Una bulla para la historia
El hombre respondió “negritos”. Había venido con su esposa, hija y nieto. Desde Vega Baja, creo. Nos encontrábamos bajo una carpa en medio de un paisaje hermoso. La pregunta suponía marcar el inicio de un paseo guiado por una antigua hacienda azucarera en el norte. “¿Qué palabra les viene a la mente cuando digo esclavitud?” Al final nos preguntarían si creíamos justo el trato recibido por los hombres y mujeres sometidas al sistema esclavista durante el sigo 19 en Puerto Rico. La respuesta suponía ser que no. Luego hicimos una bulla. La bulla, aprendimos, viene de África. Pero esto fue después.
El dueño original de la hacienda vino de España. Era militar y comerciante. Vivía donde estaba el Hard Rock Café en el Viejo San Juan, ahora sede de un restaurante de comida criolla. En esa misma calle más abajo, está el restaurante Raíces. En Raíces, las meseras tienen que vestirse como esclavas. Es un sitio muy popular.
A la pregunta de qué diríamos si nuestros padres nos ofrecieran una hacienda azucarera de regalo (con alrededor de ciento cincuenta personas bajo esclavitud), mitad del grupo contestó que le arrancaría la mano, la otra mitad optaría por recibir el dinero producto de la venta de la propiedad. A la pregunta de a cambio de qué trabajaba un esclavo, el grupo contestó que a cambio de cama y comida. A la pregunta de qué más sabía hacer un esclavo además de trabajar por su cama y su comida, nadie supo qué contestar. (La respuesta correcta es una bulla, pero eso no lo aprendimos hasta después).
El dueño original de la hacienda dejó la propiedad en herencia a su hijo mayor. El menor recibió otra propiedad semejante, la actual sede de una destilería de ron. Aquí procedía una pregunta acerca del legado socio-económico y cultural de la esclavitud en Puerto Rico, pero nadie la hizo. “No le voy a describir cómo vivían los esclavos porque hay un recorrido nocturno de este lugar que yo digo que es mágico”. Aquí procedía además una pregunta acerca de qué podría significar para el grupo moverse a través del escenario de una violencia histórica, sistematizada; de cómo, a partir de este recorrido, y luego de recibir una explicación detallada del funcionamiento del trapiche de sangre, de aprender a identificar los distintos tipos de machete por su forma y su uso, incluyendo aquel—la mocha—que resultaba ideal para cercenarle el brazo al hombre que por descuido lo dejara pillado entre las masas del trapiche al insertar la caña, nos posicionábamos en relación a ellos y ellas, hombres y mujeres negras, sin apellidos ni propiedades para legar. Pero nadie en el grupo la hizo.
Acerca del grupo: era mayoritariamente blanco. Cuando la guía mostró una foto del dueño original de la hacienda, el hombre que vino de Vega Baja con su familia exclamó “¡Ah, se parece a mí!” Esto fue antes de la bulla. Antes de dar gracias a nuestros antepasados, los esclavos, por las injusticias que sufrieron, pues gracias a su sufrimiento, aprendimos, tenemos lugares históricos y hermosos para visitar. Antes de que nos mostraran la mocha. Después de ver el trapiche de sangre. Después de decir que sí, que le arrancaríamos el brazo al padre que nos ofreciera la oportunidad de ser dueños de otros padres y madres e hijos. Después de recordar quizá, sonrientes, los conciertos en el Hard Rock Café (este fui yo). Según nuestra guía, hay una placa en ese edificio del Viejo San juan con el nombre del dueño original de la hacienda. En esa misma calle, más abajo, hay un restaurante donde las meseras se tienen que vestir de esclavas para atender a la clientela. Es un sitio muy popular.
Cuando el grupo se acomodó frente al trapiche de sangre y mientras nos explicaban su funcionamiento, uno de los presentes preguntó si de casualidad se habían realizado excavaciones arqueológicas en los predios de la hacienda; si de casualidad había aparecido “algo de importancia”. Cuando la guía hizo un comentario acerca del típico día de trabajo de un esclavo, otro miembro del grupo comentó cínicamente que hoy día todos vivíamos como esclavos. Cuando, ya a punto de acabar y luego de leer fragmentos de querellas presentadas por hombres y mujeres bajo esclavitud en contra del dueño de la hacienda, nos preguntaron si sabíamos qué habrá pasado con ellos y ellas luego de la abolición, el grupo permaneció en silencio. Entonces hicimos una bulla.
