata pero más allá de eso Bonzo y Seso no soy muy estudiosos de la lírica de la vieja escuela. Ellos no habían nacido. Habían nacido para cuando Hécto el Father y tito el Bambino pegaron aquella desafinada Felina que fue lo primero que se escuchó en español en La Mega. Pero no es que sepan de saber.
Ni que sepan de quién le tiró a un narco saliendo de la iglesia porque se había entregado al Señor.
Ni na ni na.
Ni que sepan quén es la mujer de Tango que anda también con Tingo. (65-66)
Sobre los otros personajes, los asaltantes, el texto dice, por ejemplo sobre El Flaco, “que no es muy bueno en eso de construir oraciones completas” (69). De Maripili dice: “Maripili, llorando sin saber qué hacer, llegó hasta la avenida Universidad. Si escuchara canciones de hace un siglo recordaría Bandida Universitaria, de Hécto y Tito, pero ello no llega a ese ejercicio del pasado” (76).
La fábula que se cuenta es sencilla, como en su precedente La guaracha. En el texto guarachero hay distintos personajes que representan distintos sectores sociales–el senador Vicente Reynoso y su esposa frígida Graciela, su hijo Benny, su corteja, La China Hereje, quien también es La madre, su hijo infante e hidrocefálico, el Nene y Doña Chon, quien cuida al niño cuando la Madre no está. La China espera a su amante el Senador, el Senador está en el tapón de camino a verla. También Benny está en el tapón, molesto porque su Ferrari debería poder correr libre. Doña Chon ha dejado al Nene en el parque para que tome baños de sol y cure así su padecimiento. Benny decide cortar camino por calles internas para evitar el tapón y poder, finalmente acelerar y al final de la novela hecha de descripciones y retrospecciones que logran caracterizar a los personajes, atropella al Nene a quien suponemos su hermano, quien ha salido corriendo debido al hostigamiento que sufre de parte de los otros niños en el parque debido a su condición de retraso mental.
En la novela de Acevedo, lo que sucede es que el Flaco, Wiso y Yaquichán, junto con Maripili, quien de verdad se llama Rosa Nieves, deciden asaltar un banco. Flaco vende marihuana frente a la casa de su madre donde reside. Los otros dos son sus empleados, pero ese negocio “es de chamaquitos” a menos que tengan a la policía en nómina y por ello deciden lo del banco como un ritual de paso hacia una etapa más ambiciosa o madura de sus vidas. Maripili guiará el auto de escape. Mientras ella espera afuera un policía la hace moverse porque obstruye, ella obedece para evitar una multa. Los de adentro del banco, sin vía de escape, ante preguntas de la policía responden “para despistar” que se trata de un comando armando: “Wiso, para despistar, le dice que es una expropiación. Que se trata de los Comandos Armandos de Liberación Popular y que tienen dinamita, granadas y que afuera hay un coche bomba. Que exigen la liberación de los presos políticos. Yaquichán mira a El Flaco y éste se encoge de hombros” (39).
Esto complica la cosa porque con la implicación de terrorismo interviene el FBI. En una ráfaga la policía hiere a El Flaco. Intentan hacerlo salir del banco bajo pretexto de que es un rehén y la policía lo mata. Atrapan a Maripili cuando regresa al auto robado que había abandonado para pasear desorientada en el Metro, logrando así su sueño de salir en televisión. Los asaltantes idean un escape tomando prestado el Mercedes Benz rojo de la Oficial de Ralaciones Públicas del Banco llamada Paula Marte. La policía bloquea la salida, dispara hacia el auto y mata a los demás asaltantes, aunque luego se inventa para los medios la coartada de que los asaltantes dispararon primero. Los otros dos personajes, Bonzo y Seso, están en Bayamón grabando una canción de reggaetón, ajenos a todo lo que sucede. En esta novela se abandona la metáfora familiar.
Las distintas clases sociales están en guerra abierta, aunque todos los personajes son corruptos, incluso la policía, con lazos con la mafia cubana. Como en La guaracha, un atentado “terrorista” que sucede, perpetrado por Benny y sus amigos, se le achaca a la izquierda del país y se cataloga de terrorismo. En este caso, la mirada política está en la voz de los asaltantes quienes, a pesar de ser representados mayormente como tontos e incultos, tienen una respuesta cuando Paula, trata de convencerlos de que se entreguen al sistema de justicia del país:
-No me insulte. Mierda. Historia verídica: Un hombre se roba 585,000 de dólares. En par de años trabajando para el municipio y el partido. Le pueden echar hasta nueve años de cárcel, pero el fiscal, desde el tiro, dice que esos delitos que cometió contemplan cumlpir la sentencia en probatoria.
