Una celebración triste
El Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto Universitario de Mayagüez, lugar al que estuve ligada, entre años de estudios y trabajo docente, por casi 40 años, celebra “medio siglo de su fundación” durante el mes de abril. Celebro esa ocasión con cariño y entiendo que muchas personas se encargarán de justipreciar sus aportaciones e importancia en el mundo académico de Puerto Rico.
Por eso, comienzo este escrito haciendo una ACLARACIÓN GRANDE y SONORA. No tengo el permiso, ni el encargo de nadie en el Departamento, para escribir lo que aquí leerán. Ni siquiera he comentado con nadie del Departamento que me proponía escribir algo al respecto. Lo que aquí leerán es el producto de mi reflexión, de mi interpretación y sobre todo de mi lealtad y cariño a quien fue el fundador de nuestro Departamento: el Dr. Manuel Álvarez Nazario.
El Dr. Manuel Álvarez Nazario fue, además del fundador de nuestro Departamento, un lingüista e investigador incansable, que se convirtió en un icono de la investigación en Puerto Rico. Su prolífica obra incluye estudios sobre todos los componentes del español de Puerto Rico y la única historia de la lengua española en Puerto Rico. Es decir, gracias a él, nuestro Departamento estuvo ligado a la investigación desde mucho antes de que esa fuera una opción real para muchos de los departamentos de nuestra Universidad y todos sus recintos.
Cuando se retiraron, él y su esposa, la igualmente respetada investigadora de la Literatura Puertorriqueña, Josefina Rivera, decidieron generosamente donar su biblioteca a nuestro Recinto. De esa forma el Recinto Universitario de Mayagüez se convirtió en el custodio de la biblioteca de ambos Catedráticos Eméritos. Fue una decisión libre, voluntaria, partió de su iniciativa que, naturalmente, obedecía al amor y el compromiso que tuvieron ambos y siempre con el estudiantado de nuestra patria y con la Universidad de Puerto Rico. Cabe mencionar que en tiempos en que a nuestros jóvenes estudiantes se les invita a abandonar el país y se les proponen modelos de compromiso no con el servicio a nuestra patria, sino con el extranjero, la decisión de los Dres. Álvarez Nazario y Rivera son dignos ejemplos para el modelaje de nuestra juventud. Ambos visitaron la sala, la soñaron y se armó bajo el calor de sus orientaciones y deseos. Por eso, la Sala no solo contenía sus libros y trabajos, sino el mobiliario de su biblioteca original, lo que, no es necesario explicar, le daba al espacio comprometido, la impronta de la investigación de la pareja. La Universidad, su Presidencia, su Rectoría, contrajo en aquel momento, con la familia (debe recordarse que les sobrevive su único hijo Manuel Álvarez Rivera) un compromiso honrado y cabal.
El repositorio contenía las notas de investigación, las perspicaces intuiciones del Dr. Álvarez, quien generosamente legó al pueblo puertorriqueño y a todos/as los/as investigadores/as que visitaran su Sala, manuscritos de futuras avenidas de investigación, sometiéndose en admirable humildad, a la mirada escrutadora de las generaciones posteriores.
Ese mismo desprendimiento dotaba al estudiantado puertorriqueño de un lugar de desarrollo, estudio e investigación; tanto al graduado, como al subgraduado, tanto al de Lingüística y Literatura, como al de otras disciplinas. Un valor tan evidente, es lo que había provocado que investigadores/as que visitaban la Sala expresaran su interés o lo convirtieran en realidad, de donar libros para ampliar y fortalecer la Colección.
Imagino que, como un público lector avezado, habrán advertido que he escrito toda esta narrativa en pasado. La razón es clara. La Sala de los Álvarez Nazario y Rivera de Álvarez (así siempre se le conoció a Josefina) está cerrada y virtualmente inoperante, no a causa de María, sino desde mucho antes, aparentemente desde 2012.
