Una humilde propuesta
La otra noche, para olvidarme un poco de nuestros agobiantes debates políticos (sobre reforma electoral, la crudita, la deuda pública, entre otros temas) de los que no puedo sustraerme por mi condición de portavoz de un partido político, decidí, tarde en la noche, regalarme una lectura que nada tuviera que ver con eso.
Abrí y me puse a repasar partes del estudio The Class Struggle in the the Ancient Greek World, de Geoffrey E. M. de Ste. Croix (Ithaca: Cornell University Press, 1981), un clásico de la historiografía marxista que hace tiempo quería releer. Allí me topé con el dato de que en algunas ciudades griegas los oficiales de gobierno se seleccionaban, no por designación ni por elección, sino por sorteo.
Según cabazeaba sobre el grueso volumen se me ocurrió entre conciencia y sueño que tal procedimiento podría proponerse y adoptarse en Puerto Rico. Según lo consideraba sonreía con gusto y más sentido cobraba la propuesta.
Si eligiéramos la legislatura por sorteo, me decía, dejando que el azar y las probabilidades controlen nuestro destino, obtendríamos cuerpos de gobierno compuestos más o menos equitativamente por hombres y mujeres: lograríamos inmediatamente una paridad de género que ahora no tenemos. De igual forma, estarían representadas en proporciones cercanas a su peso en la población las personas que sufren diversos tipos de opresión o discriminación (racial, preferencia o identidad sexual o de género, etc.)
Para colmo de bienes, la mayoría de los oficiales y legisladores tenderían a ser asalariados, desposeídos, trabajadores independientes, ya que esos sectores (y no los propietarios, patronos y acaparadores) constituyen la abrumadora mayoría de la población.
La legislatura sería un espejo más exacto de la población y es de suponer que legislaría y gobernaría para esa mayoría trabajadora y para acabar las disciminaciones y desigualdades indicadas. La minoría más rica, lo que Occupy Wall Street ha llamado el 1%, vería su representación reducida a eso mismo: el 1%. La legislación tendería a promover la igualdad, a asegurarse de que la riqueza producida se dedique a satisfacer las necesidades de todos y todas, a proteger a los trabajadores y trabajadoras contra cualquier abuso.
En eso me desperté. Llamaban de una estación de radio para solicitar mi opinión sobre una reforma electoral que aumenta el peso de los fondos privados en el proceso electoral y aumenta la ventaja de los partidos establecidos y los sectores más ricos.
Me había quedado dormido, pensando en la reforma electoral y mezclando el tema con el libro de St. Croix. Luego de la entrevista me reí buen rato pensando cómo nuestro sistema político refleja más la realidad de la desigualdad social y económica del capitalismo que los ideales de igualdad de la constitución y que, desde el punto de vista de esos ideales, los resultados de ese sistema son tan malos que aun poniéndolo en manos de la suerte obtendríamos mejores resultados que el proceso actual que nos cuesta millones de dólares.