Una fecha que vivirá en la Infamia: Midway (Pearl Harbor) y el presente
1.
Era el domingo 7 de diciembre de 1941 y mi abuela, María Capriles, estaba al piano. En la terraza de su hotel, donde vivíamos, estaba dirigiendo el ensayo de la próxima velada del Colegio Santísimo Rosario con sus dos estrellas: Flavia Lugo y Amelia Veray. Yo, sentado en un silloncito veía el preview: “Clavelitos, a quién le doy claveles…” decía una; “Échale maíz al pavo que yo le echaré a la pava, azúcar canela y clavo…” decía la otra. Eran casi las dos de la tarde y el pueblo estaba silencioso. De pronto vi a mi madre interrumpir la escena. Mi abuela se levantó y fue a prender el radio. No tardó mucho para que lo que decían los locutores se repitiera en la calle del ahora revuelto pueblo de Yauco: ¡los japoneses habían atacado a Pearl Harbor!
Este recuerdo, que me ha perseguido desde que tengo cuatro años, marcó para mí un momento de gran desasosiego: me explicaron que mucha gente había muerto y que habían hundido muchos barcos y destrozado muchos aviones; que habría guerra. Como se imaginan, no estaba seguro qué significaba todo aquello. Mas, el próximo día, luego de la declaración de guerra contra el eje (la Alemania Nazi, la Italia fascista y el Imperio Japonés) Franklin D. Roosevelt dio en la sesión conjunta del Congreso Estadounidense su famoso discurso: “December 7, 1941, a date which will live in Infamy.” Lo oímos en la radio.
2.
Ahora ha llegado a la pantalla Midway (hay otra del mismo nombre de 1976) una película monumental en la que hay una escenificación brutal (fenómena) del ataque que comenzó la Segunda Guerra Mundial. Ayudado por un elenco internacional, en el que sobresalen Woody Harrelson como el almirante Nimitz, Dennis Quaid como el vicealmirante “Bud” Halsey, y Luke Evans como Wade McClusky el comandante del grupo aéreo del portaviones USS Enterprise, el director Roland Emmerich ha confeccionado una cinta excitante y bien actuada. Es, además, bastante precisa desde el punto de vista histórico. Aunque hay algunos cambios en el orden en que las cosas sucedieron, estos no le restan poderío a la dinámica narrativa que mantiene al espectador interesado en lo que está sucediendo y captando lo que se sacrificó en la guerra del Pacífico para mantener a los japoneses alejados de la costa oeste de los EE.UU. La fidelidad a los sucesos de la batalla, que fue crucial en la Segunda Guerra, puede confirmarse si se ve (antes o después—nadie puede contar la trama de esta película) el documental en Netflix llamado World War II in Color. O, con o sin, se lee el magnífico resumen de la batalla en The Penguin History of the Second World War (1999). Estas dos referencias permiten un conocimiento global de la batalla que casi todos los historiadores consideran como el comienzo del final del Imperio Japonés.
Vale la pena entender que el atol fue reclamado para los EE.UU por un tal capitán Brooks y que se llamó Middlebrooks antes de ser anexado con el nombre de Midway en 1867. Y sí, está más o menos a medio camino entre Hawái y Japón. En 1903, Teodoro Roosevelt puso la isla bajo el control de la Marina Estadounidense y, en ese año, sirvió como eje para la implantación del primer cable submarino transpacífico (el segmento de Hawái a Guam). Con el desarrollo de la aviación en los años 30 del pasado siglo, la isla atol se hizo indispensable en la ruta de San Francisco a Manila. Más tarde, preocupados por el expansionismo japonés, se establecieron en la isla más pistas de aterrizaje y bases para submarinos. De ahí la importancia estratégica que tenía la isla para los japoneses. El ataque sorpresa que estaban preparando fue descifrado por los criptógrafos americanos encabezados por el excéntrico y brillante director de esa unidad en el Pacífico, el comandante Joseph Rochefort (Brennan Brown, en una actuación hilarantemente seria). Su insistencia en que atacarían la isla fue vital para el triunfo sobre los agresores. La sorpresa, según se desenvolvía la batalla entre el 4 y el 7 de junio de 1942, fue para los japoneses.
Hacía poco más de un año que Hitler había comenzado su invasión de Rusia y, poco después de Midway, en julio del 42, comenzó la batalla de Stalingrado que marcaría en Europa el comienzo de la caída de los Nazis y el Tercer Reich. Hacia el fin de la guerra, se encontraron los campos de concentración. Buchenwald fue el primero, y el horror del Holocausto fue revelándose ante los ojos incrédulos del Mundo. Los muertos en el bombardeo despiadado de Dresden, las controvertidas bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, no quitan que el mundo se libró de dos enemigos de la humanidad: Hitler y sus secuaces y Hideki Tōjō (primer ministro de Japón durante la guerra) y los suyos. A pesar de las atrocidades cometidas por el último (se calcula que 1937 y 1945 los japoneses asesinaron entre 3 y 10 millones de personas), no compara con los casi 6 millones de judíos que murieron en el Holocausto; además de los 7 millones soviéticos, polacos, serbios, minusválidos, gitanos, testigos de Jehová, “antisociales” y, los gay y opositores políticos, víctimas de los nazis que no se han podido contabilizar. La mayoría evidencia el prejuicio racial, xenofobia y desprecio de los otros.
