“Veinte siglos D.M.” … después de La Magdalena

I. Crear peligrosamente es lo que Edwidge Danticat en su libro de ese nombre alaba -las devociones, los juegos, los juicios creativos del vaivén de esos que crean lejos de donde nacieron. Irse y crear en la distancia es, de plano, peligroso; de curva, sinuosamente circular. Circular y peligroso. Y cita a Camus: «a person’s creative work is nothing but a slow trek to rediscover, through the detours of art, those two or three images in whose presence his or her heart first opened».
En «Las 7 salves de La Magdalena», Raquel Z. Rivera & Ojos de Sofía desafían astutamente más de un peligro -temático, artístico, musical, conceptual- y crean lenta y peligrosamente un arma con la que se reivindica a una mujer a la que todavía se le lanza piedras por lo bajo, aunque ya la oficialidad religiosa haya declarado -hace 41 años- que no fue la pecadora de las viejas películas y los santos sermones.
Se podría decir que uno de sus objetivos es acuchillar con mezclas y recombinatorias de salves, bombas, aguinaldos, seis y danzones las antiguas y reiteradas camisas de fuerza con las que a María Magdalena se le ha vestido y descrito desde siempre. Se podría decir también que el homenaje a «Nuestra Señora de Lexington» es un poderoso dispositivo tacto-visual, un objeto pre-meditado que anuncia desde antes de tocarlo la amplitud de su deseo. Y, ante todo, es una forma de sacar de paseo en la metrópolis la fuerza pura de esta música, música jíbara redux que reverbera en un fogón tumultuoso donde cristalizan, macerados, «veinte siglos D.M.» (Después de Magdalena)». Desde El Barrio, país de residencia de los creadores, que siguieron buscando y redescubrieron lo que hace años les abrió el corazón.
II. Conceptualmente, el proyecto que se ha presentado en Nueva York y que llega a Puerto Rico, es una larga y lenta circunvalación para encontrar lo que María Magadela puede ser, representar y significar para todos, pero sobre todo para las mujeres. Para hidratar la piel de la Magdalena lacerada y vilipendiada, para humedecer el espacio en el que se le piensa, este makeover musical de la Magda Supreme replantea la valorización-por-procreación que está al centro del discurso mítico-religioso de las dos Marías. Ésta, la del disco: «La María cuya importancia no estuvo dictada por la maternidad», como escriben en las notas del CD. Exfoliada y emperifollada la Magda avanza. La Magdalena que aparece en la letra de las canciones no sigue a nadie; se lanza, vibra, acompaña, propone y compone. Antireproductiva pero antivirginal. Seduce sin consecuencias.
Vicios sagrados y oraciones paganas se le han atribuido, pero en el primer momento de la primera canción, «Nuestra Señora de Lexington» arranca envuelta con la patina de una luz humedecida por las lágrimas y adornada con la candidez de un seis fajardeño: Magdalena La Sublime/ La Patrona del Solsticio/ La que en nuestro beneficio/ Con sus lágrimas redime…
Siempre es un riesgo transitar entre la dureza de los conceptos reiterados y petrificados en la memoria, y alguna nueva manera de hablar de esa realidad. Doble riesgo es éste: poder hidratar también en esta colección temática los géneros musicales caribecéntricos (puertorriqueños, dominicanos) desde un allá, desde la periferia que es el centro de creación de las dos gestoras de esta celebración íntima hecha pública: de Raquel Rivera – productora, compositora, arreglista, intérprete – y de la artista Tanya Torres, que también reside en East Harlem, «socias creativas» que han dedicado cuatro años a esta colaboración imagiacústica.
Aquí no hay improvisación. Desde 2006 han estado intentando, según ha dicho Rivera, «canalizar nuestra devoción compartida». Los músicos que se le unen en el camino demuestran una gran dosis de meticulosidad, proveyendo el marco de honestidad emotiva de los ritmos: el piano de Desmar Guevara, la guitarra de Yasser Tejada, el cuatro de Alejandro Negrón. Es un objeto destilado, pensado, una cajita de aserrín prensado, un proyecto en el que el pensamiento precede la articulación. No pasa siempre.
