Waldemiro Vélez responde a «La universidad que queremos»
A continuación reproducimos la respuesta que ofreció el profesor Waldemiro Vélez, representante docente en la Junta de Síndicos de la Universidad de Puerto Rico, al documento suscrito por un grupo de profesores titulado «La Universidad que queremos«.
Introducción
Antes de comenzar mi reflexión deseo agradecer a los colegas por la elaboración del presente documento y por las discusiones y reflexiones que lo precedieron. Me parece que merece una amplia divulgación y una ponderación profunda, no para ensalzarlo ni para objetarlo totalmente, sino para que nos pueda servir para continuar la discusión y elaborar propuestas acerca de la universidad que queremos que no pretendan unanimidad, sino un lugar común desde el que todos podamos sentirnos confortables a la hora de presentar y defender sus diferencias. Es en esa dirección y con profundo respeto y gratitud que presento mis comentarios para abonar a una discusión que debe servir de fundamento para entre todos, o al menos entre muchos, construir esa universidad que soñamos y anhelamos.
En primer lugar, me parecería adecuado que se explicitara mejor desde dónde están analizando la situación actual de la UPR. Es decir, si sus apreciaciones son el producto de discusiones más amplias y prolongadas, así como si son producto de visiones muy diversas o sólo son producto de las percepciones y posturas del grupo que produce el documento. Me pregunto cómo han logrado registrar “una desmoralización generalizada” o “un temor generalizado” (p, 1) por ejemplo. Sería preciso tal vez restringir los límites de lo general, para no pretender que uno es capaz de percibir lo que ocurre en otras coordenadas, un tanto alejadas de dónde yo estoy.
Por otro lado, cuando se afirma que a partir de la “resolución” (las comillas son de los autores) del pasado conflicto, entre otras cosas, se ha producido la renuncia al debate. Desde dónde yo hablo y escribo hemos sostenido prolongados y profundos debates sobre la Universidad, tanto en el RRP como con colegas de los 11 recintos. De hecho, de uno de esos debates surgió la propuesta de organizar un Seminario de tres sesiones sobre la Ciudadanía Universitaria. A ningún colega, que yo conozca, se le ha invitado a debatir y ha renunciado a hacerlo. Tal vez la limitación del debate, que claramente reconozco, no es producto de la manera en que se “solucionó” el pasado conflicto, sino que es un problema de mucha más larga data y que tal vez se ha convertido en parte de una cultura anti-universitaria que ha ganado mucho terreno en la Institución. En síntesis, no me parece que ahora se esté debatiendo menos que antes.
En segundo lugar, coincido totalmente en que los profesores llevamos mucho tiempo denunciando la falta de democracia, la expropiación de nuestros espacios deliberativos, entre muchas otras cosas. Me pregunto, ¿a dónde nos ha conducido esta denuncia? ¿Qué mecanismos hemos utilizado para adelantar nuestras posturas y qué resultado han tenido? Me parece que hay que hacer esta reflexión y pasar revista de logros, insuficiencias y retrocesos. Así podremos afinar mejor y ampliar significativamente las coordenadas de nuestras estrategias futuras.
En tercer lugar, cuando se hace referencia a las medidas cautelares no me queda claro a qué se están refiriendo, sobre todo cuando se afirma que ya han sido implantadas en su mayoría. En los pasados años he visto listas de medidas cautelares muy variadas y extensas, con muchas medidas que, por lo menos que yo conozca, no han sido implantadas. Hubiera agradecido que se mencionaran al menos las más importantes y cuáles de ellas ha sido o no implantadas. Por otro lado, también me parece fundamental que se establezca cuales de las medidas cautelares estaban siendo implantadas antes de la huelga y cuales se propusieron o se implantaron después o como consecuencia de ella. Del documento se desprende, a mi juicio, un énfasis en responsabilizar a la huelga o el conflicto universitario de más cosas de las que le corresponde. Por eso hubiera sido importante construir un panorama más completo del periodo pre-huelga (malestar generalizado, implantación de medidas cautelares, debates muy limitados, falta de propuestas y voluntad para llevarlas a cabo, el cinismo como la orden del día, entre muchos otros), para entonces poder hacer el saldo de lo que pudiera o no haber provocado la huelga (temores por perder la acreditación, miedo al cierre de la universidad, debates y propuestas siguen siendo limitados, desesperanza, etc.).
