Voces teológicas en diálogo con la cultura
“El perfil de un judío en el subterráneo es tal vez el de Cristo; las manos que nos dan unas monedas en una ventanilla tal vez repiten las que unos soldados, un día, clavaron en la cruz.
Tal vez un rasgo de la cara crucificada acecha en cada espejo; tal vez la cara se murió, se borró, para que Dios sea todos.”
–Jorge Luis Borges, Paradiso, xxxi, 108
Hace más de seis décadas Helmut Richard Niebuhr dedicó un libro ejemplar, Christ and Culture,[1] a las posibles convergencias y divergencias entre el cristianismo y las culturas. Es un tema crucial que se hace cada día más fascinante y complicado, más diverso y global, como lo ha demostrado, entre otros, Lamin Sanneh en sus monografías sobre la cristianización de África y la africanización del cristianismo.[2] En el caso de América Latina y el Caribe, ello conlleva profundizar el escrutinio de las encrucijadas de la fe cristiana y sus múltiples culturas autóctonas.[3] El tema de la cultura, en un contexto no eurocéntrico,[4] se destaca hoy en día como matriz de reflexión y creatividad teológicas. A diferencia de Niebuhr, hay que plantear hoy los entrecruces, armonías y conflictos entre fe y cultura en un contexto de descolonización teológica y social.
Acompaña la proliferación actual de perspectivas teológicas – latinoamericanas, feministas, mujeristas, afroamericanas, indígenas, tercermundistas y gays – un sugestivo renacer de encuentros y desencuentros complejos entre diversas manifestaciones específicas de la fe cristiana y expresiones particulares de la cultura humana, en contextos temporales y espaciales definidos. Se intensifican, por consiguiente, los estudios sobre fe y cultura, respetando sus horizontes variados.
Contrario a lo que algunos científicos sociales pronosticaron cuando se iniciaba, a mediados del pasado siglo, la modernización e industrialización acelerada de Puerto Rico, las expresiones religiosas de toda índole y carácter han aumentado y se han fortalecido en las últimas décadas. Se ha forjado una peculiar, y poco estudiada, convergencia entre actitudes seculares y experiencia religiosa, que ha dado al traste con los augurios, proferidos en tono entusiasta o nostálgico, sobre el declinar del sentimiento de lo sagrado. Como ha escrito el historiador y sacerdote jesuita Fernando Picó: «Por un lado, el mundo mítico-mágico se desvanece al toque de la secularización de la vida, y por el otro renace en un nuevo ropaje religioso»[5] (aunque, aclaremos, el ropaje en ocasiones no es tan nuevo, sino más bien un renacer de antiguas expresiones religiosas, como los cultos a las apariciones marianas, las sanaciones milagrosas, las ceremonias de exorcismos y la invocación a toda la gama de entidades divinas intermedias provista por los relatos bíblicos o el santoral católico).
La religiosidad católica popular se manifiesta con vigor excepcional en fenómenos como el culto a Elenita de Jesús, en la montaña santa, en Cayey, (a pesar de los intentos de la jerarquía eclesiástica de domesticarlo y controlarlo, no pocos seguidores de Elenita ven en ella a una encarnación de la virgen María); la adoración a la Virgen del pozo, en Sabana Grande (catalogada por el Cardenal Luis Aponte Martínez como un fraude); el renacer de la artesanía popular con múltiples referencias religiosas; el auge en la asistencia a las parroquias en muchos pueblos de la isla y la mayor atención a los sacramentos eclesiásticos.
Un vigor aún mayor se muestra en el incremento aritmético de las llamadas «iglesias protestantes históricas» y el aumento geométrico, en ocasiones excepcional, de las congregaciones pentecostales,[6] además de la difusión notable de instituciones religiosas autóctonas, de raíces pentecostales y protestantes, de muy diversa índole, como la Iglesia de Mita, de pobres y humildes, la mega-iglesia del Concilio «Fuente de Agua Vida», de nuevos ricos y su teología de prosperidad, y el políticamente ambicioso «Clamor a Dios». Incluso la controvertida iglesia brasileña, la Iglesia Universal del Reino de Dios, hace acto de presencia en la que una vez fue una de las principales salas de cine del área metropolitana. Se percibe además un creciente número de comunidades litúrgicas, iglesias de puertas abiertas, que superan la homofobia que tan gravemente lacera la integridad ética de tantas congregaciones y parroquias.
