Un solo trozo de alambre
Es relevante la imagen porque ocurre en tiempo puertorriqueño de artesanías moribundas o endrogadas en la urgencia de ser adornos imitadores de consumos obsesivos e industriales pequeñeces que aseguran o prometen la venta a la clientela que quiere algo hecho a mano pero fácil y barato y de valor rebajado hacia la condescendencia de “cooperar con los artesanxs” convertidxs en residuos de nostalgia y herederxs de añoranza de lo jíbaro-nacional según el aprecio altanero de lx que endulzan “los tiempos de antes” porque ya no tienen que vivirlos y pueden representarlos como historia coloreada de fantasías exculpatorias consoladoras idealizadas.
Otro extremo artesanal es el costoso coleccionismo de objetos ya despojados de vivencia popular que cada vez son más caros porque son señas de status y de poder poseer lo que no se necesita o lo que nombra un pasado que se oculta y desconoce precisamente porque se replica en figuras de tablilla o de pared o escritorio donde no agitan historias coloniales criminales de vestigios ancestrales que ya no son esenciales y ni siquiera especiales sino aleatorios recordatorios de lo que se mira y no se recuerda. Se necesita mucho dinero para adquirir las tallas de santos que no hacen milagros ni tienen devotos y que no tienen que ver con santero consejero sino con tallista expertx que participa en concursos y obtiene premios y algo de fama sin envolverse en el sufrimiento de aquel que gracia divina clama y abre la biblia o escucha misa o compra santos de plástico o estampitas laminadas o misterios de botánica o armoniosas reinvenciones de rituales aborígenes que se consiguen en la internet. Un dios casi desvanecido permite sin entrometerse que en su nombre lxs tallistas logren tener su sustento sometidxs al capricho del cliente adinerado.
Pero enlazando los aislamientos de los talleres arrinconados y provocando cuestionamientos de tantas ferias ya decaídas y deseando ser de los pocos artífices exitosos que tienen lista de espera para sus exquisitas y reiteradas obras de venta garantizada el arte popular insiste en aparecer y se atreve a sostener un compromiso significante con la vivencia muy asfixiante pero a la vez muy gratificante que desde su humildad ajena al museo oficializado o la colección del afortunado nos sacude con la emoción del saturado significado y en vez de histérica estética ofrece la maravilla compleja y nunca sencilla de captar el pulso de gente viviente aquí en el presente o también viviente en un tiempo ido que sigue vigente. Yo quiero dar mi conciencia y apuntar la referencia de un trozo de alambre pintado pero nunca pintoresco aunque su estampa agradable y su presencia amigable primero pidan una sonrisa. La sonrisa mía es tiempo cargado de significado.
La forma y el contenido son distinciones estrechas con que se pide y luego decide que se logra entendimiento pero en el arte hay un fundamento de hallazgo totalizado que aunque sea analizado retiene un hecho completo organizado y repleto de feliz descubrimiento. Aquí hay un bracero alzado en el gesto del corte dispuesto a cumplir faena y es un cuerpo negro de atuendo blancuzco con sombrero y sin zapatos enfrentado a unos cuantos estiramientos verticales de alambre que dicen cañaveral con tan segura eficacia que también dicen desgracia y se remata la estampa con esas ondulaciones serpenteando superficie que es la tierra donde hay corte y a la vez es el soporte de la escultura que se sostiene y nada más interviene nada más es necesario para nombrar lo gregario del cañaveral extenso con su calor tan intenso. Implacable e inapelable el cañaveral de ganancia invasora extranjera aquí es la unidad entera de hombres-plantas-terrenos que fueron entrelazados por un mísero salario y un existir tan precario que su rutina era el hambre la enfermedad y la muerte de una industria prepotente que en alambre entrelazado nos muestra su referente por astucia inteligente de una mujer que hoy en día recrea frágiles cuerpos de amarguras con hábiles vueltas de torceduras. El cuerpo anónimo pluralizado en otros cuerpos que uno imagina vivió injusticias torcidas con manos encallecidas musculaturas muy retorcidas respiraciones adoloridas temperaturas de la malaria y aquella tisis tan sanguinaria que en pocas décadas aceleradas hacía viejos y moribundos a los hombres y mujeres que le daban dulce al mundo.
El arte popular tiene sin embargo otras medidas y vivenciales respuestas que no siempre están expuestas en las formas conseguidas y en el brazo machetero durante el tiempo de ocio se sostenía el pandero y era ritmo delicioso cuando el abusado obrero era aguzado plenero. Por eso la estampa de alambre además de trampa de hambre sugiere un gozo que se oponía al destrozo de la voluntad de sacar del pecho como destino rehecho comunidad solidaridad y alguna imaginación de una futura igualdad. Los obreros de la caña nos regalaron la plena como alegría que sana y gracias a una artesana que con un trozo de alambre volteó y organizó la presencia del pasado yo escribo serio y aleccionado sobre las genialidades que requieren ansiedades pero convidan a lo posible la inmensidad accesible de una emoción popular que puede desentrañar lo amoroso y lo terrible.
La estampa de alambre ahora y el vuelo del trance aflora y yo por ser tan cuentero me encuentro con un plenero de tiempos simultáneos pero diferentes y me le meto en la mente y le hago enredos al cuento para que a la vez cuente distintas fechas y sitios dispares del siglo 20.
Más de las cinco y el calorizo apretando sin ganas de atardecer. Una botella con keroseno y tapón de trapo. Pensó en la mujer que dejó al amanecer junto al fogón prendido pero sin olla envolviendo llanto en humo: un hijo muerto y los otros siete flacos de hambre y jinchos de anemia. El último corte del día cerca de la vía del tren. El pito sonaba porque el tren venía. Y pa qué carajo tiznarme la cara si ya uno no sabe si meterse a la huelga o dejar que el tren le pase por encima como a aquel pendejo de la plena esa. Allá viene la máquina… no así no empieza… ahí viene la máquina con su tren de … ¿así era?… con sus trece va… no no qué bruto… con sus siete vagones… puñeta ¿tenían que ser siete? Me le paro de frente pa que me desmorone… pa-ra-que-me-es-bo-ro-ne… qué mierda… ¿para que me devore? Algo le llegó a la mente y sintió un escalofrío. Vio la vía del tren pintada de rojo y vio a sus vecinos en fila cargando siete cajitas de muertos. La mente gritó por dentro pero él se mordió la lengua. Se palpó el bolsillo. Tenía la cajita de fósforos.