De aquí en adelante todo lo que cuento son las explicaciones que se nos dieron en diversas reuniones de Departamento, cuando todavía era profesora allí. Con alarma, en una de esas reuniones se nos alertó de que la Sala se había cerrado y todo su contenido estaba “guardado” en un almacén de la Biblioteca General. De esto el Departamento advino en conocimiento no de manera formal, sino un mal día. Lo que se nos informó en aquel momento era que un proyecto de tutorías federales había reclamado el espacio, o más bien se había comprometido con ofrecer un espacio de las dimensiones que tenía nuestra Sala, para recibir los beneficios económicos de una propuesta federal para tutorías en ramas científicas. En un Recinto que se concibe a sí mismo como un Recinto tecnológico, juntar dinero federal con ciencias es un muro difícil de salvar. Así es que, infiero yo, porque al Departamento no se le consultó, esa decisión se tomó con la lógica de siempre: a los federales y sus dádivas jamás se les hace esperar y mucho menos si es para beneficiar a nuestros niños mimados: los que se dedicarán a las ciencias y la tecnología.
En aquella reunión, el avispero se revolcó en nuestro Departamento, y se escribió una enérgica carta en la que se calificaba la decisión como el “despojo de un legado”. Se aseguraba que la acción resultaba en “una grave contradicción y en un desatino que mientras las universidades privadas abren salas para contener donaciones de figuras, con igual o menor lustre, nuestra universidad nacional opte por cerrar una ya establecida que nos enorgullece y nos engrandece”. La Facultad además, se reiteraba “en absoluta oposición a cualquier acción que atente contra la permanencia de la Sala Manuel Álvarez Nazario y Josefina Rivera de Álvarez”. A consecuencia de esto, la nueva administración del Recinto, ya para entonces había otra, se mostró abierta al reclamo y comprometida con enmendar el desatino. Naturalmente, no tanto como para devolvernos la Sala ocupada por la propuesta, sino en ánimo de encontrar otro espacio. Como gesto de buena voluntad, quienes dirigían el Departamento en ese momento, accedieron a la nueva oferta.
Como no mandaba nada, pues concedí que si la Sala que ofrecían — la antigua Sala del Senado Académico en la Biblioteca General — era más grande, tenía un acceso independiente y venía con promesas de renovación y presupuesto otorgado, se cumplía eso de “no hay mal que por bien no venga.” Confieso que mi otra persona hostil, incrédula y cínica me decía que eso era “too good to be true”. Como había personas serias, en las que confiaba plenamente, involucradas, me tragué la desconfianza. Nombraron el infaltable Comité y hasta me invitaron. Mi participación quedó limitada a buscar endosos, cartas, direcciones, para esta vez “hacer las cosas bien”. En medio del proceso y papeleo infinitos propios de cualquier Comité que se haga en este país, el Departamento se enteró de que el trámite formal de nombrar la Sala cuando los Dres AN/RA la donaron, la Rectoría de aquel momento jamás lo completó, por lo cual unos burócratas más jaibas que vinieron después la tuvieron fácil para sacar todo y ponerlo en un almacén. Eso quería decir que entre las gestiones para “hacerlo bien” habría que pasar por la aprobación del Senado Académico. Aprobación que, en honor a la verdad, dábamos por descontada. Como nunca fui parte de las reuniones del Comité con los que verdaderamente tenían poder decisional, léase Rector, Decanos, Ingeniero y Arquitecto, solo sé lo que me contaban cada vez que, como un moscardón, inquiría por cómo iba la cosa. La respuesta siempre apuntaba a dilaciones que querían dar la impresión, (como siempre pasa en este país con las cosas que nos benefician a los muchos, pero que no pasa con las que benefician a los pocos) de que sí, de que se seguía trabajando para que nuestro país recobrara su Sala. Claro, esto tiene su límite, y la buena voluntad y la candidez también. La primera carta de reclamo e indignación de nuestro Departamento tiene fecha del 13 de noviembre de 2014. Hagan sus cuentas.
Para clavar el último clavo, llegó María. Y ahora sí, repito, hay excusa en bandeja de plata para que no tengamos Sala. Tiemblo de pensar en que todos esos materiales llevan al menos dos años antes del 2014 (eso fue lo que se nos dijo en esa reunión) encerrados en un almacén de una Biblioteca que desde que era estudiante de maestría ya padecía de ataques de hongo; una Biblioteca cuyo edificio estaba casi herméticamente cerrado porque se construyó con planos absurdos para el Trópico y que cada vez que el sistema de acondicionador de aire se dañaba era una aventura surrealista usarla. Y, repito, qué injuria habrá añadido María, cuando todavía no hay Biblioteca abierta, no es difícil de imaginar.
