ZeroZeroZero: ¡traición y venganza!
Los guionistas tejen sus capítulos (son ocho) con tal minuciosidad que nos convencemos de las idiosincrasias culturales que separan a cada familia –mexicana, italiana y estadounidense– que están artificialmente conectadas por la droga. Sin duda, es válida la metáfora, que usa uno de los personajes en un momento dado en la serie: “el dinero puede más que la sangre”. Es evidente que tanto para unir como para separar (me refiero al dinero). Adorna el dicho el que la sangre se derrama por el peor insulto: la traición. Aparte de que alguien le robe a otro, nada induce una venganza más cruenta que la perfidia. En cada uno de los grupos el ansia de poder y ascendencia está en carne viva y solo falta el menor roce para enconar la herida y precipitar acciones violentas. Mientras las intrigas familiares están torciéndose más, vamos descubriendo algunos secretos familiares que acentúan las discordias o explican sus porqués.
Al centro de los problemas está el hecho de que Chris Lynwood, sufre de la enfermedad de Huntington, una enfermedad letal que heredó de su madre. La actuación de Dane DeHaan es compleja y alarmante; yo, que he visto pacientes que la sufren, pensé por un momento que no estaba actuando. En el curso de la serie, la enfermedad del muchacho ha de tener consecuencias serias en el desarrollo de la trama. Por contraste, la enfermedad de la que sufre Stefano La Plana es la avaricia y el deseo de poder. Eso también ha de influir en la suerte del cargamento que ha llegado a Nueva Orleans. El cargamento, disfrazado en latas de jalapeños, sirve en la serie como una especie de MacGuffin: es la causa de todo, pero al fin y al cabo poco importante (el término lo originó el guionista Agnus MacPhail y lo perfeccionó Alfred Hitchcock). Como suele ser un MacGuffin, éste se adorna de varias formas: en el carguero, que en la noche del océano parece una joya mítica, va en un contenedor amarillo; en tierra transita en camiones del color de la coca y, según se acerca el desenlace, en un contenedor negro que semeja un ataúd gigante. Lo más importante, sin embargo, son las relaciones en el seno de las familias La Plana y Lynwood; y los confines de la familia que no tiene Manuel Contreras. La relación entre Manuel y Chiquitita (Claudia Pineda) es la más interesante y patética; pero, más que nada, sorprendente y tierna.
La serie tiene una base referencial artística que no puede ocultar. Las semejanzas con algunos detalles de “The Godfather” (en particular la parte II), son inescapables. Me refiero a las situaciones ya que, sabiamente, el actor Adriano Chiaramida evita imitar a Marlon Brando. Este padrino es más emocionalmente distante, más curtido por la cultura que lo rodea y lo ha formado: no es un emigrante adaptándose a los vaivenes de una ciudad turbulenta que recibe gente del mundo entero. Vive en escondites en las montañas, donde no hay que tratar de comprender al vecino. Él ha establecido las reglas del pueblo más cercano y de los que añoran sustituirlo. Hay algo también, en la parte de la historia que se desarrolla en Calabria, del filme fallido de Michael Cimino, “The Sicilian” (1987), en la ambientación y el tema de la venganza.
Las aventuras en Monterrey son de las más sangrientas e inquietantes. El papel de la pobreza y el hacinamiento en México son presentados sin minimizar su crueldad y su pathos. En esto hay que felicitar al escucha de ubicación que ha encontrado lugares que, sin enfatizarlos, trasmiten el mensaje de cómo el dinero atrae a los pobres a convertirse en criminales y asesinos despiadados: los vecindarios están ahí y son testigos silentes de las desigualdades que afectan a los residentes del globo. Ante esto, el contraste que representan los Lynwood –finos, educados, cultos, altos burgueses– con los otros criminales es únicamente de clase: son igualmente corruptos y desean la misma meta: el dinero.
La novedad de la forma narrativa reside en cómo están manejados los flashbacks y en cómo la cámara es muchas veces una intrusa que nos revela asuntos que sucedieron o están por suceder. Al mismo tiempo que nos frota en el rostro el problema mundial de los estupefacientes, la cinematografía de todos los segmentos es deslumbrante y nos recuerda que, muchas veces, debajo de la belleza, reside la podredumbre. Esta es una serie de 24 quilates, perfecta para divertir en estos tiempos de pandemia. ¡Quédense en casa a verla!