El CD establece el arco entre los adentros de la devoción y los afueras de la calle. La calle de la Magdalena y la Magdalena de la calle se sirven de la sonoridad que delata su función redentora. En la bomba yubá/sica «Al pie de la cruz», Magdalena es la Divina María de la Luz, mientras que en el aguinaldo «Canción de la Magdalena» la mujer insiste que hay espacio para la fuga, para el escape, para ser humanos, quizás: En esa agonía/ Me rehuso a verte/ Por eso propongo/ Cambiar nuestra suerte. Son canciones paradas en zancos por las calles de Nueva York, desplegando y sacudiendo su unicidad, así como lo hace la «ungida de oficio» en el aguinaldo «Canción de la Magdalena»: Yo también he sido/ la electa de Dios/ Sorda humanidad/ Que no oye mi voz/ Que no oye mi voz/ Ni me quiere ver/ Cual hija divina/ De altísimo ser…
III. ¿Qué ritmo tiene ese cuerpo madgaleno, y qué ritmo tienen los cuerpos que la celebran? Otras catedrales «peligrosas» en las que no había peligro eran parte de la peregrinación semanal de Raquel Rivera por Carolina, por San Juan, circa 1994. Allí la autora de Nuyoricans fron the Hip Hop Zone, (Palgrave, 2003) y editora de Reggaeton (Duke University Press, 2009) se convirtió en dueña y señora de todos los ritmos que después estudió. Su cuerpo siempre ha estado implicado en su trabajo investigativo, académico y musical. Con su trabajo de campo inauguró quizás la crítica de la música urbana en la prensa puertorriqueña, constatando que los devotos siempre sudan música para poder sentir.
Del hip hop al reggaetón al jíbaro-heavy music de este CD, la trayectoria de Rivera la creadora se debe a un admitido desarrollo espiritual, que no puede ser confundido con una adhesión a una creencia. En una entrevista reciente con The New York Daily News, Rivera admitió que está «interesada en la devoción como cosa poética. Creo, pero no creo literalmente».
Tanya Torres, por su parte, se regodea en la luxuriante humanidad de una mujer-icono que nunca se vio desadjetivada. Comenta Rivera en su ensayo de presentación al CD :»Las Magdalenas de Tanya no se encuentran en penitencia, sino en contemplación, armonía, adoración. No pintan de rubio su ser moreno. Son símbolos cromáticos de un mito que me ayuda a entender mejor al Todo y a mí». Así, en el arte que acompaña las presentaciones del disco, se exhiben las imágenes de la «patrona de los fieles creadores que no creen en nada, salvo en la calidad redentora del acto creativo». Al igual que en el salve/pri-prí/aguinaldo «La 7ma salve», las Magdalenas de Torres buscan a María mi morena santa. Y en «María Magdalena de las Rosas», la imagen insignia del CD, se hace eco de la letra de la bomba yubá «La que sabe». Flores amarillas pide ella, cantan. Y así la pinta Torres: en manto rosa con flores amarillas. Morena.
IV. Una calle que se regodea en su longitud es la imagen que precede las canciones -la tapa del CD que, al abrirse, planta al escucha potencial en la geografía desde donde se alarga y se acorta la lejanía. Por allí es que Ojos de Sofía plantea el mapa de la creación alternativa sobre la «plenitud de plenitudes y consumación de las consumaciones», mixta de textos Gnósticos, de guitarra y calavera: A la luz de una vela/ (Magdalena bien lo sabe)/ Contemplas tu caravela (Magdalena bien lo sabe).
En la foto de contraportada de Juan V. Núñez, la pintura de la Magdalena es cargada por una mujer en sandalias por las calles del Barrio. La foto concentra en el asfalto. Sólo en una esquina se delata el pasar de la mujer con la Magdalena de flores y hojas a cuestas. Imperceptible casi, se encuentra una colilla de cigarillo en el asfalto de la calle. Habrá seguramente más colillas que hojas y flores en las avenidas del Barrio. Pero, como demuestra este proyecto, en el jardín urbano de la Lexington, las hojas, francas, siguen cayendo.