Es un caleidoscopio barroco de religiosidades populares que hace más de medio siglo dejó perplejo al joven antropólogo Sidney Mintz, quien concluye su clásico Worker in the Cane con la inesperada conversión al carismático pentecostalismo de su sujeto de estudio, Anastacio (Taso) Zayas Alvarado.[7] Contrario a lo que hace décadas predijeron los agoreros del secularismo, reiteramos, lo que vemos en estos momentos, es una peculiar amalgama entre perspectivas modernizantes y múltiples fenómenos religiosos, con su reserva impresionante de atavismos mítico-mágicos.
En el siglo veintiuno, la cultura popular religiosa cristiana puertorriqueña, aunque enraizada sobre unos paradigmas doctrinales compartidos, se fragmenta y multiplica en miríadas formas imprevistas. Lo que, naturalmente, complica, pero, a la vez, hace más interesante su desafío intelectual. Permítaseme adelantar una sospecha. Contrario a los intentos, conservadores e ilusamente restauradores en el fondo, de reiterar la tesis de una nación/una iglesia, la sugerida investigación probablemente muestre una nación puertorriqueña que se expresa en rica y compleja pluralidad en el sentimiento de lo sagrado y en sus manifestaciones institucionales, culturales y cúlticas. Se invoca a Dios, se conjuran los males, se exorcizan los demonios, se adora y reza, se conjuga la esperanza evangélica con los temores a la fragilidad de la existencia, de múltiples maneras y formas, entre las cuales se pueden detectar semejanzas y parentescos, pero también profundas diferencias y divergencias, algunas de las cuales, dicho sea de paso, promueven amargas hostilidades en el seno de la cultura popular.
Tal proyecto de investigación podría verse como la puesta al día de la excelente contribución de la colega profesora universitaria Nélida Agosto Cintrón, quien en su libro, Religión y cambio social en Puerto Rico (1898-1940),[8] traza sugerentes paralelismos entre el movimiento católico de los Hermanos Cheo, a principios del siglo XX, y el avivamiento carismático protestante y pentecostal, de la década de los treinta, como reacciones simbólicas y espirituales de los sectores populares a las crisis periódicas que ha atravesado Puerto Rico en sus relaciones coloniales con los Estados Unidos. Agosto Cintrón explora la irrupción de una «batalla de los espíritus» en los sectores populares puertorriqueños, entre un catolicismo laico y militante, con su repertorio de alusiones y referencias a lo sagrado que, en ocasiones, provoca ansiedad en las jerarquías eclesiásticas, y un protestantismo beligerante, con sus propios medios de convocar los poderes sobrenaturales, y que, dirigido por un ministerio nativo diseña y lleva a cabo una amplia conquista espiritual que poco a poco altera la cultura popular. Esa batalla se da en un mismo nivel considerado crucial por los contrincantes: el de las creencias, hábitos y prácticas religiosas.[9]
En las nuevas incertidumbres por las que atraviesa nuestra sociedad es posible que pueda descubrirse, en las respuestas simbólicas y religiosas de los estratos populares, católicos, protestantes y pentecostales, similaridades y divergencias tan sugestivas como las indicadas para décadas anteriores por la profesora Agosto Cintrón.[10] Tiene razón Jorge Duany, en una sinopsis bibliográfica muy útil sobre la investigación social de la religiosidad popular insular,[11] al insistir en que los estudios sobre este campo deben ser más integrados y desarrollar comparaciones más sistemáticas entre los distintos cultos. Este tipo de análisis contribuiría a suplir el defecto señalado recientemente por Arcadio Díaz Quiñones de que «en los estudios históricos y sociológicos puertorriqueños… ha brillado por su relativa ausencia la atención que se le dedica a lo sagrado, a la espiritualidad, a la religiosidad en la cultura».[12] Curiosamente, Díaz Quiñones omite los dilemas y ambigüedades de la plural conciencia religiosa criolla que contribuyeron a forjar una interesada «política del olvido» y su concurrente «historia llena de silencios y ocultamientos», en sus recientes libros, importantes para entender la cultura puertorriqueña moderna, La memoria rota: Ensayos sobre cultura y política[13] y El arte de bregar: ensayos.[14] Sea dicho categóricamente: sin estudiar la religiosidad popular en sus múltiples manifestaciones, no pueden comprenderse rasgos y matices importantes de los perfiles de la cultura popular de nuestro país.
