Un 25 de julio a reescribirse
Con ese discurso se educó y colonizó ideológicamente a los puertorriqueños. Discurso que tuvo como cimientos: la importación de capital, salarios de hambre, fomento de la emigración intensiva y, como garantía de estabilidad para el propio sistema colonial, la persecución y encarcelamiento del movimiento nacionalista, así como la constante demonización y ficheo, tanto del independentismo electoral como revolucionario. Bajo esa ideología, se crearon frases lapidarias tales como «La vitrina de la democracia», «Revolución Pacífica», «Puente de las Américas», «Operación serenidad» y en décadas recientes «lo mejor de dos mundos», entre otras.
Desde las estructuras de gobierno se montó el andamiaje ideológico y cultural de las alegadas «bondades del Estado Libre Asociado» que, según se repite hasta nuestros días, «era ejemplo de desarrollo para otros países del mundo» a través del Punto Cuarto y los Cuerpos de Paz, que fomentaron la visita constante a Puerto Rico de estudiosos, profesionales y oficiales de gobierno de otros países para ver «el milagro americano» en esta isla del Caribe. 66 años después de la Gran Mentira, ha quedado evidenciado que el ELA no era otra cosa que una mascarada y modelo para anteponerlo como vía plausible para otros países y contener o neutralizar procesos revolucionarios en África, Asia y América Latina, que surgieron durante el periodo de postguerra en el contexto de las luchas anticoloniales.
Todo el andamiaje ideológico y cultural bajo el cual se disfrazó la condición colonial de Puerto Rico se ha hecho añicos. Andamiaje ideológico y cultural que se difundió, principalmente a través del sistema educativo y como baluarte principal para ello, los programas de Estudios Sociales y la enseñanza de la historia. Una historia al servicio del poder y su sistema colonial. Excelentes colegas historiadores, algunos identificados con la tendencia historiográfica conocida como la Nueva Historia, cuya obra, o parte de ella, estuvo montada a partir de la noción de la identidad cultural creada con el ELA. Historias que, con el paso del tiempo, se transformaron en libros de textos para una historia desde el poder.
En ese aspecto, ante la situación actual, en que ha ocurrido algo así como una involución en cuanto al discurso y acciones desde la propia metrópoli en cuanto al carácter de las relaciones entre Puerto Rico y Estados Unidos, resulta mandatorio que los historiadores que han interpretado nuestra historia como «lo mejor de dos mundos» revisen y redefinan sus construcciones historiográficas al respecto.
Deben expresar su voz también, aquellos amigos y colegas historiadores que desde la Escalera y luego a través del Centro de Estudio de la Realidad Puertorriqueña (CEREP,) interpretaron nuestro devenir histórico desde «la otra cara de la historia» así como los identificados con el post-estructuralismo, los estudios de género, raza, identidad, microhistoria y estudios culturales, entre otras, que emergieron desde mediados de la década de 1980 o un poco antes. Todos esos enfoques y temas de investigación para seminarios, publicaciones académicas, simposios y congresos de historiadores, son indispensables, pero la noción expresada por Fernand Braudel, en el sentido de que la historia, además de «una constante interrogación» al pasado, a partir de «los problemas y curiosidades» de ese pasado, es pertinente también escribirla desde «las inquietudes y las angustias del presente que nos rodea y asedia», lo cual nos hace mandatorio el expresarnos con urgencia y no esperar la «decantación» del proceso para entonces decodificar y reconstruir lo ocurrido en tanto pasado.
El presente histórico y Puerto Rico nos reclaman.