3.
En el documental de Netflix sobre la Segunda Guerra que ya mencioné, como en toda historia del fenómeno Nazi, vemos las marchas con antorchas y la quema de libros, las acciones nazis contra los judíos y los llamados “no arios”. La expulsión de “indeseables”, las encarcelaciones en campos de “trabajo” y, eventualmente, de exterminio. Antes de que la guerra comenzara se dio la terrible “Noche de los cristales rotos” (del 9 al 10 de noviembre de 1938), una serie de linchamientos y ataques a través de Alemania y la Austria anexada en que las tropas de asalto de la SA y la población civil asesinaron 91 ciudadanos judíos, destruyeron sus propiedades y quemaron las sinagogas a lo largo y lo ancho de los dos países. Se usó como excusa para el pogromo el asesinato del secretario de la embajada alemana en Paris por un joven judío de descendencia alemana, pero en realidad los ataques fueron ordenados por Hitler y organizados por el ministro de información Joseph Goebbels.
La excusa en el caso de la marcha de “Unamos la Derecha” en Charlottesville del 11 al 12 de agosto de 2017 fue la remoción de estatuas, incluyendo la de Robert E. Lee, que representaban símbolos de la esclavitud y el racismo. Miembros de los grupos de derechas extremas como alt-right, neo-nazis, neo-confederados, nacionalistas blancos, anti-musulmanes neo-fascistas, miembros del Klu Klux Klan, y de milicias de derecha, marcharon blandiendo banderas y símbolos nazis, portando armas de asalto, con antorchas que simulaban las marchas nazis en Alemania y cantando “canciones” antisemitas. El presidente Trump dijo, sobre el melé que se formó como consecuencia de la marcha (30 resultaron heridos; y en un incidente relacionado un “blanco supremacista” mato a una mujer he hirió 19 personas cuando precipitó su auto contra la muchedumbre de espectadores), que había “gente muy buena en ambos lados”.
4.
Desde su elección, la violencia de parte de grupos de derecha extrema que desean que EE.UU. sea solo para blancos ha aumentado de forma vertiginosa. Según un artículo en el New York Review of Books del 21 de noviembre de 2019, a pesar de que los números se subestiman, se informa un alza de 37% en crímenes antisemíticos. Entre 2008 y 2017 71% de todos los crímenes de terror en la nación han sido cometidos por extremistas de derecha. Desde que Trump fue electo en noviembre de 2016 se han dado: el ataque a la sinagoga de Pittsburgh por Robert Bowers (que además está en contra de la inmigración), en el ataque antisemita que más personas (11) ha matado en la historia de los EE.UU.; y el nacionalista blanco Patrick Crusius mató 22 personas en el Wal-Mart de El Paso, Tejas, una comunidad hispana. Trump ha permanecido casi mudo sobre estos acontecimientos.
Su actitud ha estimulado a través del mundo, como muestran las recientes encuestas, sentimientos xenofóbicos y racistas en países donde estaban latentes: Brasil, Bolivia, Francia, Polonia, Hungría, Siria, Alemania, Austria, Suecia, Finlandia, y, sorpresa, Israel. Es una gran decepción que creíamos, por la elección de Barack Obama, que el prejuicio disminuía en una nación que luchó contra las ideas racistas y xenofóbicas del eje durante la Segunda Guerra Mundial. En vez, el día después de la elección (5 de noviembre de 2008) del único presidente negro de la nación estadounidense, un lugar en la red creado por un exmiembro del KKK, tuvo el más grande aumento en membresía en su existencia.
5.
Las reacciones de Trump a todo lo que pasa en el globo están afectadas por su ignorancia, su petulancia, su falta de entendimiento de cómo funcionan el gobierno y la diplomacia. Su desvergüenza con tratar de enriquecerse mientras está en la Casa Blanca y que su familia lo haga también, su desfachatez de mentiroso global —universal— es una mancha en lo poco que le queda a la nación americana de sus lustres del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra. Sus acciones desdeñan los sacrificios que se hicieron en Midway. Pero, muchas veces sus movidas amenazan que se pueda formar una guerra que se convierta en la Tercera mundial. Su residenciamiento, casi inevitable en la Cámara de Representantes, puede que termine siendo solo simbólico. Pero uno confía que los votantes entiendan que este no puede quedarse otros cuatro años en la presidencia. De hecho, la otra fecha que ya está en la Infamia es el 19 de diciembre de 2016, cuando el colegio electoral nombró presidente a alguien que perdió el voto popular y ganó con la ayuda del mayor enemigo de la democracia: la Rusia de Putin.