De acuerdo a Beth Loffreda y Claudia Rankine, las personas nos sentimos menos incomodas hablando de raza (y racismo) en el lenguaje del escándalo:
We’re all a little relieved by scandal. It’s so satisfying, so clear, so easy. The wronged. The evildoers. The undeserving. The shady. The good intentions and the cynical manipulations. The righteous side taking, the head shaking. Scandal is such a helpful, such a relieving distraction. There are times when scandal feels like the sun that race revolves around. And so it is hard to reel conversations about race back from the heavy gravitational pull of where we so often prefer them to be.1
El comentario de las autoras responde, en parte, a la necesidad urgente, subrayada por ellas en su libro, de abordar crítica y creativamente las formas cotidianas que toma el racismo en la vida de los y las afroamericanas, en particular. Se trata de “micro-agresiones” racistas —el sinfín de comentarios, gestos, actos de parte de personas blancas, que denotan severo desprecio o prejuicio racial y que suceden regularmente con impunidad, afectando la calidad de vida de personas negras. Acerca de la conexión entre estas breves instancias de discriminación que se dan a nivel individual y las estructuras que nos gobiernan, escribe Butler:
The fact is that the structure requires its instance to repeat itself, which is why every racist regime requires its acts of racism, its racist speech, its daily forms of discrimination and exclusion. If we extract the structure from the everyday, then we have produced an “inverted” world in which what happens at the level of structure is more important than what happens at the level of the instance. The same thing happens… when we only seize upon the instances, raging infinitely and recurrently against the instances without ever seeing the broader institutional and political structures at issue.2
Yo quisiera encajar el recorrido turístico de una antigua hacienda azucarera en el norte del país dentro de esta dinámica señalada por Butler de estructura-instancia. Quisiera además hablar de raza y racismo en Puerto Rico sin caer en los patrones discursivos del escándalo, criticados por Loffreda y Rankine. Pero lo primero que se me ocurre decir acerca del recorrido es que nadie en el grupo se escandalizó ante el trapiche de sangre, o ante los cientos de machetes en exhibición, o ante la bulla y su explicación. La bulla, aprendimos, viene de África. Es lo que hicieron los esclavos luego de la abolición. Luego de la abolición, los dueños originales perdieron la hacienda. Según entendí, mantuvieron otra, que hoy día es sede de una destilería de ron. No estoy hablando de instancias. Estoy hablando del devenir histórico de una institución socio-económica fundamentada en la opresión de personas a partir de su raza. De dicha institución quedan artefactos, extensiones de terreno, fortunas familiares, apellidos, estructuras restauradas, lugares históricos (y hermosos), y dinámicas socio-económicas, políticas y culturales, que reproducen condiciones de precariedad para hombres y mujeres negras en Puerto Rico, con impunidad.3 Esto no es un escándalo. O, al menos, no parece escandalizar a muchos. ¿Cómo apalabrarlo?
Ahora la instancia: un domingo de sol, un grupo mayoritariamente blanco sale a dar un paseo por los predios de una antigua hacienda azucarera— donde mejor quizá se podría apreciar el andamiaje de una violencia racial extrema— y cómodamente contestan que o bien le arrancarían el brazo a quien le ofreciera hacerse cargo de la operación o bien se harían ricos con el dinero producto de la venta. “No es racismo, es un sano espíritu empresarial”, me dijo, entre risas, un colega al contarle del suceso. Esa es otra instancia. Y así, como si nada, va rearticulándose todo un sistema de opresión de conversación en conversación. “Gracias a los esclavos tenemos esto. Levantaron este imperio”. Nuestro imperio consiste en la manera en que algunos podemos, cómoda y casualmente agarrar la mocha, comentar su forma y su uso, sin preguntarnos para qué hemos venido a esta hacienda, quiénes somos en relación al sinfín de instancias de horror que tomaron lugar en ella, así haciendo, de entrada, las paces con su historia: “¡Ah, se parece a mí!” El hombre era blanco. Lo digo sin escándalo en contestación a la pregunta “¿qué palabra les viene a la mente cuando digo racismo?” También estas otras, de James Baldwin: “The purpose of art is to lay bare the questions hidden by the answers”.4
El hombre respondió “negritos”.
- Rankine, Claudia, Beth Loffreda & Max King Cap (2015). The Racial Imaginary: Writers on Race in the Life of the Mind. Albany, NY: Fence Books, en la pág. 13-14 [↩]
- Butler, Judith & Athena Athanasiou (2013). Dispossession: The Performative in the Political. Camden, MA: Politiy, en la pág. 111 [↩]
- Ver 80grados.net » ¿Por qué Ferguson? [↩]
- Citado en Rankine, Claudia (2014). Citizen: An American Lyric. Minneapolis, MN: Graywolf Press, en la pág. 115 [↩]