Wind River: Justicia
Wind River es una reserva preparada para los indios arapaho y shoshone en Wyoming en 1868. Es casi del tamaño de Puerto Rico (aproximadamente 3450 millas cuadradas) y tiene una población de poco menos de 45,000 personas, de las cuales, hoy día, solo 29% son indios. Cuando vean esta película sorprendente se darán cuenta de por qué pocos quieren vivir en el área apartada, rodeada de montañas, sus valles cubiertos de nieve espesa en el invierno, y habitada por predadores de todo tipo. Su desarrollo, en el apogeo del abuso de los americanos nativos, que fueron desterrados de sus tierras y sus bienes confiscados, marca uno de los puntos más bajos en la historia de “the land of the free and the home of the brave”. Entre las muchas cosas con las que el guión muestra su fidelidad a la historia es que muchos de los indios tengan nombres sajones. Fue lo que hicieron las autoridades al trasladar a los nativos a estas regiones: convertir sus nombres, anglificándolos.
Las reservas indígenas son lugares en que la naturaleza de las leyes varían, pues en la mayoría de ellas el gobierno está en manos de las tribus. Estas pueden adoptar las leyes federales o modificarlas. Ese hecho es importante para la trama de este filme.
Desde hace mucho se ha reconocido el hacinamiento en las reservas, y que las aquejan el alcoholismo, el uso de drogas y el crimen. En el mundo real, esto ha sido un palio que flota sobre la muy real comunidad de Wind River. El filme nos adentra en estos problemas enfatizando la naturaleza del lugar como tierra de predadores. El héroe, Corey Lambert (Jeremy Renner), es un agente de la división del US Fish and Wildlife Service (agencia federal que se dedica al manejo de peces, vida silvestre y ecosistemas naturales) que caza lobos, leones de montaña y otros predadores, para proteger otros animales que sirven de alimento a los humanos. Su profesión nos da un indicio de qué podemos esperar. Parece antitético que el hombre quiera controlar “el balance ecológico” cuando es quien lo viola. Esa violación del ambiente, en su más amplio significado, le ha de cambiar la rutina a nuestro guardia. En uno de sus viajes halla el cuerpo congelado de una joven que conoce bien. Natalie Hanson (Kelsey Chow) es hija de su amigo Martin Hanson (Gil Birmingham), un arapho. Es evidente que la joven ha sido golpeada. La autopsia revela, que ha sido ultrajada.
La cinta se convierte en un caso detectivesco, pero contrario a lo que uno se espera, nos adentra de soslayo en la vida sórdida de los habitantes indígenas de la reserva y de cómo la idea de la marginación ha invadido sus psiquis y sus acciones. El guionista no recurre a sermones morales ni a contemplaciones de lástima, sino que presenta a los vendedores de droga y a los adictos como seres parecidos a los animales que los rodean. Igual que los lobos están adictos a sus presas, ellos lo están a sus drogas y a la pobreza. La reserva es un lugar de sobrevivientes que han logrado vencer por el momento condiciones adversas, incluyendo los maltratos que han padecido por casi dos siglos. Aunque existe la ley en estos parajes, la intuición a buscarse una forma de ingreso y de vida se sobrepone al orden.
La mano diestra del cineasta nos van llevando poco a poco a un infierno de complicidad y violencia que ha de revelar que el crimen, como es el caso en la ciudad, proviene de donde menos se espera. Es la sorpresa que puede recibir la oveja que se salva del lobo para caer, sin casi darse cuenta, en las garras de otro predador.
La posibilidad de asesinato hace que Ben (Graham Greene), el jefe de la policía tribal, busque ayuda del FBI. Acude a la reserva la agente especial Jane Banner (Elizabeth Olsen) y, dado el conocimiento del área de Lambert, lo recluta para que la ayude con la investigación. Creemos que todo ha de proceder como en otros cuentos en los que se busca la solución a un crimen. En vez, nos esperan situaciones que están determinadas por el entorno y que rinden homenaje a la fortaleza de la mujer indígena y a la blanca. Según se van destapando los secretos descubrimos que en la reserva todos están expuestos a la maldad y que, en ese predio de terreno que “le pertenece al indio”, el supuesto dueño puede estar a la merced de fuerzas superiores, políticas y económicas, que no puede controlar.
Al igual que hizo en “Hell and High Water”, con la que Sheridan extendió el género del “western” a examinar temas inexplorados o poco tratados (la pobreza como trampa, el amor fraternal, el marginado contra los poderosos), en esta incluye en el género al indio como héroe, y a la mujer como personaje épico. Hemos estado acostumbrados a ver los indios derrotados por el blanco. Masacrados por ser “salvajes” y sanguinarios. Esta cinta toma esa idea y la maneja para que nos demos cuenta que todos los humanos, no importa su raza o procedencia, pueden ser heroicos. Que también pueden ser tan salvajes como cualquier predador natural.