Un hombre desnudo es un paisaje bienvenido
es la salud retomando mi cuerpo
que al fin te olvida.
Edgar Ramírez Mella
Los hombres desnudos son criaturas de flama
erizos que de súbito girar prenden el aire
con voces de su luz cutánea y ágil.
Son hologramas del sueño
generosos abrevaderos
escarchas que se quedan en las manos.
Los hombres desnudos son medicinales
antidepresivos, analgésicos
y buenos argumentos en contra del suicidio
o para cuestionarse la Ley de gravedad.
Son dulces y angulosos, son archivos históricos
alfabetos en célula, cisnes de cuello impune
casas donde vivir
criminales absueltos.
Nadie se ofenda si digo que son buenas camas
que no hay almohadas sin su vientre
que soy toda una víctima del terciopelo
Porque un hombre desnudo es como un libro
gusto palpar su lomo
examinar al azar su piel de página
letra por beso, abrazo por palabra
y respirarlo como si fuera hecho de oxígeno.
Es una dicha estética
una inevitable filmación de la pupila
también una copa de nostalgias previas.
Y sus dedos, sus dedos un incienso
que nunca se consume.
Hermosos son los hombres si desnudos
si visibles cuando la oscuridad.
Por sus lunares nacen nuevas mitologías
y le ocasionan nombre a las estrellas.
Hermosos si caminan, si están quietos
más aún si dormidos
para mirarte mejor
querido lienzo.
Los habladores
Hay hombres muy elocuentes antes del amor,
pero la cama los enmudece.
Tras sus pequeños textos
suelen sufrir epílogos de nieve.
En fin, la flor de los oximorones.
También están los otros,
los que se vuelven narrativos sólo después de amar,
y van haciendo de dormir un verbo hipotético.
Improvisan biografías a tu nombre:
Yo siempre te esperé [para que me adoraras]
Esos pequeños dioses
cargan su ego ad-herido en un back-pack
como los moluscos terrestres
son lentos y pesados
y dejan una resplandeciente estela
-de baba-
tras su andar.
Hay hombres que hablan bien mientras están conduciendo.
Te miran a intervalos, pero sus ojos son inatrapables.
Nunca se entregan por completo
y no ameritan más de un polvo o cuatro versos.
Están los que necesitan un prolegómeno cuadrado
con platos, flores, copas
y discusiones político-filosóficas.
Son, por lo general, buenos amantes,
se saben la poesía de Neruda
y conocen técnicas orientales.
En fin, la flor de la cultura.
También existen los que sufren
un síndrome de película francesa.
Necesitan ser dramáticos, brillantes,
producir las mejores carcajadas, las mejores lágrimas.
Irradian la tarifa de un poema
si viajas en su cuerpo.
Son buenos idilios, pero muy fugaces.
Y los malabaristas de la bruma
ejercen los más extraños verbos
para [decl]a(m)a{r}se feministas,
discursan posmodernos y abusan del paréntesis.
Suelen ser políticamente correctos,
hasta que la abyección de la palabra amor
les asalta el desvelo
y pretenden administrarte las acciones
y hasta los pensamientos.
En fin, la flor de la ironía.
Y los poetas, !qué contar de ésos
especímenes resúmenes de lo que estoy diciendo!
Hábiles diccionaristas
pertrechados de palabras como para una guerra,
te toman por asalto, te invaden, te acribillan.
Muy perversos
te acosan cada célula
hablándote de amor.
En fin, flores de perdición.