-Sí, pero…
-Eh, eh, no he terminado. En total, el fiscal acusa al hombre de siete delitos relacionados con fraude, lavado de dinero, apropiación ilegal agravada, traspaso de documentos falsos, falsificación de documentos y alteración del sistema de contabilidad. La jueza determinó causa contra el acusado y le impuso una fianza de $7,000, la cual prestó por medio de la Oficina para la Antelación del Juicio. Siete mil dólares, Paula. Te robas 585 mil y si trabajaste para un legislador, si donas algún billete al partido, sales de oro. (114-115)
El atentado contra el banco, en estas circunstancias, se puede interpretar como un suicidio. Al final de la novela se nos relata que el verdadero motivo para el robo es que Wiso: “Estaba molesto con que a los ejecutivos de Wall Street les salvan los negocios del truco y a los demás que se los lleve el diablo. Estaba molesto con que los dueños de bancos propongan quitarle el empleo a miles de trabajadores” (155). Molesto además de estar “frente a la casa de la madre de un imbécil” vendiendo pasto en un negocio de mediocres para mediocres. Quería “despertar” (155). Además, estaba molesto con la traición de Zoé, su novia. Si, como apunta Otero Garabís, en La Guaracha doña Chon aparece como el único personaje no alienado, puesto que produce cultura (cocina–habla desde saberes populares, sabe de espiritismo) y descree los mensajes de los medios, el libro de Acevedo representa el momento histórico en el cual no se salva nadie.
La solución política a la fábula, recuerda la propuesta de Slavoj Zizek en Bienvenidos al desierto de lo real cuando propone desde una pregunta “¿Y si estuviéramos “realmente vivos” únicamente cuando nos comprometemos con una intensidad excesiva que nos sitúa más allá de la “mera existencia”? […] Lo que hace que la vida “merezca ser vivida” es el propio exceso de vida: la conciencia de que existe algo por lo que alguien está dispuesto a arriesgar su propia existencia…” (73-74). ¿Es esto lo que representa el amor por Zoé de Wiso? Lo que destaca en este capítulo Zizek es que el enemigo común, el “terrorista”, sirve como punto de acolchado que unifica la diversidad de enemigos con los que interaccionamos en nuestras luchas. Así sucede en la novela, aunque la salvación suicida parezca demasiado precaria.
4. Osario de vivos.
Desde el título mismo, la novela de Gean Carlo Villegas nos propone que estamos todos muertos; vivimos un mundo de muertos en vida o “undead”. El asunto de género es el elemento más interesante de esta novela, puesto que las protagonistas son todas mujeres. Se trata de una trama de narcotráfico. La novela se propone como una reescritura de nuestro clásico decimonónico La charca, de Manuel Zeno Gandía. Cito nuevamente a Otero Garabís. Esta vez su artículo titulado “¿Puede Silvina hablar?”. En él hace notar cómo Silvina es la moneda de cambio de las transacciones simbólicas de la novela (lo digo aquí en mi vocabulario).
Para Otero Garabís, Silvina habla con el cuerpo, en su momento de muerte que él prefiere interpretar como un suicidio. Es su modo de salirse de la trama con capacidad de diligencia (agency), puesto que cuando habla no se la escucha. En La guaracha las mujeres resisten desde su idiosincracia “A mí todo me resbala”, dice la China Hereje. Sole y Sole bailan en el techo de su auto en medio del tapón. Graciela escapa a Suiza por medio de la revista Hola, logrando sólo orgasmos de envidia a las vidas que atestigua por ese medio. En este texto Doña Amelia es la dueña del punto del caserío. Ella contrata a María quien vive con su novia Jossie y con Cristopher su hijo y, por tener el récord limpio, licencia de conducir y seguro social, le podrá servir para enviar dinero de sus negocios trámite Western Union, primero. Luego la contratará de mula y para asesinar a un político. El caso es que como en la novela naturalista, María no se podrá negar. Las circunstancias la atrapan. Mientras, al niño le han asignado en una clase leer La charca y la madre decide, para asegurarse de que su hijo haga la asignación, que la leerá en voz alta. De este modo los paralelos con el clásico se estrechan.