En cuarto lugar, con relación al balance de la pasada huelga es evidente que el documento no lo intenta. En cualquier análisis sobre un proceso es importante reconocer los desaciertos, las limitaciones e insuficiencias, los efectos negativos inmediatos y futuros, etc. Aunque podría discrepar en algunos puntos, pienso que el documento plantea los problemas fundamentales. Sin embargo, en la pasada de balance se obvia los aspectos positivos. Entre éstos yo podría destacar: 1) Se desarrolla un terreno propicio para la creatividad (musical, poética, artística, teatral, política, etc. etc.). 2) Se discute la importancia de la universidad para el país todos los días (aunque muchas de las discusiones sean superficiales y poco productivas o hasta negativas, hay otras muy valiosas que no hemos sido capaces de promover en tiempos “normales”). 3) Se desarrollaron medios de comunicación alternos (Radio Huelga en el RRP, Resistencia Colegial en el RUM, Radio Búho en Humacao, entre otros; decenas de blogs con información histórica y actualizada, entre estos se destaca upresunpais.com, que enlazaba los blogs de todos los recintos. Tan efectivo parece haber sido el manejo mediático de la huelga, que la administración entendió que debía invertir cientos de miles de dólares en anuncios pagados para revertirlo. Muchos de estos medios todavía están activos y divulgando actividades y propuestas. 4) Se ensayaron procesos participativos para la toma de decisiones (reuniones de portón, plenarias por facultad, plenos por recinto). La incorporación de cientos de estudiantes a las decisiones que se tomaban día a día, no por la cúpula, sino por todos los que participaban del proceso, me parece un adelanto importante que rompe con esquemas que tanto hemos criticado. 5) El que decenas de estudiantes que antes estaban solo en los laboratorios de química o arquitectura, o en la Biblioteca de Derecho, entre otras, se dedicaran a pensar la universidad y a escribir en el periódico, en los blogs, y a producir informes y propuestas muy serias (ver los informes del Comité de Eficiencia Fiscal de los estudiantes en la pasada asamblea, y del relativo a la Acreditación de MSCHE, ambos disponibles en la Web, como ejemplos de los resultados de estos procesos). 6) Se llevó a cabo la primera reunión del claustro de las 11 unidades de la UPR, en cierta medida bajo la consigna, “11 Recintos una UPR”. Además, se celebró la primera “graduación” conjunta en la historia de nuestra Institución, en la que docentes y estudiantes de diversos campus desfilaron juntos y en un ambiente de unidad pocas veces visto en la historia. Ambos acontecimientos, podrían ser la simiente de una nueva cultura universitaria en la que se puedan ir superando los tribalismo entre unidades, sin perder de perspectiva las profundas diferencias que tienen unos de otros. No he tenido la intención de ser exhaustivo en los aspectos a mi juicio positivos solo he presentado algunos que me parecen dignos de consideración a la hora de pasar el tan necesario balance.
Tampoco pretendo insinuar que todo esto no podría hacerse sin la huelga, como tampoco creo que se deba insinuar que muchos de los problemas actuales se los debemos a la huelga. Lo que sí me parece es que debemos aquilatar procesos complejos, de manera compleja, incorporando más elementos en el análisis. El del escrito que comento me parece francamente reduccionista en su balance sobre la huelga. El identificar exclusivamente a un proceso profundamente político como la huelga, con un extraordinario componente simbólico, como todo proceso político, como “un dispositivo físico-material” parece ser una simplificación excesiva. Además, el no reconocer que una huelga en una institución controlada y manejada por el Estado y el partido que gobierna en el país, tiene fundamentalmente un propósito político de reducir la legitimidad de esas instancias y producir un importante costo político-partidista, me parece otra simplificación. Es por eso que se dan negociaciones y en ocasiones se adelantan posiciones (plan médico, centro de cuidado diurno, estudios gratuitos para los empleados y sus hijos, entre muchos otros), no porque se detenga o no la producción intelectual, la que es imposible de detener, pues se basa fundamentalmente en el pensamiento.
En fin, me da la impresión de que la postura tan radicalmente anti-huelga dificulta el pasar balance del proceso, incluyendo aspectos positivos y negativos, aciertos y desaciertos (ciertamente los hay en ambos extremos). Tal vez en las discusiones y debates que el documento debe propiciar, podamos ir incluyendo elementos que nos permitan el necesario balance y el mejor entendimiento del proceso.
En quinto lugar, me parece buena idea que a los cuatro sectores principales que se dice componen la universidad (p. 6) se le añada un 5to, la gerencia profesional (managerial professionals, sector agudamente analizado por Gary Rhodes en un libro del mismo nombre). Estos no son ni docentes ni no docentes y han venido proliferando significativamente en la universidad. Los directores de las oficinas de información, seguridad y manejo de riesgos, presupuesto y finanzas, entre muchos otros, están en esta categoría.