Celebro que todavía esté vivo nuestro Departamento. Un Departamento que enseña español y en español dentro de un Recinto que se piensa gringo no es poca hazaña en las mareas asimilistas que hemos vivido desde 1969 para acá, y en la despiadada gestión de Julia Keleher y demás jefes de agencia que el gobierno intermediario de Ricardo Rosselló nos impone cada vez más seguidito.
Lo que no es motivo de festejo es la realidad que le impusieron desde afuera a nuestro Departamento, la olímpica tomadura de pelo a una Facultad de docentes que demostraron buena voluntad y buena fe, el atrevimiento y la insolencia de quienes se apoderaron del espacio, la poquedad de quienes desde sus puestos pudieron meterle velocidad y más aún condonaban la lentitud de quienes tomaban decisiones, conociéndose como se conoce desde siempre el modus operandi de nuestro país con todo lo que tenga que ver con la memoria histórica y cultural del pueblo puertorriqueño.
Yo, que quise al Dr. Álvarez, que aprendí a valorar su aportación académica, no solo por lo que veía en su salón de clases, sino por la cantidad de investigadores/as que todavía hoy lo siguen citando como una autoridad definitiva; yo que recuerdo su sonrisa y su mirada pícara de niño travieso, yo que disfruté el privilegio de que me regalara un tema suyo de investigación; yo que aprendí de él a sentirme orgullosa y maravillada con la modalidad puertorriqueña del español; yo que aprendí de él a no dejar que nadie ni afuera ni adentro de Puerto Rico, ninguneara, degradara o malinterpretara el español puertorriqueño en todas sus manifestaciones y riqueza, me recrimino mi candidez, mi ingenuidad y mi poquedad. Lo hago porque lo vi venir, porque sabía que nos quedaríamos sin Sala, sabía que, como siempre nos pasa, nos pasarían el rolo, y una vez más mientras los asimilistas nos llenan el país de estatuas de presidentes, nos humillan enseñándoles a nuestros niños/as a celebrar una ciudadanía que nos ha traído desgracias y atropellos. Y mientras los estadolibristas pecan por omisión y últimamente por mimetismo, el país pierde otro espacio de vida como nación, otro reducto de referencia que nos construya como intelectuales, investigadores capaces y dignos de provocar orgullo en las generaciones más jóvenes, otro espejo para modelarnos, en fin, otra faceta de nuestro rostro nacional. Así como nos quitan los cuerpos de agua, las costas, los bosques, las propiedades, las pensiones, las escuelas, así nos quitan todo, lo tangible y lo intangible.
Le debo al Dr. Álvarez este recuento, porque lo quise y porque lo recuerdo con cariño y admiración, porque yo sí tuve el privilegio de conocer su obra, su quehacer, su compromiso y amistad con el estudiantado y con nuestro país. Me impuse el deber de retratar, aunque sea en palabras, nuestra mezquindad, nuestra debilidad, nuestra degradación como sociedad.
No sé a dónde irán a parar sus materiales, no sé a dónde irán a parar sus muebles. Lo que sí sé es que Eugenio María de Hostos no desapareció del mundo cuando Puerto Rico se negó a darle la gloria que merecía. República Dominicana lo acogió y supo hacer lo que nosotros no quisimos hacer. Cada nueva/o investigador/a que use los libros de Dr. Álvarez (y esos sí que no han podido hacerlos desparecer) rinde tributo a su inteligencia, a la humildad de un trabajador incansable, a la resistencia de un investigador que contra viento y marea cumplió meticulosamente sus proyectos. Los burócratas y demás personas útiles que lograron ponerle candado a la Sala habrán logrado dejarnos sin Sala, pero jamás lograrán cosechar la admiración ni el cariño ni la obra que Manuel Álvarez Nazario logró, aunque tantos y tantas puertorriqueños/as no se hayan enterado. ¡Hay tanto en la humanidad que existe y sobrevive a pesar de nuestra desidia e ignorancia!