UPR: ¿lo urgente y lo importante?
Para todos aquellos sectores que nos hemos producido al calor de los imaginarios de izquierda, el rechazo, como cuestión de principio, de la intervención policial, forma parte del political correctness al que estamos convocados a adherirnos.
Mas allá o más acá de ese reconocimiento, no hay duda de que la Policía, tal y como históricamente se ha constituido es, de entrada, el brazo armado del Estado y de las formas en que éste se arroga para sí el monopolio del uso de la fuerza y de la violencia. El carácter clasista y discriminatorio del operar y de las subjetividades policíacas, su tendencia a la brutalidad generalizada, su eficacia en los procesos de control y saneamiento de las ciudades, su reclutamiento de los propios sectores más marginales y empobrecidos con los que regularmente interviene, su utilización en el propio régimen nazi, son denuncias centrales en cualquier dilucidación del sentido o no de su utilización en diversidad de conflictos. Pero, ¡qué pocas veces aparece esta denuncia en boca de los universitarios cuando los sectores sociales intervenidos son otros y no ellos!
Al presente, la denuncia de la presencia y de la intervención de la Policía de Puerto Rico en el Recinto de Río Piedras se ha expresado ya de muchas y variadas maneras. Sin embargo, esa denuncia tendría que ser cualificada a partir de lo que está siendo su eficacia en estos momentos:
La presencia de Policía de Puerto Rico en el Recinto de Río Piedras es, sin duda, la expresión contundente de una institución que no ha sabido gobernarse efectivamente, pero no podemos seguir efectuando esa denuncia si ésta no va acompañada de un reconocimiento profundo de lo que está siendo nuestra cuota de responsabilidad (y hablo de los profesores como claustro) en esa incapacidad del sistema de poder gobernarse efectivamente.
No es posible defender la salida inmediata de la policía del Recinto sin un compromiso genuino de todas las partes de propiciar salidas a la conflictividad que atravesamos. Para esto los profesores tenemos que producirnos un centro de gravedad propio.
Hay profesores que se han colapsado en el imaginario de huelga decretado por un grupo de estudiantes del Recinto, han promovido ese imaginario, lo han sustentado, lo han patrocinado y hay también profesores que se han colapsado con las posiciones de la alta gerencia universitaria como única manera, según ellos, de propiciar una cierta “normalidad” de los trabajos en el Recinto. Pero, más allá o más acá de este fenómeno extremo por el que transitamos, tendríamos que producirnos alguna salida desde un horizonte más democrático. Para esto los profesores tenemos que producirnos un centro de gravedad propio distinguible de lo que es la administración, de un lado y de los estudiantes, de otro.
A su vez, la denuncia de la presencia de la policía tiene ahora otra eficacia: la de propiciar que todos los esfuerzos se condensen en la lucha por sacar la policía del Recinto, por ende divirtiendo la atención de los problemas que deberíamos estar discutiendo. (¡Qué conveniente para todo el mundo! ). Esto es, el problema de una huelga enteramente no deseada (por la gran mayoría de los estudiantes y de los profesores, lo cual no quiere decir, como sabemos, que se esté necesariamente a favor de la cuota), el problema de una alta administración que no ha sabido aperturar un espacio para la gobernanza democrática con sus diversos constituyentes y la amenaza de toda una reestructuración de la Universidad desde la inminencia de una nueva ley universitaria ¿Quién puede decir que el saldo de esta segunda “conflictividad” haya sido positivo en algún aspecto?
La denuncia de la intervención policíaca abona a un imaginario victimista que cancela la posibilidad de entrarle a los asuntos vinculados a esta conflictividad en sus méritos pues lo urgente sustituye lo importante. No podemos someternos a ese chantaje. Tenemos que volver sobre las cuestiones sustantivas: ¿cómo fué que llegamos hasta aquí y cómo podemos movernos en la dirección de la universidad que queremos?
Lo urgente y lo importante es atender/anticiparnos/producir alternativas a la inminencia de una nueva ley universitaria y a la restructuración de la Universidad que, evidentemente, nos viene para encima. Es de cara a este embate donde deberíamos invertir toda nuestra energía e inteligencia reflexiva.
Hay sectores que han hecho de esta conflictividad una de carácter “nacional, multisectorial” partiendo de la premisa de que “lo que se juega aquí” desborda el espacio concreto o imaginario de lo que es la Universidad. A eso respondo que un sistema es autónomo cuando es capaz de reproducirse según sus propias operaciones. Sugiero que volvamos a reconducir esta conflictividad al espacio que nos corresponde que es la Universidad porque hay que reducir complejidad (circunscribirnos al debate sobre la universidad, su inminente reestructuración) para producir más complejidad (y enriquecer el debate).
Hay personas que, en el contexto de esta conflictividad, han llegado a decir que no saben ya lo que es la democracia. A eso respondo, ese es el saldo más triste de la renuncia a pensar y de la renuncia a conceder a nuestra capacidad de poder propiciar salidas más democráticas dentro de la amenaza de reestructuración actual.