Requisito metodológico del análisis de la religiosidad en la configuración plural y paradójica de la nacionalidad puertorriqueña es superar las visiones esencialistas sobre nuestra identidad nacional, propias de la elite tradicional hispanista católica del país. La fe evangélica puertorriqueña no puede considerarse una dimensión espiritual foránea, como pretenden algunos enamorados de un pasado idealizado por su melancolía. El cristianismo reformado, en sus distintas dimensiones, es ya, que duda cabe, uno de los integrantes del inmenso y multiforme tapiz que configura la identidad cultural puertorriqueña.
La flexibilidad de asimilar estilos y actitudes de la cultura popular, da al protestantismo de barrios, campos y suburbios un perfil muy distinto al dibujado por René Marqués en su cuento, publicado inicialmente en 1955, «Pasión y huida de Juan Santos, santero».[15] En ese cuento de uno de nuestros principales escritores, un grupo de feligreses evangélicos ataca a un tallador de santos, alegando que su obra es idolátrica. El relato caricaturiza a los evangélicos como adeptos de una «religión extraña».[16]
Por otro lado y con otra forma de mirar, José Luis González, otro de los excelentes narradores puertorriqueños, en su libro Nueva visita al cuarto piso, publicado en 1986,[17] descubre las continuas actividades evangelísticas llevadas a cabo por congregaciones pentecostales, fundamentalistas y carismáticas como signo de una dimensión sustancial de la historia contemporánea de Puerto Rico: un vigoroso y complejo pluralismo religioso. González, a pesar de su tradición intelectual marxista y laica, se da cuenta de que esa religiosidad popular evangélica ya forma parte inexpugnable del sancocho cultural y espiritual de Puerto Rico. La puertorriqueñización del protestantismo y el pentecostalismo acompaña, como la otra cara de la misma moneda, a la diversificación de la religiosidad boricua.
Indicativo de esta tenacidad del fenómeno religioso en toda su abigarrada complejidad es la mayor atención que comienzan a prestarle nuestros literatos. Los escritores de ficción, en muchas ocasiones, captan dimensiones y matices cruciales de su entorno social con mayor audacia y anticipación que los científicos sociales académicos, más lastrados estos segundos por rígidos paradigmas epistemológicos y hermenéuticos. Rosario Ferré explora con sutil erotismo femenino y audaz heterodoxia el doloroso proceso de liberación espiritual de una mujer enredada en las exóticas mescolanzas de la piedad criolla en su novela La batalla de las vírgenes.[18] Ángela López Borrero, en dos breves y seductores libros, Los amantes de Dios[19] y En el nombre del hijo,[20] desarrolla una lectura alterna de relatos bíblicos, trazando senderos hasta ahora inéditos en nuestras letras. Es una mirada heterodoxa y transgresora de los textos sagrados canónicos que también asume con un amplio caudal de imaginación y destreza Rubis M. Camacho en su Sara: La historia cierta.[21] Marta Aponte Alsina, en su enigmática novela, El cuarto rey mago,[22] intenta una fascinante reinterpretación del tema clásico de la santidad, montada sobre la misteriosa tradición cayeyana del culto a Elenita de Jesús, además de tocar fondo en las leyendas relativas al cuarto rey mago. Ángel Rosa Vélez, con sutil ironía y humor, traza una mirada perspicaz al mundo íntimo de las iglesias protestantes en su novela El lugar de los misterios.[23]
Si años atrás cierta apologética trató de crear la imagen de una antítesis profunda entre las confesiones evangélicas y los estilos de vida propios de la puertorriqueñidad, hoy es innegable que las iglesias protestantes y pentecostales contribuyen valiosamente de distintas maneras al cultivo, ampliación y desarrollo de nuestra identidad cultural. Aportan significativamente al contrapunteo inherente a una visión múltiple de la cultura nacional. La mentalidad de minoría marginada se deja atrás y el resultado neto es la pluralidad de inserciones creadoras en la polifonía cultural puertorriqueña.
