Vamos por la revolución educativa
Coincido plenamente con el planteamiento sobre la necesidad de lanzar una revolución educativa en Puerto Rico. Honestamente, creo más, creo en la necesidad de que esta revolución alcance a todo Puerto Rico. Donde discrepo es en la necesidad de introducir compañías privadas a administrar escuelas públicas. En especial, si estas entidades fueran compañías de Estados Unidos con ánimo de lucro y agendas propias de ese país, que no se destaca por sus logros educativos. Tampoco creo que nuestras universidades, por sí solas, puedan llevar a cabo la encomienda. Nuestras universidades comparten la responsabilidad sobre los resultados de la educación en Puerto Rico.
Si vamos a hablar de revolución, hablemos de revolución. Uno de los elementos que distorsiona un proyecto educativo nacional para Puerto Rico es la utilización de fondos provenientes del Departamento de Educación Federal de Estados Unidos, a los que nos referimos como fondos federales. Estos dineros, que no se acercan a la mitad de los que aportamos las y los puertorriqueños por medio del pago de contribuciones, nos imponen el 100% de la agenda del Departamento de Educación.
Este orden hay que invertirlo y que la magnitud de la injerencia en la toma de decisiones sobre la agenda educativa se convierta en equivalente a la cantidad de fondos invertidos. Entonces, el poder decisional mayoritario lo tenemos que tener quienes pagamos la mayor parte de la educación de nuestras niñas, niños y jóvenes: las y los contribuyentes puertorriqueños.
Esto nos podría permitir quitarle fuerza al uso de las pruebas estandarizadas como principal medidor de la efectividad de nuestra educación. En una instrucción que ha dejado de ser pertinente para nuestra niñez y juventud, lo lógico es que el estudiante desvíe su atención hacia otros pensamientos y actividades durante la sesión de clases. Y que, porque es adolescente, se comporte como adolescente, se aburra e interrumpa.
A lo que mi abuela llamaba “un muchacho disinquieto”, ahora le llamamos déficit de atención e hiperactividad. Para una población estudiantil como esta, que en Puerto Rico reconocemos como enorme, el método de evaluación a NO utilizar es pruebas estandarizadas. Pero, entonces, el sistema evalúa estos resultados como fracaso.
A mi entender, el fracaso le corresponde a un sistema que está utilizando un método equivocado para un proceso evaluativo tan importante. ¿Fracasar es siempre un problema? Si en Puerto Rico vamos a hacer educación, a la educación le es inherente el no dar con las respuestas acertadas en los primeros intentos.
La educación es un proceso de descubrir, de construir lo que no existe, de crear una nueva realidad. Allí no se puede llegar, citando a Silvio Rodríguez, con miedo a “equivocarse y errar”. Equivocarse y errar es inherente al proceso creativo. No conozco persona alguna a la que todo le salga bien de la primera. Para más, nuestra sabiduría popular le llama a eso “chamba”. Sin embargo, las pruebas estandarizadas dan una sola oportunidad de salir bien o fracasar.
Necesitamos darnos la oportunidad de diversificar las metodologías de cómo evaluamos nuestra ejecución como educadores. Si vamos a hacer revolución en nuestra educación, necesitamos acordar como pueblo el Puerto Rico que queremos construir e irnos a nuestros salones de clases a educarnos en comunidad y capacitarnos para construir ese proyecto de país. Pero esta agenda la tenemos que definir las puertorriqueñas, puertorriqueños y demás habitantes del archipiélago.
En algunos círculos de diálogo hemos estado de acuerdo en la necesidad de establecer unas metas nacionales para nuestra educación. Las de mayor contundencia han resultado ser las siguientes:
Que nuestra niñez, a la altura del Tercer Grado, sepa LEER. Las letras mayúsculas quieren decir que no se trata de descifrar letras y palabras sino de entenderlas, comprenderlas, asumir posición al respecto y tomar acción. Sin que la escuela nunca imponga la posición a asumir y la acción a tomar.
Dominar el vernáculo y ser funcional en varios idiomas desarrollando la calidad de ciudadanía mundial.
Desarrollar la lógica que encierran las matemáticas para resolver problemas. No solo para resolver ecuaciones sumando letras sino para resolver un problema de violencia familiar, de contaminación ambiental en la comunidad o de seguridad alimentaria.
Conciencia plena de nuestra historia boricua, caribeña y latinoamericana. De nuestra salud y su conservación. De la conservación del patrimonio y el ambiente. Conciencia elevada a tal nivel que nos obligue a poner la acción donde ponemos la palabra, garantizando ambientes inclusivos y de respeto a la diversidad.
Desarrollo de los talentos de las y los estudiantes y dominio del manejo sano y constructivo de la tecnología, sin perder las capacidades de socializar, ejercitarnos y desarrollar pensamiento propio.
Emprender, crear e inventar capacitándonos para evolucionar de la cultura de la dependencia a una de autogestión en comunidad. Quitarle la censura a la invención, lo que caracterizamos con la frase “no inventes”. Sí, inventa. Inventemos la nueva realidad del Puerto Rico que necesitamos, merecemos y podemos. Y que nuestra educación desarrolle las capacidades para, en comunidad y solidaridad, crearlo.
Este proceso no lo pueden desarrollar compañías privadas que no son espejo del nuevo paradigma. Una compañía estadounidense no va a conocer y poder desarrollar nuestro proyecto de país. Y, con todo respeto, nuestras universidades han tenido la oportunidad de sembrar este camino sin alcanzar los resultados buscados. Quien no ha tenido una oportunidad real es la escuela pública. No le hemos dejado ejercer a las comunidades educativas las facultades que la Ley Orgánica del Departamento de Educación les otorga.
Una forma de reducir la influencia de la agenda federal en nuestra educación es disminuir una cantidad de los fondos federales equivalente a todo lo que paguen del nivel central del Departamento de Educación. Propongo achicar ese nivel central, permitiendo ejercer la toma de decisiones en las comunidades educativas, y que estas tracen planes de desarrollo social y económico a nivel local.
Los currículos se podrían redirigir hacia la implantación de ese desarrollo. La articulación de los proyectos comunitarios de desarrollo social y económico se concertarían en un gran proyecto de país. Nos falta capacidad para poder hacer esto. Nos falta liderazgo, destrezas y conocimientos.
La revolución educativa podría concertarse desde una facultad o academia que promueva círculos de educación popular donde todas las personas interesadas nos formemos en el proceso hacia el proyecto de país. En esta iniciativa podríamos invertir todo nuestro empeño, juntando a diversos líderes de nuestra sociedad, de todos los sectores, dispuestos a colaborar junto a los representantes de la comunidad escolar en un nuevo proyecto educativo que, ante todo, fortalezca la escuela pública y el sistema de enseñanza público.
En conjunto, nos pondríamos al servicio de las comunidades educativas, empoderadas por la Ley Orgánica de la educación, para apoyarles en la construcción de ese nuevo Puerto Rico. ¡Vamos por la revolución educativa desde nuestras escuelas públicas, siempre públicas!