¡Qué ignorante tu comentario Gary!
Como todas las mañanas, mi día comenzó con una taza de café y con la búsqueda de información sobre lo que ocurre en el mundo. Este ritual matutino evolucionó en los pasados años y ahora la exploración diaria la realizo en las llamadas redes sociales Facebook y Twitter. Aquella mañana, entre las noticias del día, me detuve en un post que destacaba una foto del fiscal federal Gillermo Gil Bonar y cuyo titular leía Alguaciles buscan a “Cerebro”.
La nota redactada para Primera Hora por el periodista Francisco Rodríguez-Burns, destaca las capacidades intelectuales de un presunto narcotraficante identificado como Ángel Meléndez Orsini apodado “Cerebro”.
Comenté la noticia en la página de una amiga: “Si hubiera nacido en Vista Point tuviera su propia casa de corretaje, pero como nació donde nació, montó el negocio que pudo montar”. Con el comentario trataba de dramatizar cómo jóvenes brillantes como “Cerebro” son víctimas de un proceso de exclusión que en muchas ocasiones no les deja otro remedio que criminalizarse.
Mi comentario fue lo suficientemente provocador como para que una persona que ostenta un título en derecho me contestara “¡Que ignorante tu comentario Gary!”. Otro de los que reaccionaron estipuló: “Excusas y complejos, que comentarios. Wow”
Tras la frustración inicial que siempre provoca el no ser entendido, mi mente trató de buscar la racionalidad de estos comentarios que algunos pudieran interpretar hostiles. Lo primero que llegó a mi mente es la introducción al libro La sociedad excluyente, donde el sociólogo británico Jock Young expone que en nuestras sociedades, “todo el mundo es criminólogo”. Young, gurú de la nueva criminología, explica que todas las personas tienen una opinión sobre dónde radica el llamado problema de la criminalidad y de qué se debe hacer para resolverlo.
Regularmente las soluciones propuestas son reproducciones acríticas de conocimientos construidos hace más de cien años por académicos blancos que utilizaban la llamada ciencia para justificar sus visiones sociales de superioridad racial, étnica y sobre todo moral.
Dichas visiones decimonónicas regularmente constan de dos vertientes con una misma raíz: “lo criminal” es una condición con la que se nace o se adquiere y para la que sólo existen dos remedios.
Por un lado, se propone la represión directa, castigo seguro, penas más fuertes y cero tolerancia como alternativa para lograr controlar al criminal y así proteger al resto de la sociedad del peligro que éste o ésta representa.
De otra parte, se encuentra el discurso de la rehabilitación o reinserción que entiende que ese criminal es producto de errores de socialización, por lo que es indispensable reeducarle para no solo proteger la sociedad, también protegerlo a él de sí mismo.
En fin que ambas visiones terminan construyendo al “criminal” como “el otro”. Es decir, una construcción que identifica al que es diferente como inferior a uno. Un sujeto al que yo, considerándome como un ser centrado y decente, tengo la obligación y el derecho a reprimir y controlar pues el no se quiere someter a las reglas.
Esa resultante construcción del otro como criminal es una clasista, pero, sobre todo, es una definición moralista. Yo soy mejor, pues tú eres un “criminal”.
Los que hoy reproducen este discurso clasista no están conscientes de que al así hacerlo, también reproducen la visión de que la norma es justa y equitativa.
Esta visión de que la regla es siempre justa o de que intenta representar los intereses de todos en la sociedad, está desacreditada como punto de partida para el estudio criminológico. La nueva criminología nos advierte que usar esa lógica antes señalada es hacerle el juego a los poderosos que utilizan los aparatos de ley y orden como herramientas para controlar las poblaciones marginadas o en algunos casos radicalizada.
Pensadores como John Muncie van más lejos y nos exhortan a romper con esos paradigmas y “descriminalizar la criminología”. Este británico nos invita a dejar de mirar “al criminal” como el centro del estudio criminológico y comenzar a enfocar el quehacer académico en el poder de la sociedad para criminalizar algunos comportamientos, aun si estas acciones no causan daños a tercero. De igual forma, Muncie exhorta a la criminología a estudiar el proceso mediante el cual, conductas que si son dañinas a otros no son criminalizadas.
Un ejemplo de esto en una sociedad capitalista, es que el robo de la capacidad de trabajo de los obreros no constituye delito. El hecho de que una empresa le pague a un obrero un sueldo y que no permita a este último pueda mantener dignamente a su familia aún cuando éste labore 40 horas, en el capitalismo no es considerado criminal.
Desde esta perspectiva, eso de criminal deja de ser la condición como fue definida en el siglo XIX y se revela como una etiqueta arbitraria que el poder impone a unos y no a otros. Una etiqueta para usarse contra “Cerebro” pero no contra los banqueros que le lavan el dinero o le compran sus productos para disfrutar mejor del fin de semana en la protección de las urbanizaciones cerradas.
Me reitero en mi comentario cibernético: “Si hubiera nacido en Vista Point tuviera su propia casa de corretaje, pero como nació donde nació, montó el negocio que pudo montar”.
Claro, para esos que miran a “Cerebro” desde el pedestal de la moralidad que les permite beneficios y oportunidades, es fácil exigirle a Ángel Meléndez Orsini que se sometiera al sistema que le explota y lo margina. De esa forma, sometido y centrado, él pudo haber sido uno de los pocos escogidos por el sistema para ser usado como “niño símbolo” de una sociedad de clases donde unos explotan a otros y donde se supone que todos tenemos oportunidad de ser explotadores.
En fin, que trendríamos que preguntarnos si lo que realmente nos molesta de Ángel Meléndez Orsini es que su existencia nos da en la cara con la realidad; nos grita que él es lo que nuestra sociedad produce y que al fin al cabo, lo necesita; que tanto él como los otros que exponen sus vidas en el ilegalizado pero lucrativo negocio de las drogas, mantienen toda una actividad económica que da vida y ganancia a los comercios de venta detallada y a los bancos, mientras proveen lo necesario para divertirnos durante el fin de semana.
“Cerebro” nos recuerda la hipocresía de nuestra sociedad, que se construye en torno a unos valores materialistas necesarios para alcanzar el éxito. Porque cuando se trata de éxito material, en nuestra sociedad se necesitan los mismos valores, sea para llevar la etiqueta de CEO (Chief Executive Officer) de una organización corporativa o la de “bichote” en una callejera. Todo depende de quién etiquete y quién sea el etiquetado.