Una noche en Acqua: el aura de un bar
Hay juerga y jaleo pero hay más. Una de esas noches de insomnio en octubre los caminos me llevaron al Acqua de la calle San José, previamente visitado en par de ocasiones por encuentros de celebraciones de algún estudiante de la Escuela de Artes Plásticas, o por encuentros con estudiantes en fiestas de cumpleaños. Esta vez no había nada oficial que celebrar, era solamente uno de esos viernes, para algunos de juerga y jaleo, en los bares del Viejo San Juan.
Pasé muchas horas en Acqua, ¿ocho? Y mientras pasaban las horas, entraba y salía gente, se sentaban muchos, ponían música en la vellonera, ordenaban sus bebidas: la acción, en suma; fui entendiendo, al menos eso creo, el aura de un bar, y luego, –ya en la madrugada– entendí, la fuerza de “los trabajadores de la industria”, como alguien lo llamó. Muchos, si no decenas de bartenders de los locales aledaños sanjuaneros, iban llegando gozosos, quizás, de cerrar otro día de trabajo tras el mostrador de una barra, y de llegar a ver a los compañeros de todas, o casi, todas las noches, a sus “colegas”. Recibidos casi con vítores por los usuarios /participantes/consumidores/clientes/miembros de la familia de Acqua, y con saludos calurosos, voces altas, apretones de mano, y golpecitos en las espaldas; palabras de saludo. Parecía, más bien, por los toques y enunciados cuasi rituales, una fiesta de una fraternidad, (más que una sororidad), o un almuerzo familiar en donde todos se saludan, hasta los invitados que llegan de la mano de un miembro de la familia, o una despedida de soltero/a, con la complicidad de los amigos y amigas, o un cumpleaños, donde no todos soplan las velitas pero todos aplauden, solo que aquí era una de esas madrugadas cotidiana en las cuales se juntan, como racimo amistoso, los encargaos de servir las bebidas a los clientes, –y de conversar con ellos-–, en los bares y cantinas del Viejo San Juan, sobre todo los de la zona de la calle San Sebastián y aledaños. Y estos se llevan para Acqua algunos de esos asiduos clientes que pernoctan en las barras, y conversan. Y todos juntos irrumpen y arriban, en bonche.
No cabe duda: Acqua tiene “aura”, sí, que se la otorgan al espacio del local, –nada recompuesto pero muy querido–, los usuarios/participantes/clientes de todas las edades y de todas las noches, y los que una o tres veces a la semana pasan por allá, “ponchan” en su recinto cotidiano nocturno. Es el aura de un bar, sí, de eso se trata, de esa “Irradiación luminosa inmaterial que rodea a ciertos seres”, o cosas. Baila en una esquina una pareja sanjuanera, madre y padre de un hermoso niño de dos años (que allí no estaba); entran dueños de negocios del Viejo San Juan, artistas plásticos, uno que otro escritor (uno de ellos con su perro), y escritoras, taxistas, estudiantes, profesores de más de un recinto, editores, cineastas, blogueros; Gina, la dueña, –sentada al lado de una de las asiduas visitantes y de miembros putativos de esa familia de Acqua , que no es nominal sino de facto–, conversa con otra empleada de esta industria de negocios, mientras su esposo aprovecha el turno de su sueño, práctica que hacen todas las noches: cada uno duerme un par de horas, mientras el otro o la otra atiende y está presente en la barra: cada bar tiene sus regulars, –como todo bar–, y Acqua no es una salvedad. Van llegando uno y una, grupos, parejas, bonches bullangueros, se acomodan en el bar, se quedan de pie, juegan billar, cambian discos en la vellonera, algarabía en las anécdotas, se saludan entre ellos, con besos y apodos, con alegría del gozo anticipado y caminando por el lugar como si fuera el suyo propio; muchos se sienten “en casa”. Se les nota. Por algunas horas, a veces largas, ese espacio se convierte en su casa. Todos se conocen, hasta sus gestos y movidas sutiles.
Observando toda esta acción, y desde la esquina de la barra, cabeceando del sueño, pero sin dormirme, sorbiendo agua, de pronto redefiní las barras, fue quizás porque estaba viendo el performance desde una esquina en la cual se podían avistar los movimientos, gestos y escuchar las palabras de casi todos los que allí estaban, incluso ver el ritual de beber, terminar y pedir la otra cerveza, en un gesto suave, sin palabras que solamente la bartender podía entender; en el turno de los viernes y sábados es bar woman, la estudiante de la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico (EAP), Zuania Minier; es una de muchos y muchos estudiantes que acuden a trabajos fuera de su disciplina de estudio para poder sobrevivir. Y Zuania (estudiante de Escultura), es buena bar woman, casi con un toque de flair bartending como en los hoteles lujosos de cinco estrellas, aunque sin hacer espectáculo alguno: sirve, vigila, pregunta poco, responde con lucidez, recibe y guarda, apunta las notas de consumo de los clientes, explaya su sonrisa, y de vez en vez lanza miradas de cabo a rabo al local, y su voz es firme cuando la ocasión lo amerita; conoce el protocolo del comportamiento de una bar woman. Y así lo hace hasta temprano en la mañana del sábado y del domingo desde donde sale por la calle Sol rumbo a su casa, o por los adoquines de otras calles a desayunar con algunos de los amigos de la familia de Acqua.
El trocito de vida nocturna que representa Acqua es a su vez sui géneris y común, es, sí, un bar más en el Viejo San Juan, en la calle San José, pero es uno de esos lugares que quien lo visita la primera vez vuelve y sigue yendo; es un lugar con aura que resulta del blending de cóctel entre: espacio sin fanfarrias, la calidez de los propietarios: Gina y Michel, los bartenders, incluyendo a Zuania en los fines de semana, los visitantes/clientes del Viejo san Juan y otros municipios, y los trabajadores de la industria hotelera , de restaurantes y de bares, del Viejo san Juan.
Calle San José, # 56.