Esta novela también hace mención continua a los medios, sobre todo a las marcas de los objetos. Doña Amelia utiliza carteras Louis Vuitton y bolígrafos Mont Blanc, beben Coca Cola (lo cual le da al narrador pie para hacer la historia del uso de la coca en la sociedad de consumo y los letrados decimonónicos). Más adelante cuentan la versión Charca contemporánea:
Supuestamente el tal Galante era novio de la mai de silvina, Leandra, y una noche de locura en un party, el bichote le dice a la mai que quería estar con la hija, y la mi, en un viaje cabrón, le va con el cuenta labioso a la hija, la cual se niega por qué diría el noviecito, un tal Ciro, pero la mai, que no quería que el bichote la dejara por otra le dice: hija, no seas tonta… no seas tú la cuasa de que nos muramos de hambre. La muy boba se dejó convencer y después de que la mi le dio par de pepas, le entregó al bichote la virginidad de la hija en bandeja de algodón… El tal Galante ya tenía par de jevas en el caserío y no podía echarse otra más al sistema, entonces, después de darle de regalo a Elandra, unas cuantas rayitas de perico y la promesa de que le iba a regalar unos aros veintiséis, y también yo te voy a conseguir uno de los míos que se encargue de tu nene para que no le falte nada. Entonces es que entra en escena Gaspar, uno de sus guardaespaldas, y que le pidió que se casara con la nena. (39)
Así sigue, y de verdad nos convence de que la novela es actualísima. Basta cambiar río por Laundromat del caserío y todo queda igual. Como se ve, la narración está hecha de la oralidad contemporánea. Las explicaciones de los funcionamientos del mundo del narcotráfico parecen convincentes. Así debe funcionar todo. El caso es que los políticos quieren hacer un gran proyecto de desarrollo para acabar con los caseríos, por lo que hay que acabar con el Secretario de la Vivienda, y ese trabajo se le encargará también a María, quien no tiene impulsos criminales, pero tienen a su hijo secuestrado como garantía de que el trabajo se complete. La pregunta de fondo del libro es la pregunta moral. Así lo cuenta al leer un libro que se encuentra en el baño; otro que le ha prestado el maestro que se ocupa de la alfabetización de sus estudiantes con esmero (quien será destituido de su puesto), porque en un estado mediocre toda eficiencia se ve mal:
En las profundidades de China existe un mandarín más rico que todos los reyes de quienes hablan las leyendas o la Historia. Nada conoces de él, ni su nombre, ni su rostro, ni la seda con que se viste. Para que tú heredes sus caudales infinitos, basta que hagas sonar esa campanilla que se halla a tu lado, sobre un libro. Él apenas emitirá un suspiro en los confines de Mongolia. Entonces se convertirá en un cadáver y tendrás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres un mortal, ¿harás sonar la campanilla?» (51)
A la pregunta retórica responde María: “Claro que haría sonar la campanita” pensaba ella, maliciosa, “quién no haría sonar la dichosa campanita”, se preguntaba y, sin embargo, la trastornaba prodigiosamente “¿será posible?” (51-52). El caso es que incluso a Doña Amelia, la bichota del caserío, le remuerde la conciencia y se le aparecen sus muertos y la sangre, como se le aparece el muerto que él mató al patriarca de los Buendía pidiendo agua, como se aparece el padre a Hamlet y como Lady Macbeth se siente las manos ensangrentadas…
Me pregunto por la significación de que todas los personajes de la novela sean mujeres. Más allá de cualquier utopía, más allá del falologocentrismo, este texto que se propone más como una instalación que como una novela, o sea, una puesta en escena, propone que la salvación está en escuchar a nuestros muertos que nos piden que les demos paz. Las mujeres también matan. Las niñas matan, puesto que así es que doña Amelia se estrena en la vida del crimen, asesinando en ganga a la ancianita que atendía a las niñas del barrio para darles galletitas. El único inocente en este texto es Cristopher, el hijo de María; niño bueno que va a la escuela, saca buenas notas, lee La charca. Al final de la novela el río sigue corriendo indiferente, como en La charca, pero los muertos acosan a Doña Amelia, nos acosan, reclaman atención. Es como si Silvina volviera a reclamar venganza por su muerte. Es como si El Nene de La guaracha se apareciera a reclamarle a su medio hermano, Benny y con él a la sociedad entera por cómplice, el haberlo matado. Es como si El Flaco, Wiso y Yaquichán nos reclamaran. Los muertos no nos dejarán vivir en paz. El único goce posible es la conversación con nuestros muertos.
Bibliografía Acevedo, Rafael. Guaya Guaya. San Juan: La secta de los Perros, 2012. Otero Garabís, Juan. Nación y ritmo. Descargas desde el Caribe. San Juan: Callejón, 2000. —. “¿Puede Silvina hablar?” Revista de Estudios Hispánicos. 1 y 2 (2002): 33-48. Gelpí, Juan. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993. Sánchez, Luis Rafael. La guaracha del Macho Camacho. [1976] Madrid: Cátedra, 2000. Villegas, Gean Carlos. Osario de Vivos. San Juan: Terranova, 2013. Zizek, Slavoj. Bienvenidos al desierto de lo real. [2003] Madrid: Ediciones Akal, S. A., 2005.