Un maravilloso concierto presentado dos veces
La música escogida y presentada fue de compositores oriundos de algún país americano o que estén radicados en uno. Fueron todas obras del siglo XX o del XXI. Con este repertorio se salieron los intérpretes de las visiones estrictamente eurocéntricas y arqueológicas; no se tuvo que interpretar música de compositores muertos exclusivamente ni de épocas previas al siglo XX. Fueron obras sumamente interesantes, vibrantes y dinámicas. Innegablemente superaron la idea de que la única música adecuada para conciertos tiene que ser de Bach a Brahms y nada más; están más allá de una estética exclusivamente germana o centroeuropea.
Participaron en ambas ocasiones la arpista y docente Elisa M. Torres, Emanuel Olivieri (violista), Iván Rijos (guitarrista), Pedro Juan Jiménez (pianista) además de la flautista mexicana Alhelí Pimienta. Todos ellos, exceptuando a la flautista visitante, son de la facultad del Conservatorio de Música de Puerto Rico.
El concierto empezó con el Concertino para flauta, viola y piano (1950) del suizo radicado en los Estados Unidos, Ernest Bloch (1880-1959). Empieza el piano y la viola y les sigue la flauta con el tema inicial. Hay mucha imitación o contrapunto. Por momentos es la viola la que acompaña a la flauta aunque el piano siempre está presente. El piano también tiene su solo prescrito y armonizado. El segundo movimiento es reminiscente del Microcosmos de Béla Bartók, al inicio de esta parte de la obra por Bloch, por las partes asignadas a ambas manos del pianista. El tercer movimiento es modal con pasajes cromáticos compuestos para el piano, pasajes secuenciales que sirven de puente, con un crescendo, hacia la sección juguetona y jocosa con que termina la composición. La flauta hace unos agudos; ocurre la imitación constante por el violista.
La segunda obra interpretada durante el concierto descrito fue Cuatro danzas sibilinas para flauta, arpa y viola (2003) del compositor mexicano Eduardo Angulo (n. 1954). Esta obra es muy interesante, mexicana y latinoamericana. El compositor recurrió al contrapunto con un continuo aunque la obra no suena barroca (al menos no a la manera de Bach, Haendel, Marcello ni Corelli). La viola es acompañada por el arpa; entra la flauta con el tema expuesto. Hay mucho que tocar en la parte de la arpista. Trabaja incesantemente. Se cambia de modo mayor a menor y se emplean recursos inesperados como el col legno de la viola y el frulato de la flauta.
El segundo movimiento de la obra por Eduardo Angulo, contiene pasajes muy líricos e intensos. Se aprecia muy bien el sonido dulce del arpa. Empleó todo su registro: agudos y graves, cortes acentuados, escalas y acordes. La flautista Pimienta tocó una flauta alto y le extrajo un sonido suave cual la seda. Se escucharon pizzicati y col legni de la viola.
El tercer movimiento parece estar en tempo di huapango (este es un comentariomuy mío; no he constatado con partitura alguna). Se aprecian los interesantes ritmos, cortes, arpegios y escalas con el arpa. En la obra se percibe un uso óptimo de temas, motivos y forma además de la excelente proporción y cohesión entre las distintas secciones. Se oyen los pizzicati de la viola, simultáneos con las cuerdas pulsadas del arpa. Se disfruta el juego rítmico de la sesquiáltera, tan mexicano y latinoamericano, de compases simultáneos o alternados de ¾ y 6/8. Es una obra rítmica y lírica o cantabile a la vez.
El cuarto movimiento empieza en modo mayor muy alegre; parece luz pura. Se escuchan los pizzicati de (1941)la viola, además de notas de adorno y portamentos. Unos cortes acentuados separan frases o pasajes. De momento puede ser reminiscente de un son jarocho. La flauta da unos saltos de octava con suma gracia. Se cambia de modo mayor a menor. Suena misterioso y pasa a ser lírico en extremo. Se captan ritmos que recuerdan a los zapateos jarochos durante los fandangos (o fiestas) en el sur del estado mexicano de Veracruz. La obra refleja gran alegría y regocijo por la vida.
La tercera obra fue del siempre bien recordado Ástor Piazzola (1921-1992). La obra interpretada fue Bordello 1900,tomada de Histoire du Tango, en un arreglo para flauta y arpa por Vehnamen. El compositor contribuyó al repertorio mundial y cosmopolita desde una óptica o enfoque muy argentino. Las maestras Torres y Pimienta recrearon una obra con la perfección en mente. Se escuchó el ritmo acompañante recurrente que muchas veces denominan de habanera, corchea con puntillo seguida de una semicorchea y dos corcheas más. Se hizo percusión sobre la madera del arpa. Ocurrieron doblajes de notas entre ambos instrumentos además de portamentos ascendentes con pasajes cromáticos. La obra descrita es realmente fascinante. Las intérpretes estuvieron óptimas.
La cuarta obra del concierto es de un griego radicado en Canadá. Se llama Christos Hatsis (n. 1953). La pieza se titula Nádir para flauta , viola y sonidos grabados (1988). Esta obra es muy moderna y exótica. Es muy reminiscente de la música tradicional griega, turca, siria y de los Balcanes. La flauta se asemejaba al nay, una flauta oblícua que se construye con una caña de río, de los países del Cercano Oriente. La flauta y la viola hacían ritmos en métricas muy difíciles. La grabación contiene efectos de interjecciones (¡jey!), del tambor denominado darbukkah, del salterio denominado qanuun y del laúd (de sonidos agudos) conocido como buzuuq. Contiene otros efectos de percusión, de sintetizador y hasta de cajita de música. Se escucharon frulatos y trémolos. La obra es una verdadera fantasía encantadora.
La quinta obra del concierto, las Cinco danzas folclóricas argentinas para viola, flauta y piano (2003), de Martín Kutnowsky (n. 1968) es una obra admirable y retante. Es una composición argentina y muy cosmopolita con disonancias, múltiples variaciones y un lirismo muy latinoamericano. Cada danza está basada sobre un ritmo o género distinto: zamba, milonga, baguala y vals. Me atreveré a añadir marcha también. Se percibieron sonidos raspados sobre las cuerdas de la viola, entre el puente y la tiradera del cordófono, a la vez que el maestro Olivieri percutía la contratapa de su viola.
La selección de choros brasileños fue un gran fin de fiesta por el virtuosismo desplegado, expuesto o manifestado por Olivieri, Pimienta y Rijos. Los títulos de los choros interpretados son Espinha de bacalhau (1945, de Severino Araújo, 1917-2012) Carinhoso y Um a zero (composiciones del gran Pixinguinha, 1897-1973). Otra obra, la penúltima en Ponce, de un compositor contemporáneo brasileño fue incluida en este concierto. Tiene tres movimientos; es muy hermosa. Fue titulada Winter Impressions para flauta, viola y guitarra de Sergio Assad (n. 1952). También se tocó en Miramar.
En Miramar añadieron al final, una obra muy conocida aunque en esta ocasión fue una reducción de una composición para orquesta sinfónica; se redujo para viola, arpa, flauta y piano. Se trata de una muy conocida composición del mexicano José Pablo Moncayo (1912-1958) Huapango (1941). El concierto fue realmente maravilloso en las dos ocasiones. Muchas felicidades a los maestros Olivieri, Pimienta, Torres, Jiménez y Rijos. Felicidades a la Fundación Musical de Ponce y al Consulado de los Estados Unidos Mexicanos por los aciertos en auspiciar estos magnos eventos. ¡Que se repita!