Viajes a la semilla
La historia de los pueblos podría contarse narrando el movimiento de las especies domesticadas. Los humanos viajan con sus posesiones, entre ellas la buena semilla. Desde siempre hubo intercambios e intrusiones de especies exóticas. En las últimas décadas, ha aumentado la conciencia de la relación entre naturaleza e historia cultural. De unos años a esta parte, preocupa sobremanera la desaparición de centenares de especies, comunidades y lenguas.
Las especies transgénicas que amenazan la diversidad son mercancías de compañías agro-biotecnológicas como Monsanto, Dupont y Novartis. Estas empresas, responsables de buena parte del comercio mundial de semillas, han trastornado los balances naturales con sus “revoluciones verdes” y acaparamiento de semillas. En la agricultura, como en la medicina, la avaricia compite con la vida.
Ante estos desastres, también aumenta la conciencia y el aprecio por la agricultura tradicional, y su idoneidad para enfrentar el calentamiento global y el potencial de hambrunas debidas al monopolio corporativo de las semillas. Las especies que son tesoros patrimoniales (“heirlooms”) se recuperan es Estados Unidos, donde el traspatio de una casa puede ser una reserva de plantas nativas. En Noruega, no sin despertar sospechas, la Bóveda Global de Semillas de Sbvalbard, auspiciada por el gobierno, es el almacén de semillas más grande del mundo. Construida a 130 metros de profundidad, su propuesta es garantizar la biodiversidad de las semillas de especies que sirven de alimento. Sin duda una función de museo, concebida con una mentalidad de que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina.
En Puerto Rico ha habido traslados de especies en todas las colonizaciones. Los aruacos y los españoles cargaron con sus semillas. En el siglo 20, en las estaciones experimentales, se experimentó y se sigue experimentando con especies nativas.
En Gurabo: un laboratorio de semillas orgánicas
El Dr. Carlos Ortiz es especialista en genética y mejoramiento de plantas. Él y su esposa, la doctora María de Lourdes Lugo, herbóloga, trabajan desde hace años en un lugar tan hermoso que podría servir de modelo para alguna representación del paraíso terrenal: los terrenos de la Estación Experimental Agrícola de Gurabo. La finca de 494 cuerdas, situada en el Barrio Rincón, fue ganadería, finca de tabaco, plantación de caña de azúcar y base militar. Desde 1953 es una de las seis estaciones experimentales agrícolas de la Universidad de Puerto Rico.
En 2008, mediante el auspicio del Servicio para la Conservación de Recursos Naturales del Gobierno de Estados Unidos, se separó poco más de una cuerda en la estación para establecer un huerto de agricultura orgánica. Carlos Ortiz nos invitó a recorrerlo con su amabilidad natural y una sabiduría sin pretensiones, que reconoce los vínculos entre la investigación, la divulgación pública y el apoyo que deben ofrecer las comunidades a las obras que las benefician. Se trata de un proyecto demostrativo, para ilustrar los beneficios de la agricultura orgánica y las dificultades que se enfrentan en su práctica. En el huerto se han producido, y se distribuyen a los agricultores orgánicos, semillas de maíz, frijoles, habichuelas, pepinillo, batata, y otros productos. Ortiz, hijo de un caficultor de Orocovis, dice que ya es un hecho: la agricultura orgánica se puede llevar a gran escala en Puerto Rico. Ya se hace en países como Costa Rica, Nicaragua, República Dominicana y Cuba.
-Hace falta –comenta el Ortiz- que el Colegio de Ciencias Agrícolas de la Universidad de Puerto Rico formalice un programa educativo en Agricultura Orgánica. Sí existen cursos, pero no un programa completo.
La historia de las estaciones experimentales da para un libro que podría ser una apasionante crónica de las semillas viajeras y de las repercusiones sociales de la ciencia. Comenta Ortiz que la semilla de batata mameya, que se siembra en Luisiana, se originó en Puerto Rico y se mejoró en las estaciones experimentales. En Luisiana fue un éxito, pero aquí, ya no se consigue. También nos narró la fábula de una semilla de maíz que en la década de los años veinte un investigador obtuvo de manos de un agricultor de Lajas. Esa semilla, que se fue transformando en la estación experimental, recibió en 1934 el nombre de USDA 34. En 1975, el Dr. Antonio Sotomayor, de la UPR, hizo una reselección del material y produjo una variedad más dulce y resistente a los insectos. La misma fue bautizada como “sure sweet”, y ahora puede obtenerse una variedad orgánica de esta antigua viajera.