Las contribuciones evangélicas han sido impresionantes, por ejemplo, en la música e himnología religiosas, incorporando a la liturgia de manera audaz instrumentos, ritmos y melodías de origen popular. Son innumerables los grupos instrumentales y corales, que a lo largo y ancho de Puerto Rico experimentan con melodías y ritmos de distinto linaje, con el objetivo común de expresar el sentimiento religioso en el universal lenguaje de la música. El himno «Alabanza», del compositor presbiteriano Pablo Fernández Badillo, es muestra excelente, en su letra y melodía, de la creatividad musical y litúrgica evangélica.[24] La naturaleza que ahí alaba al creador es, sin duda alguna, la campiña boricua y el cantor un hombre o una mujer de los valles y montañas de Puerto Rico.
La poesía devota ha sido sustancial, con autores tan diversos como Ángel M. Mergal, Francisco Molina, Luis G. Collazo, Moisés Rosa Ramos, César Abreu Volmar, Pablo Maysonet, Samuel J. Vélez, Luz Celeste Abreu, Luis A. Ortiz, Jaime Rodríguez, Héctor Rubén Cardona Santana y Tito Santiago Soto, entre muchos otros.[25] Varias de estas obras líricas, las más audaces en internarse en los laberintos numinosos de lo sagrado (con su doble dimensión de fascinación y pavor), se asemejan en tono y matices a la religiosidad mística del gran poeta nacional puertorriqueño Francisco Matos Paoli:
«Porque estoy vencido por el otro que sufre
por el clamor de una muchedumbre hambrienta.
Entonces, como el Cristo,
cojo el pan, cojo el pez, los multiplico.
Y así traigo al mundo el silencio fiel
de Dios,
la gracia del camino de Damasco
que pone un nombre nuevo a Saulo:
el forjador incorregible de la locura de la cruz…»[26]
Cuando se toca el tema de la relación entre la cultura y la religiosidad puertorriqueñas, no puede olvidarse un elemento crucial de nuestra vida nacional – la diáspora, en su peculiar variante boricua de la «guagua aérea»,[27] como ha llamado el escritor Luis Rafael Sánchez al constante ir y venir de nuestra gente entre la Isla y los Estados Unidos. La diáspora es un tema clave en la Biblia, en la historia de Israel, de la iglesia cristiana primitiva y de la nación puertorriqueña. Da margen, por tanto, a un diálogo fértil y creador entre la teología, la exégesis y las ciencias sociales y culturales.[28]
Me parece necesario, para el desarrollo de la cultura teológica integral puertorriqueña, promover el diálogo intelectual entre ambas orillas de la nación puertorriqueña. Para que ese diálogo teológico prospere, es importante que, en la Isla se superen los prejuicios que en muchas ocasiones se tienen respecto a los compatriotas de la diáspora, sobre todo por la obligación profesional que tienen ellos de recurrir al inglés como idioma literario primario. Cualquier integrismo o purismo lingüístico – relativo al hebreo del Tanak, al latín de la Vulgata, al alemán de Lutero, al inglés de King James o al castellano de Reina/Valera – olvida que no tenemos acceso alguno directo a las ipsissima verba de Jesús y los apóstoles. Las conocemos gracias a su traducción, mediación y, sin duda, reconstrucción en el griego común del Mediterráneo helenístico, el koiné.
Por su parte, nuestros colegas y compatriotas del Norte deben recordar que para los que laboramos en la Isla, el español es y seguirá siendo nuestro vehículo lingüístico primario en el discurso intelectual y la devoción litúrgica. El diálogo entre los de la Isla y los del Norte, necesario para la madurez teológica de nuestras iglesias y para la unidad de nuestro país, tampoco debe olvidar ni obviar el hecho grueso, clave, de que Puerto Rico es una nación caribeña y latinoamericana, con un largo historial de coloniaje y unas aspiraciones irrenunciables de emancipación y soberanía. Si se olvida u obvia eso, se pone en serio peligro nuestra identidad cultural.
Si diversas son las caras del cristianismo boricua, variadas son también las raíces culturales de nuestro pueblo. Como nación caribeña y latinoamericana confluyen en nuestra historia “un mosaico de lenguas, razas, ideologías, herencias culturales, organizaciones económicas y trasfondos religiosos.”[29]
En este proyecto, imprescindible y desafiante, de estudiar las convergencias y divergencias entre las diversas religiosidades populares y las configuraciones múltiples de las identidades culturales puertorriqueñas, algo ciertamente debe evadirse: el fundamentalismo anti-religioso crudo y rígido que permea algunos análisis poco serios académicamente. Ese desdén, arrogante pero intelectualmente insustancial, mal disfrazado de disquisición erudita, en nada ayuda al estudio a fondo de los encuentros y desencuentros entre las religiosidades y las culturas populares puertorriqueñas.[30]
“A nadie le he podido contar
la atroz aventura
de mis noches de solitario,
cuando el germen de Dios
comienza a crecer de pronto
en mi alma vacía.”
