El golpe mortal de Juan de los muertos
El estreno de una película cubana siempre ha representado un acontecimiento emocionante para mí. Las primeras películas cubanas que vi fueron durante mis años en la UPR de Río Piedras cuando había una serie de cine los martesen la tarde organizadas por María Cristina Rodríguez. Aunque no me hubiese gustado la película proyectada—e.g., me acuerdo de Polvo Rojo y lo mucho que Pablo Samuel Torres y yo nos reimos durante este filme dramático —siempre sentía mucha alegría, satisfacción y agradecimiento luego de ver una película cubana.
Durante mis años en Puerto Rico, el ápice de mis encuentros con el cine cubano fue el estreno de Plaff o demasiado miedo a la vida, de Juan Carlos Tabío. Junto al resto del público en una sala llena a capacidad, recuerdo haberme levantado a aplaudir a la genial actriz Daisy Granados, que se encontraba presente esa noche. La inteligencia mordaz Plaff caló tanto en mi psique que una vez comencé mis estudios graduados, decidí dedicarle tiempo investigativo al cine cubano. Mi primer ensayo durante la maestría, el cual se convirtió en mi primera publicación académica, fue sobre esta parodia autorreflexiva la cual continúa siendo uno de mis filmes favoritos.
El estudio de la historia del Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográfica –mejor conocido como el ICAIC– me hizo entender y apreciar mejor el cine cubano de la posrevolución. La misión del ICAIC era desarrollar una industria cinematográfica que ayudase a la educación de la gente (tanto en términos de la alfabetización tradicional así como de la alfabetización mediática) y a la promoción del programa político de la revolución. La relevancia de este programa político fomentó un tipo de cine que enfatizaba la discusión de problemas sociales. Este tipo de énfasis político me hizo tener cautela en mi comprensión de los textos que veía. Siempre sentía que tenía que balancear críticamente lo que podría entenderse como la línea oficial del Estado en estos filmes con las críticas –muchas veces tímidas– que los cineastas podían incluir en estos textos. Cuando me enteré que había una película cubana de terror sobre zombies, Juan de los muertos, me emocioné mucho, tanto por mi interés en el cine de terror como por la utilización de este tipo de género en el contexto cubano. El cine cubano post-1959 ha demostrado tener una relación conflictiva con los géneros fílmicos en parte por el hecho de que éstos han sido injustamente teorizados como categorías formulaicas que tienden a promover ideologías conservadoras.
Como es bien sabido, las dificultades económicas, sobre todo desde el periodo especial, habían afectado grandemente al ICAIC. La década de1990 representa una etapa crítica durante la cual los directores cubanos tuvieron que buscar alternativas para financiar sus filmes. Por ejemplo, el gran director Tomás Gutiérrez Alea se convirtió en ciudadano español para poder cualificar para becas y ayudas económicas españolas y europeas. Además, las coproducciones internacionales se convirtieron en una de las soluciones más convenientes no solo para los directores cubanos, sino también para muchos cineastas latinoamericanos en general. De cierta forma, estos cambios mayormente económicos hacen que el ICAIC pierda institucionalmente parte de su centralidad en la producción de películas cubanas.
La primera vez que leí sobre Juan de los muertos sentí mucha curiosidad. Muy pocas películas cubanas de ficción tienden a salirse de los moldes genéricos del drama (sobre todo los dramas históricos) y la comedia. Algunos de los ejemplos que demuestran afinidad con géneros específicos incluyen La bella del Alhambra (que puede considerarse un musical), Guantanamera (ambas son road movies). De cierta forma, la preponderancia de la teoría y la práctica del “cine imperfecto” que Julio García Espinosa propusiese en su manifiesto radical puede usarse como explicación parcial para el desuso de géneros fílmicos en las tres primeras décadas del cine cubano. García Espinosa incita a que los cineastas mezclen géneros, sobre todo la ficción con el documental, con el fin de crear películas que promuevan maneras de pensar innovadoras que potencialmente transformen las realidades sociales de los públicos.
Con la excepción de ¡Vampiros en la Habana!, la cual utiliza el elemento semántico del vampiro dentro del contexto sintáctico de la comedia animada, el cine cubano no había invocado directamente al cine de terror hasta el 2011. Mi fascinación con el subgénero de terror enfocado en los zombis —muy en boga en estos días sobre todo por The Walking Dead, tanto las novelas gráficas como la serie televisiva— creó muchas expectativas. Finalmente pude ver Juan de los Muertos como parte del 34to festival de cine latinoamericano de la Universidad de Wisconsin, Milwaukee.
