Uncut Gems
Las primeras tomas de la cinta son impresionantes y producen la sensación de que estamos viendo un documental. En cierto sentido lo es, pues los personajes son judíos etíopes (Beta Israel), referenciados, que yo sepa, por primera vez en el cine. (Quedan unos 4000 de ellos en Etiopía; la mayoría ha emigrado a Israel.) La distracción que ocasiona un accidente en una mina en ese país, les permite a unos trabajadores sacar un ópalo negro de las profundidades de la excavación. El pedazo de piedra ha de ser el motivo central de la trama, una especie de Macguffin. Los Safdie, descontentos con estas tomas iniciales de un país lejano, también nos conducen (creo también que por primera vez en el cinema) en un viaje peregrino por otro extraño país: el colon de alguien (supuestamente, el de Howard), con descripciones precisas de todo y referencias laudatorias a lo bien que se limpió. Puede que sea la única vez que el personaje no está “lleno de ñoña”.
Howard, dueño de una joyería en el distrito de diamantes, es un adicto al juego de baloncesto, al que apuesta como el energúmeno que es. Estamos en el 2012, y le debe $100,000 a un prestamista llamado Arno (Eric Bogosian, en una actuación siniestramente críptica y amenazante), quien es su cuñado. Su vida es una maraña de males decisiones y enredos. Está separado de su mujer Dinah (Idiana Menzel) quien le ha pedido que pospongan su divorcio hasta después de Pascua (Passover). Parte del problema es su empleada y amante Julia (Julia Fox), quien, desde que la conocemos, sabemos que a ella también le faltan tuercas, arandelas y tornillos, pero de verdad, lo quiere. Entretanto el jugador de baloncesto, Kevin Garnett (en persona, y buen actor), está comprando cosas en la tienda de Howard cuando llega el paquete que contiene el ópalo negro, que Howard ha logrado comprar comunicándose por internet y teléfono con los judíos etíopes que lo obtuvieron. Es interesante que la piedra llega dentro de un pez congelado y, a la larga, resulta ser un simbolismo de cosas por venir. Garnett se obsesiona con el ópalo y le ofrece por él un cuarto de millón de dólares, pero Howard rechaza la oferta porque cree que vale cuatro veces eso. De todos modos, a cambio de una de las sortijas de campeonato del atleta como garantía, Howard le presta el ópalo. El jugador cree que le traerá suerte; Howard decide que a él también.
El filme, magistralmente retratado por el magnífico camarógrafo iraní-francés Darius Khondji, se acelera. Esto cuando no podíamos concebir que se pudiera hablar más ligero, ni multiplicar el número de los que Howard les debe dinero. El tipo está montado en una línea de ensamblaje de velocidades extremas y la tensión en su vida se va complicando cada vez más sin que recapacite y piense bien en lo que se ha metido. Las aguas son bien profundas, y no nada bien.
Como es de esperarse cuando alguien toma prestado de prestamistas que son usureros y estafadores, estos tienen cobradores que no se detienen ante nada. Así son Phil (Keith Williams Richards, en su debut) y Nico (Tommy Komink) que siguen y persiguen a Howard a donde quiera que va, pendientes a ver si maneja dinero que puede abonar a la cuenta que tiene con su jefe. A través de ellos, Garnett, y de un reclutador de clientes de Howard (le lleva clientes y recibe un porciento), Demany (Lakeith Lee Stanfield), los guionistas van tensando el suspenso y llevando a su personaje principal a una esquina de la que no podrá escapar.
A pesar de que la época, el tono y las circunstancias son muy distintas a las del Willy Loman de Arthur Miller, Howard es un descendiente de su tragedia. No es un vendedor ambulante como Willy, y su casa y su Mercedes indican que ha sido exitoso en algún momento, aunque es evidente que su suegro, Gooey (Judd Hirsch), ayuda económicamente a su hija y a sus nietos. Sin embargo, presenciamos que Howard sufre de la misma ilusión que Willy: el sueño americano de riquezas y éxito está por llegar, no importa qué. Ciertamente es difícil que es sueño se esconda en apuestas de cuántos puntos hará y cuántos rebotes rescatará un jugador de baloncesto en una noche.
Además del estupendo grupo de actores que los Safdie han juntado y del guión brillante que, como he dicho, tiene como ancestro Death of a Salesman, la película le pertenece a Adam Sandler: es la actuación de su vida. Un comediante que hemos visto muchas veces, y cuyo dejo al hablar a veces irritaba, dio señales de ser actor en The Meyerowitz Stories (New and Selected) (2017) de Noah Baumbach (la pueden ver en Netflix). Con unas 40 libras de peso más de las que le conocíamos, en Uncut Gems, muestra ser carismático, a pesar de su juicio inexistente, simpático a veces, truculento, y patético. Es una actuación compleja y admirable que, en muchos momentos, particularmente según nos acercamos al final, y, a pesar de todo, nos hace aplaudir por él. Su presencia, su interpretación de Howard, el moderno Willy Loman, hace de la película y su actuación, una difícil de olvidar.