Juan José Arreola, Monólogo del insumiso
[1] New York: Harper, 1951.
[2] Lamin Sanneh, West African Christianity (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1983) y Translating the Message: The Missionary Impact on Culture (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1989).
[3] Luis N. Rivera-Pagán, “Myth, Utopia, and Faith: Theology and Culture in Latin America,” The Princeton Seminary Bulletin, Vol. XXI, No. 2 New Series, July 2000, 142-160.
[4] Homi Bhabha, The Location of Culture (London: Routledge, 2001, orig. 1994).
[5] Fernando Picó, «El catolicismo popular en el Puerto Rico del siglo 19», en Ángel G. Quintero Rivera, ed., Vírgenes, magos y escapularios. Imaginería, etnicidad y religiosidad popular en Puerto Rico (San Juan, Puerto Rico: Centro de Investigaciones Sociales del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico; Centro de Investigaciones Académicas de la Universidad del Sagrado Corazón y Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 1998), 160.
[6] Helen Santiago, El pentecostalismo en Puerto Rico: Al compás de una fe autóctona (1916-1956) (Trujillo Alto, Puerto Rico: sin ed., 2015).
[7] Sidney W. Mintz, Worker in the Cane: A Puerto Rican Life History (New York: W. W. Norton, 1974 [1960]).
[8] Río Piedras: Ediciones Huracán y Ateneo Puertorriqueño, 1996.
[9] Varios de los interlocutores en Vírgenes, magos y escapularios critican el ensayo matriz de Quintero Rivera por su aparente descuido de que los hábitos, leyendas, mitos, artesanías y ceremonias religiosas populares, además de estrategias de camuflaje para la sobrevivencia social en un entorno de cimarronería, son actividades regidas por el discurso y el sentimiento religiosos. Por eso, Fernando Picó titula su primera contribución, en tesitura crítica, «la religiosidad popular es religiosa». El ensayo de Quintero Rivera, además, adolece de cierta asimilación acrítica de los criterios teóricos desarrollados por José Luis González en su famoso ensayo, «el país de los cuatro pisos».
[10] Agosto Cintrón ha proseguido esta línea investigativa comparando otros dos movimientos en los márgenes de la religiosidad popular puertorriqueña, en esta ocasión dirigidos por dos mujeres: la veneración católica a Elenita de Jesús y la iglesia pentecostal independiente fundada por Juanita García, o Mita. Nélida Agosto Cintrón, «Género y discurso religioso en dos movimientos carismáticos en Puerto Rico», Fundamentos (Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Estudios Generales, Recinto de Río Piedras, Universidad de Puerto Rico), núms. 5-6, 1997-98, 97-124.
[11] «La religiosidad popular en Puerto Rico: Reseña de la literatura desde la perspectiva antropológica», en Vírgenes, magos y escapularios, 163-185. Es interesante que Duany afirme que «debe abandonarse la búsqueda de raíces africanas en la religiosidad popular de la Isla» (184), tesis que conflige frontalmente con el ensayo de Quintero Rivera, bisagra estructural de Vírgenes, magos y escapularios.
[12] «Una España pequeña y remota», en Vírgenes, magos y escapularios, 123.
[13] Río Piedras: Ediciones Huracán, 1993.
[14] San Juan: Ediciones Callejón, 2000. En esta obra Díaz Quiñones muestra interés y conocimiento en la religiosidad popular cubana, actitud hasta ahora ausente en sus análisis de la cultura puertorriqueña.
[15] En René Marqués, Otro día nuestro (cuentos) (San Juan: s. e., 1955), 40-56; se reproduce en René Marqués, Inmersos en el silencio (cuentos) (Río Piedras: Editorial Antillana, 1976), 25-38. Esta segunda edición elimina, sin dar razón alguna excepto la voluntad del autor, los dos últimos párrafos de la edición inicial. Esa sustracción resta filo a la crítica de Marqués al protestantismo.