Mi excitación se convirtió en una mezcla rara de interés, perplejidad, furia y decepción. El tono apocalíptico tradicional de las películas de zombis permite que el filme haga algunas críticas relevantes sobre la Cuba actual. Por ejemplo, el personaje de Juan (Alexis Díaz de Villegas) se aprovecha del estado caótico de la isla para crear una empresa lucrativa basada en el exterminio de familiares y vecinos que se han convertido en muertos vivientes. De igual manera, la caracterización diegética de los zombis como “disidentes políticos” según los discursos oficiales del Estado –los cuales se escuchan por la radio y la televisión como también por autoparlantes– cuestiona lo que se puede entender como el pensamiento anquilosado y dogmático del gobierno revolucionario cubano. Sin embargo, la película está tan obsesionada con el sexo que las críticas sociales que Juan de los muertos busca presentar se debilitan intensamente gracias a esta decisión del director y guionista, Alejandro Brugués. Los chistes sexuales no son muy graciosos y rayan en lo clichoso. Por ejemplo, las acciones del personaje de Lázaro (Jorge Molina) están constantemente sobrecargadas de impulsos libidinosos; vemos a Lázaro masturbándose, ligando mujeres o parejas teniendo sexo, intentando “curar” a una mujer de su lesbianismo, etc. Esta caracterización se torna confusamente ridícula durante una escena que termina con lo que se supone que es un chiste visual: los genitales de Lázaro se la han salido del pantalón corto y su hijo de unos veintitantos, Vladi California (Andros Perugorría), se queda anonadado ante esta situación. Otro chiste sexual involucra a Juan cuando éste se percata de la atracción que existe entre Vladi y su hija, Camila (Andrea Duro). Para evitar que los jóvenes se junten tanto romántica como sexualmente, Juan se inventa que Vladi tiene herpes y se lo dice a Camila para que ella se aleje del joven.
Dentro de esta obsesión con el sexo, el filme se destaca desacertadamente por el uso continuo de humor basado en discursos sumamente homofóbicos. Supongo que la inclusión de un personaje travesti, La China (Jazz Vilá), buscaba proponer de manera muy superflua una diversidad de posturas sexuales no normativas que existen en la Cuba actual. Sin embargo, el trato narrativo que se le da a La China, sobre todo durante sus últimas apariciones, es bastante dudoso. Como no me gusta revelar muchos detalles sobre las películas de las que escribo, se me hace difícil abordar concretamente los momentos más problemáticos de Juan de los muertos. Sin embargo, tengo que ser un poco más flexible en esta ocasión para poder sustentar mi crítica. Al comienzo del filme, un niño se le acerca a Juan y le dice que su papá es mejor que él. Cuando Juan le pregunta quién es su papá, el niño le señala a un hombre vestido con un uniforme de fatigas (y que, por lo tanto, trabaja para el gobierno). Cuando Juan ve al hombre, utiliza la palabra “sodomita” para describirlo. Durante el último acto de la película, Juan vuelve a encontrarse al niño y a su padre. Aunque ahora, el niño huye de su padre porque éste se ha convertido en un zombi. Juan lucha con el padre zombi y se deshace del mismo cuando lo empuja hacia una vara de acero, la cual se le espeta literalmente por el culo. Juan mira al zombi empalado y le dice, “sodomita”. La identificación del primer zombi con el que los protagonistas tienen contacto como un “gordo maricón” (término que fue subtitulado como “pussy”), así como una escena clave hacia el final de la película entre Juan y Lázaro en el techo de un edificio hacen evidente que los discursos homofóbicos forman la base central tanto del humor como de la caracterización de los personajes principales de Juan de los muertos.
La homofobia siempre duele y molesta. Sin embargo, el dolor y la molestia se me hacen mucho más fuertes y pesados porque nunca hubiese pensado que un filme asociado con el ICAIC —aunque sea parcialmente— pudiese caer tan bajo. La igualdad social constituía uno de los proyectos ideológicos que el cine cubano del ICAIC buscaba fomentar en sus películas. Aunque este fuese un gesto simbólico que no correspondiera a las realidades sociales que se vivían en la isla, yo agradecía este intento. Obviamente, muchos de los textos canónicos del cine cubano se prestan para lecturas que pueden revelar cierto grado de ambivalencia o contradicción hacia los males sociales que aquejan nuestras sociedades —ya sea el sexismo, el racismo, la homofobia o la xenofobia, para dar algunos ejemplos. Sin embargo, en estas películas siempre había algún tipo de filtro critic —ya sea por medio de un personaje, de la construcción narrativa o del estilo fílmico empleado— que permitía entender que los discursos opresivos relacionados a estos males sociales tenían que ser evaluados críticamente y potencialmente rechazados. Este filtro crítico está totalmente ausente en Juan de los muertos. Como resultado, el filme incita al público a burlarse de todo lo que esté relacionado a la homosexualidad.
El director y guionista de Juan de los muertos, Alejandro Brugués, forma parte de una nueva generación de cineastas cubanos que estudiaron en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Santiago de los Baños. De acuerdo con su página web, la EICTV “se define a sí misma como una escuela de vida. Su comunidad la integran estudiantes, egresados, maestros y trabajadores, quienes comparten procesos docentes y de aprendizaje atípicos, así como un espacio común de convivencia”. Quisiera pensar que en esta “escuela de vida” donde se “comparten procesos docentes y de aprendizaje atípicos,” la erradicación de la homofobia, así como de otros discursos y prácticas opresivas, es una prioridad que promueve “un espacio común de convivencia” tanto dentro como fuera de la EICTV.
Para mí, es importante que cada cual llegue a su propia conclusión sobre Juan de los muertos (o cualquier otra película de la cual yo escriba). Por tanto, no busco persuadir a los lectores de esta columna a que ignoren o boicoteen este filme. No obstante, les pido que cuando lo vayan a ver, lo hagan de una manera muy crítica y cautelosa. Este es el tipo de acercamiento que voy a tener de ahora en adelante con cualquier película relacionada total o parcialmente con el ICAIC. Juan de los muertos me ha hecho sentir que el cine cubano que yo conocía y disfrutaba está muerto, ¿o será que está muerto en vida?