En sexto lugar, me cuesta trabajo entender lo que se pretende decir con “específicamente universitario”, si asumir que se está intentando reducir la complejidad de lo universitario, tratando de aislarlo de lo supuestamente no-universitario. Más aún, cuando se refiere a la discusión de lo que debemos entender por universidad abierta y democrática. En ese contexto, ¿la referencia a un “terreno específicamente universitario”, no vendrá a ser una forma de cierre, aunque sea parcial?
En séptimo lugar, me parece que afirmar que los únicos que pueden determinar quiénes están o no en huelga, con relación a los docentes, son las oficinas de personal y finanzas, me parece inadecuado. Si unos docentes de la UPR en Humacao y en Cayey, aprobaron e implantaron un voto de huelga ¿por qué afirmar que “ningún profesor, de ningún Recinto estuvo en huelga”? (p.7). Lo único que fundamenta esa afirmación es que no les descontaron días de su sueldo. Me parece que el asunto es más complejo que eso.
En octavo lugar y con relación a la pregunta ¿Qué hacer?, me parece importante la propuesta de asumir los puestos administrativos como una labor fundamentalmente intelectual. Así debió haber sido siempre en la universidad. Por otro lado, no me queda claro cómo vamos a “forzar a los directores y decanos a que asuman su función de responder a los intereses de la facultad….”(p.7). No sé si será que la palabra “forzar” me suene muy fuerte y hubiera esperado otra, más afín con la línea discursiva del documento, como persuadir o convencer. Forzar, parece algo así como obligarte a hacer algo en contra de tu voluntad. De hecho, muchos culpan a las huelgas de forzar muchas cosas.
Coincido también en la necesidad de “subvertir internamente la estructura sobre la cual descansa el ejercicio político real de la argumentación y de la toma de decisiones.” De hecho, es a eso a lo que yo he venido denominando hace años como reforma universitaria, aunque algunos insistan en identificar la reforma meramente como un cambio en la Ley. Asunto que de hecho vienen haciendo desde la Legislatura y el Ejecutivo continuamente, sin que nosotros hayamos sido capaces de generar propuestas sobre, precisamente, “La universidad que queremos”. Si el proyecto en estos momentos es asumir los puestos administrativos, ¿debo entender que los suscribientes están dispuestos a aceptar dichos puestos e invitan a otros colegas comprometidos con sus propuestas a hacer lo mismo? Si es así, cuentan con mi apoyo desde la base.
En noveno lugar, pienso que la universidad atraviesa una crisis profunda que tiene varias dimensiones y manifestaciones, entre ellas la presupuestaria. Darla por real, sin más, me parece un poco decepcionante. Hubiera esperado un análisis más profundo, particularmente sobre lo que entendemos por estar en crisis, cuáles se entienden son las dimensiones de la crisis más allá y más acá de lo presupuestario. ¿Acaso se estará identificando a la crisis, privilegiadamente, con la falta de fondos para hacer o tener unas cosas que no hemos establecido que es necesario hacer o tener, como una estructura burocrática muy pesada, tanto en Administración Central, como en los 11 Recintos, que no solo gasta mucho, sino que por la propia naturaleza de su intervención burocrática hacer gastar más aún? Tal vez dónde resida la manifestación más notoria de la crisis es en nuestra incapacidad de haber evitado ese rumbo y el reconocimiento de que ya se agotó ese modelo de universidad. Resulta evidente que las crisis siempre son políticas (p.13), pues son el resultado de decisiones que se han tomado con más o menos poder y que afectan, también más o menos, el comportamiento y calidad de vida de mucha gente. Además y tal vez lo más importante, su superación y la dirección que tomen los acontecimientos posteriores van a depender de la relación de fuerzas que exista entre todos los constituyentes.
En décimo lugar, estoy de acuerdo en que los profesores debemos “exigir transparencia”, “demandar participación” y “oponernos a todo gasto superfluo a la gestión académica” (p.8). Algunos de nosotros lo hemos venido haciendo por años, sin mucho éxito, debo confesar. ¿Cuáles son las nuevas estrategias que proponemos para hacerlo más efectivamente? Ciertamente, “debemos desarrollar una cultura de negociación” (p.8). ¿Dicha cultura debe privilegiar lo colectivo, lo individual o lo hibrido? No me queda claro que es lo que se propone en este terreno.
En undécimo lugar, con relación al trabajo multi-sectorial entiendo la necesidad de que cada sector discuta y llegue a entendidos que luego serían llevados a foros multi-sectoriales, en los que se determinará cuáles asuntos y prioridades tienen en común, para así poder desarrollar estrategias en conjunto. Sin embargo, eso no debe impedir que se participe de conversaciones multi-sectoriales aunque aún no hayamos llegado a acuerdos particulares de cada sector. El proceso puede ser más fluido, sobre todo en un principio en el que estamos compartiendo visiones y puntos de vistas, desde diferentes sectores, para enriquecer las deliberaciones de cada uno de ellos por separado.
