War for the Planet of the Apes
Todo empezó con Pierre Boulle, el autor de nada menos que “El puente sobre el río Kwai” (1952), que no solo fue una novela reconocida internacionalmente, sino que dio pie a una gran película homónima (1957). Su otra novela famosa, “El planeta de los simios” de 1963, comenzó la franquicia de películas, serie de televisión y productos comerciales que tuvo su inicio con “Planet of the Apes” (1968) y sirvió de vehículo para el entonces muy popular Charlton Heston. Aclamada por su guión y por sus logros en maquillaje, el filme generó una de las imágenes más conocidas del cine: la destruida Estatua de la Libertad al final de la película. No hay duda, que la representación de los simios alcanzó un nivel de realismo sorprendente para la época y que, el tema, una especie de evolución-en-retroceso (el hombre ha vuelto al mono), tuvo gran impacto sobre el público.
La franquicia inició un nuevo ciclo moderno (ya se habla de la nueva ciencia molecular) en 2011 con “Rise of the Planet of the Apes” (hubo entremedio varias versiones), en la que un chimpancé llamado César (Andy Serkis), modificado por manipulación genética, fue inyectado con un virus creado para aumentar su capacidad cognoscitiva. El virus (“influenza simia”) eventualmente se propaga y mata a la mayoría de los humanos. Los simios se involucran en una guerra por su sobrevivencia con los humanos y terminan huyendo al bosque, donde asientan su “aldea” y esperan poder allí vivir tranquilos sin ser perseguidos.
Las distopías, como es esta serie, siempre se prestan para referencias alegóricas y esta no es una excepción. En los años 60 dominaban los temas alusivos a la Guerra Fría. Ahora, inevitablemente, lo que preocupa hoy día son las transformaciones políticas e ideológicas que afligen el mundo. Recurren, sin embargo, a algunas referencias bastante obvias. El prejuicio racial es sujeto de las tramas desde el principio y el genocidio o persecución de grupos “étnicos” o distintos a otros, lo han vivido muchas sociedades a través de la historia. El indio norteamericano, negros, judíos, armenios, chechenos, la comunidad LGBT, puertorriqueños y mexicanos en EE.UU. y muchos otros, han sido víctimas de la intolerancia. Tal y como se representa en las distintas películas de la franquicia, al hombre blanco se le dificulta compartir con cualquiera que tenga un color más oscuro de piel. La humanidad deja de serlo cuando se le pide que se comporte con dignidad con otros. No hay duda que en la época trumpiana se ha exacerbado la intolerancia racial y esta nueva versión de “Apes” enfatiza ese aspecto.
Subyace a esta película una advertencia sobre la manufactura de nuevos viruses que pueden tener efectos nocivos sobre los humanos. Debemos estar de acuerdo en que los científicos tienen que someterse a leyes estrictas con la manipulación genética y que la práctica de lanzar al ambiente modificaciones de viruses y animales debe ser regulada por el gobierno y por los habitantes del planeta. Pero hay que tener cuidado que junto a ese temor no se lance sobre la borda el desarrollo de vacunas protectoras de los nuevos viruses que han mutado a través del tiempo y que es necesario controlar. Piensen particularmente en la necesidad de evitar o eliminar el Ébola, enfermedad circunscrita a África pero mortal en todos sitios, y consideren que dos enfermedades mortales y causantes de secuelas horribles –la viruela y el polio- han desaparecido de la faz de la tierra gracias a la inmunización.
Se critican también en estas películas las consecuencias de que los militares tengan demasiado poder y que, bajo ciertas circunstancias adversas, ejerzan un mal juicio que desate catástrofes inimaginables. Soldados que se rebelan contra el gobierno y el pueblo es de común reconocimiento en Centro y Sur América, y en África y Asia ha sido tan común que ya casi ha pasado de moda.
El intento de someter a prisión a los que piensan distinto porque son distintos remite a los regímenes totalitarios de derechas o de izquierdas y nos hace ver que una línea muy tenue distingue la intención de proteger al pueblo con la de oprimirlo. La censura y la ignorancia van de la mano y, apropiadamente, con la intención de tener cierto balance, es evidente que tanto simios como humanos manifiestan intolerancia. No sorprende que, en contraste con otras películas sobre distopías en que la lucha es interna, los rebeldes no hablan el idioma del controlador. La referencia es bastante obvia: el mediano oriente, la península arábica, no habla el lenguaje de sus ocupantes occidentales, ni los occidentales hablan su idioma. Esa barrera existe tan alta como la muralla que en este filme se está construyendo, por motivos otros que “la inmigración”, entre países que se han invadido los unos a los otros a través de la historia.
Referencias a “murallas” no son descartables hoy día en que la locura quiere construirlas entre países para prevenir que los “otros” entren al país más rico. La razón para la construcción de la muralla en esta versión del planeta de los simios es “otra” y, al mismo tiempo, la misma. Lo que se quiere evitar y repeler es a los que piensan distinto.
Una de las grandes imágenes del filme es ver las largas filas de emigrantes o desterrados de su lugar (el bosque, en el caso de los simios) que nos hacen recordar que todos los días en este planeta se desplazan cantidades enormes de personas de sus viviendas. Solo con pensar en los sirios tenemos una situación despiadada y desgarradora.
El nuevo filme tiene varios elementos a su favor. Vuelven a relucir los efectos especiales, la cinematografía de Michael Seresin de hermosas vistas y cascadas filmadas en Vancouver, y las actuaciones de Andy Serkin (César) y de los otros que interpretan los simios. Me pareció a veces, sin embargo, demasiado sentimental, demasiado melodramática y bastante repetitiva de emociones que hemos visto desde que a alguien se le ocurrió escribir una historia, ya fuera en verso o en prosa. Por suerte, algunas de las escenas de perdón, de cariño, de ternura, están bien actuadas y se tiende a perdonarle a los guionistas y al director su énfasis en lo primordial.
Me aterró que una niña que se une al grupo de simios que van en campaña a rescatar a sus hermanos, se le dé el nombre de Nova. Así se llamaba la original humana que le interesó a George Taylor (Charlton Heston) en la primera película de la franquicia. Si esta Nova, que tiene como diez años, es aquella Nova, eso quiere decir que habrá otra película. ¡No, no habrá mucho “novo”! ¡Me quiero escapar del planeta de los monos y no regresar jamás!