[16] Cf. Luis N. Rivera Pagán, Pistas y sugerencias para el estudio del pensamiento protestante puertorriqueño, en Un ministerio transformador: El Seminario Evangélico de Puerto Rico. Lester McGrath-Andino (ed.) (Río Piedras, Puerto Rico: Seminario Evangélico de Puerto Rico y Puerto Rico Evangélico, 1998), 29.
[17] Río Piedras, Puerto Rico: Fundación Educativa Ana G. Méndez, 1986, 32-34. Ya González había tratado el tema religioso en su relato El oído de Dios (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial Cultural, 1984), pero ubicándolo en un medio rural indígena mexicano.
[18] Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993.
[19] Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1996.
[20] Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998.
[21] Carolina, Puerto Rico: sin ed., 2012.
[22] Cayey, Puerto Rico: Sopa de Letras, 1996.
[23] San Juan/Santo Domingo: Isla Negra Editores, 2008.
[24] Himnario criollo (Santurce: Ediciones Ferba, 1993), 44. Véase Luis A. Olivieri, «El culto cristiano en el contexto de las iglesias», Casabe, núm. 1, agosto de 1989, 5-10 y, del mismo autor, «Presencia e influencia musical del protestantismo misionero en Puerto Rico 1899-1967, en Miriam y Ángel L. Gutiérrez (eds.), Impacto cultural de cien años del protestantismo misionero en Puerto Rico (San Juan: Universidad Interamericana de Puerto Rico y Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2000), 126-136.
[25] Ángel M. Mergal, Puente sobre el abismo (Barranquitas: Academia Bautista de Barranquitas, 1939); Francisco Molina, Ciudad allende el alba (San Juan: Imprenta Soltero, 1953); Luis G. Collazo, Armario de cristal (Quebradillas: Editorial Shalom, 1994); Moisés Rosa Ramos, El álbum de casa (Guaynabo: Editorial Casabi, 2002); César Abreu Volmar, Sonetos para Dios y el hombre (Guaynabo: Editorial Sonador, 1989); Pablo Maysonet, Hasta la nada, Antonia (Río Piedras: Publicaciones Talleres, 1994); Samuel J. Vélez, Atrévete a subir (Guaynabo: Editorial Chari, 1994); Luz Celeste Abreu, Retrato (Santurce: Fundación Félix Castro Rodríguez, 1995); Luis A. Ortiz, A mis mujeres (Caguas, Puerto Rico: Imprenta Morales, 1996); Jaime Rodríguez, Cruce de caminos: Poemas del barrio para el mundo (Philadelphia, PA: Editorial Agenda Hispana, 1995); Héctor Rubén Cardona Santana, Yerbas y aguinaldos (Dorado, Puerto Rico: Centro Cultural de Dorado, Instituto de Cultura Puertorriqueña y Concilio Evangélico de Puerto Rico, 1996) y Tito Santiago Soto, Verso: Pueblo. Amor. Esperanza (editado por el autor, enero de 1998).
[26] Francisco Matos Paoli, Contra la interpretación (Río Piedras: Ediciones Mairena, 1989), 109.
[27] Luis Rafael Sánchez, La guagua aérea (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial Cultural, 1994). Otros, que prefieren los anglicismos, nos bautizan como «commuter nation». Cf. Carlos Antonio Torre et al., The Commuter Nation: Perspectives on Puerto Rican Migration (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1994).
[28] Luis N. Rivera-Pagán, Essays From the Diaspora (México, D. F.: Centro Luterano de Formación Teológica, Publicaciones El Faro, Lutheran School of Theology at Chicago, Centro Basilea de Investigación, 2002).
[29] Agustina Luvis-Núñez, “Approaching Caribbean Theology from a Pentecostal Perspective” in Harold D. Hunter & Neil Ormerod, The Many Faces of Global Pentecostalism (Cleveland, TN: CPT Press, 2013), 130.
[30] El carácter dialógico y de continuo debate crítico que caracteriza muchas de las comunidades cristianas actuales es lo que no parece percibir el fundamentalismo anti-religioso que impera en el libro La religión como problema en Puerto Rico, por Nelson Varas Díaz y otros autores (San Juan, Puerto Rico: Terranova Editores, 2011).