Agricultura orgánica del siglo 21
En Cabo Rojo, un agrónomo joven que, además de un bachillerato en agronomía tiene un grado de maestría en manejo de bosques, cultiva un predio de terreno con métodos totalmente orgánicos. Se llama Freddy Omar Pérez Martínez, y nació en Utuado, donde sus abuelos son agricultores. Su finca está en una cuerda que arrienda y trabaja desde hace un año. El suelo, de tipo lómico, entre arcilloso y arenoso, es fértil, con buena estructura. Los productos: berenjenas, calabacines, pimientos, yuca, gandules, papayas, batatas y limoncillo o zorra de limón en los bordes para controlar las plagas. Es tan efectiva esta barrera que el agricultor no tiene necesidad de asperjar. Maneja el suelo con composta y aprovecha la biodiversidad. Tiene una colmena de abejas polinizadoras. Utiliza emulsión de pescado como abono que él mismo elabora, recogiendo las vísceras en las pescaderías de Puerto Real. El líquido tiene muchos nutrientes y es una enmienda excelente para el suelo.
Freddy, alias Fello, vende sus productos a algunos restaurantes de Cabo Rojo, en los mercados de Rincón y Aguadilla y a sus vecinos. También les suple a tres redes de distribución para la comunidad, bajo el concepto de “community supported agriculture”. Piensa sembrar maíz, tomates, habichuelas tiernas y ñame. Está sembrando los tubérculos del país y le interesa ampliar el área de cultivo.
Fello es rico en vida interior y tímido al hablar, pero la curiosidad de los periodistas es insaciable.
-Aquí en Cabo Rojo llevo un año, pero ya tengo como diez sembrando orgánicamente. Hemos diseñado la siembra para que sea diversa, con un poquito de todo. Es algo bien intensivo. Podemos comprar semillas orgánicas certificadas por catálogo, pero tenemos que desarrollar nuestra propia semilla, aunque la fuente no sea orgánica, sino de un agricultor convencional. Si tiene la semilla hace bastante tiempo hay que recuperarla y seguir transformándola, limpiándola con nuestros métodos.
-¿Es importante que en la isla haya un banco de semillas?
-Definitivamente sí. Creo que Iván Quintero tiene una iniciativa de ese tipo, en Carolina. Seguimos intercambiando y mejorando semillas. También en la estación experimental de Lajas están sacando semillas orgánicas: calabaza, maíz, ajíes, lechuga. Y en Gurabo, claro.
-¿Qué es lo más que te gusta sembrar?
-Yo sembraba hojas, todo el mundo tiene hojas. Creo que hace falta sembrar farináceas, vegetales y frutas. Eso me interesa. Así se complementan los mercados y se tienen diferentes productos en diferentes tiempos.
-¿Qué haces cuando no trabajas la agricultura?
-Trabajo como técnico de investigación de bosques en el recinto de Mayagüez.
-¿Qué posibilidad tienen en Puerto Rico los huertos de comunidad, con el asesoramiento de personas como tú, que conocen los métodos de agricultura orgánica?
-Hace años visité un huerto de la comunidad en Añasco. Lo manejaban entre ellos, sembraban, comían juntos y vendían los excedentes. Había mucha conciencia y orgullo en los participantes. Por lo general los productos orgánicos los compran personas de clase media. A mí me interesa que formen parte de la dieta de los residentes de los residenciales. Y de otras comunidades. Que el pueblo se alimente mejor. La buena alimentación ayuda a pensar bien.
Las semillas de Cocopeli
Las semillas representan una riqueza cultural e histórica, además de alimenticia. Y cada semilla trae su historia. Los buenos agricultores saben que la buena semilla se comparte con los amigos.
Paco le pregunta a Fello si tiene una semilla preferida.
-Un tomate anaranjado grande. Es muy dulce. Traje la semilla de la India. Me la dio un agricultor. La seguimos propagando acá. Ahora esa es la semilla de tomate que uso, y la he compartido. Se ha aclimatado muy bien. Los mejoradores de semillas orgánicas están buscando no el producto más grande, sino características de resistencia, volviendo hacia atrás, en busca de la aclimatación al terreno, de la resistencia al viento y a la lluvia. Es bien chévere lo que está pasando.
-En medio del trabajo arduo en el campo hay momentos de ocio. Este lugar es hermoso e invita al recogimiento. ¿Te sobra tiempo para escribir tus experiencias e impresiones y leer?
-Sí. Apunto algunas cosas que se me ocurren. Ahora estoy leyendo un libro interesante, La vida secreta de las plantas. Aquí no existe el tiempo.
Pero Fello saca de su tiempo para contarnos el mito indígena de Cocopeli. Uno de los deberes de Cocopeli era llevarle semillas a una tribu que había perdido las suyas. Las semillas se le caían en el camino, pero Cocopeli estaba tan acompañado por sus ancestros que ellos, en forma de animales, lo ayudaban y recogían las semillas detrás de él.
Así llegaron las semillas al pueblo.
Para más información sobre los horarios de visitas a la Estación Experimental Agrícola de Gurabo: 787-737-3511.
Correo electrónico de Fello Pérez Martínez: [email protected]