En duodécimo lugar, no podría sino estar de acuerdo en que la frase “universidad pública es una frase en pugna de significados” (pp.9-10). Me pregunto, ¿podría haber alguna frase que no se considere meramente trivial, estar exenta de pugna sobre su significado? Obviamente estamos ante un lugar común. Ciertamente, lo público está no solo en tensión, sino en descrédito, incluso por la manera en que algunos lo han defendido. ¿Les parece a los suscribientes del documento que comento que la frase “bien común” está exenta de pugna sobre su significado? ¿Por qué no problematizarla también? En este punto hubiera sido bueno que aclararan una vez más lo que entienden por universidad abierta. Partiendo de la premisa, que yo comparto, de que “la democratización del conocimiento no supone bajar estándares ni devaluar el conocimiento mismo” (p.12), la consigna universidad del pueblo no se refiere a que todos los estudiantes del país estudien en ella, sino que de una u otra forma se beneficien de ella, es decir, que esté abierta (en un sentido más intelectual y cultural que físico), para ellos. Este asunto me parece que se aborda magistralmente al final del escrito que comento (pp.14-17)
En décimo tercer lugar, en el escrito parece haber una confusión entre los requisitos de admisión, retención y graduación (el mérito académico únicamente) y los diferentes tipos de exenciones en el pago de matrícula (pp.12-13). Algunas de estas exenciones, como las atléticas y artísticas, por ejemplo, se conceden porque además de que el estudiante cumple cabalmente con sus responsabilidades académicas, aporta sus talentos en competencias atléticas o deportivas, así como musicales o artísticas.
En décimo cuarto y último lugar, aplaudo y me sumo a la propuesta de una universidad transdisciplinaria y en defensa del conocimiento como un bien común. Para mí, sin menospreciar las otras importantes aportaciones, ahí reside la parte más trascendental de la propuesta “La universidad que queremos”. Sin tampoco pretender desconectar las reflexiones anteriores de las finales, pienso que estas últimas tienen un mérito propio y nuestro desagrado con algunos de los señalamientos anteriores no deben ser obstáculo para evaluar profundamente estas extraordinarias propuestas. A ello debemos destinar parte de nuestras energías.
Finalmente, no puedo terminar sin posicionarme sobre la huelga en la universidad, particularmente la pasada. Tengo que señalar, antes que nada, que no puedo hacerlo sin aceptar mi subjetividad y apasionamiento particular con el tema. Les aseguro que pocos como yo deseábamos que concluyera lo más pronto posible, pues no pude dormir profundamente por casi 70 noches. Intentando dejar a un lado mis demonios, aunque sea por un momento, quiero señalar que no considero que la huelga sea ni el único, ni siquiera el mejor instrumento de lucha que tengamos los universitarios. Por muchos años llevo proponiendo que organicemos nuestra incidencia en la opinión pública (periódicos, radio, televisión, conferencias, internet, foros, talleres, conversatorios, etc.) para tener la capacidad de impactar políticamente (en sentido amplio, por supuesto) a la administración universitaria, sin necesidad de una huelga. El sentido de acomodo y nuestro intento de negociación individual (donde cada cual resuelve sus asuntos), aún cuando nos quejamos por los pasillos y en el café, nos ha impedido ir más allá de las instancias “deliberativas” institucionales, que son en su mayor parte inefectivas y desmoralizantes. Lamentablemente, han tenido que ser las huelgas las que nos levantan de nuestro confort y nos convocan, en apoyo a ellas, como detractores o en los múltiples puntos intermedios que hay entre una postura y la otra, a pensar una y otra vez a la universidad y a proponer apropiarnos de ella.
Créanme que me encantaría que pudiéramos apropiarnos de la gerencia académica y desde adentro transformar significativamente a la universidad y que las huelgas sean cosas del pasado. Les aseguro que voy a participar activamente en el intento. Qué haremos para superar la resistencia que pondrá la administración y la partidocracia y hasta nuestros propios colegas, está por verse. Si en algún momento entendemos que no hay de otra y necesitamos irnos a la huelga, que sea una huelga diferente, con significados y propósitos que aglutinen en torno a ella a todos los comprometidos con la defensa del conocimiento para el bien común. Estaré en los portones o en los salones de clase, anfiteatros, áreas comunes, la calle, o donde sea necesario.